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La revolución de las basuras en Alcorcón: de estar al borde de la privatización a ser ejemplo de gestión pública

Alcorcón asomó en los medios de comunicación hace un par de años por un problema de residuos: los colchones se acumulaban por todo el municipio, de 170.000 habitantes. Junto a los contenedores, en las aceras o en los puntos limpios, donde formaban montañas. La situación era tan estrafalaria que el alcalde de entonces, David Pérez García (PP) llegó a especular con una conspiración izquierdista para sembrar el municipio de somieres y así restarle apoyos. En la ciudad operaba entonces una empresa pública de basuras disminuida, con el personal desmoralizado y con un funcionamiento anquilosado. Terreno abonado para el discurso privatizador de los últimos 30 años.

La situación llevaba tiempo enquistada. Fundada en los 90, la Empresa de Servicios Municipales de Alcorcón (Esmasa) ya había lidiado durante el mandato de los populares con un intento de privatización de la recogida de vidrio que originó una dura huelga. Era 2014 y en el comité de empresa había asomado Jesús Santos, un treintañero peleón que llevaba más de una década en la compañía y que había hecho ruido tras salir elegido en el comité por la CGT, rompiendo el duopolio de UGT y CC OO. Seis años después, Santos es teniente de alcalde por Ganar Alcorcón, en coalición con el PSOE, y presidente de Esmasa. También es coordinador de Podemos en la comunidad de Madrid. Pero sigue siendo basurero, y a ello dedica el grueso de su tiempo. 

Puede haber un deje de ironía en que un hombre salido del movimiento okupa y el anarcosindicalismo acabe encarnando uno de los relatos míticos del capitalismo industrial, ese que dice que se puede empezar de aprendiz y acabar de consejero delegado. Con obvios matices (Esmasa es una empresa pública y al presidente lo nombra el Ayuntamiento) el caso es que Santos antes iba en el camión de recogida y hoy es el patrón. Como tal, llega un jueves por la mañana a la sede de la empresa. Saluda a los empleados por el nombre y sube a la estrecha sala de reuniones para abordar una de las nuevas iniciativas de la compañía, un plan de choque para limpiar los barrios uno a uno. “Esto estaba manga por hombro. Había toneladas de basura, para mí era una obsesión”, recuerda.

De los dos puntos limpios de Esmasa, el que está al lado de la sede separa ahora los residuos tecnológicos y ha establecido un mecanismo de trueque, de manera que si alguien deja una nevera antigua que todavía funciona, otro vecino la puede recuperar. El jueves por la mañana el trabajador de turno se llama Marcos. “Aquí no había organización. Simplemente, pasaban”, recuerda sobre la etapa anterior.

En cualquier empresa es complicado encontrarse al jefe por las instalaciones acompañado a un visitante y echarle en cara todo lo que está mal, pero en el taller, uno al que conocen por el apellido, Carrillo, habla con lo que parece genuino orgullo: “Hay que levantar esto para arriba como sea, y lo estamos haciendo”. El taller de Esmasa también estuvo cerca de ser privatizado, pero aguantó. Hoy se encarga del 90% de las reparaciones, todas a cargo del personal de la casa. Para el resto, se licitó un contrato en el que se favorecía que las empresas fuesen de cerca de Alcorcón. Santos asegura que el dueño de un taller fue a darle un abrazo cuando leyó el pliego de condiciones. Era la primera vez que una empresa pequeña podía meter una cuña en un contrato de ese tipo. Santos dice que el ahorro es de 250.000 euros.

Los conductores de los camiones de basura de Alcorcón llevan ahora unos teléfonos nuevos vinculados a una red interna en la que van actualizando la recogida conforme la realizan, lo que permite adaptar las rutas de recogida. “Esto es gestión del conocimiento”, presume Santiago Anes, funcionario y director general de servicios, fichado del Ayuntamiento de Rivas-Vaciamadrid. “El único nuevo soy yo”, bromea. El siguiente paso es que la información se actualice automáticamente, tarea para la cual la ciudad ha logrado una subvención europea tramitada por el Centro para el Desarrollo Tecnológico e Industrial (CDTI), dependiente del Ministerio de Ciencia e Innovación.

El cambio no fue coser y cantar. En la plantilla hubo resistencias y algún despido. “Una cosa es creer en lo público, otra no querer ser eficiente. En el descontrol, hay una pequeña parte de la gente que vive muy bien”, reconoce Santos, que dice, no obstante, que la litigiosidad se ha reducido de más de 100 pleitos al año a siete u ocho. En la reunión de la mañana, una capataza evoca la caótica gestión de las bajas de la etapa anterior.

El plan del choque del jueves pone el foco en una zona del Ensanche. Amplias avenidas, bloques de edificios y espacios verdes, en una estampa similar a otras ciudades del sur de Madrid de rápido crecimiento. Por las calles hay más personal de limpieza que vecinos. Está la flamante máquina barredora eléctrica, están los sopladores de hojas, los desbrozadores, los limpiadores de grafitis. Por la cera solo se ve una pareja de mediana edad, Gregorio e Isabel. “Ahora hay que llevar gafas de sol, porque las aceras centellean”, se carcajea él. Más seria, Isabel rememora: “Era terrible, se tiraban los colchones apilados hasta 15 o 20 días. Aunque llamases”. “Había alcantarillas sin tapa, y con la hierba tan alta era un peligro”, apostilla Gregorio. La semana que viene, las cuadrillas irán a otro de los puntos marcados con chincheta roja en el mapa de la sede. A fecha de hoy, la comunicación de incidencias bajó un 80 por ciento, calcula la dirección.

El éxito aparente de la renovada Esmasa quiere aprovecharlo Santos para influir en el debate sobre la gestión de residuos de la comunidad. Entre el modelo de soterramiento y vertederos y el de reducción y revalorización de residuos, auspiciado por la UE, se entremezclan intereses empresariales y políticos. Alcorcón forma parte de la Mancomunidad del Sur, que incluye a 71 municipios. Tras las elecciones de 2009, la presidencia pasó a ocuparla Sara Hernández, la alcaldesa socialista de Getafe. Santos es vicepresidente. La nueva administración heredó un proyecto de ampliación del vertedero de Pinto por casi 60 millones de euros. “Si dedicásemos ese dinero a investigar en vez de a enterrar…”, lamenta el vicealcalde. En Alcorcón, de momento, apuesta por el compostaje, y a finales de julio firmaron un acuerdo con la Universidad Politécnica para un proyecto inicial en que se empleará la materia orgánica suministrada por el mercadillo municipal y los comedores escolares.

El cambio de tornas de Alcorcón ha llamado igualmente la atención de las grandes empresas del sector, como FCC, Urbaser u OHL, adjudicatarias del servicio en localidades de todo el país. “Hicimos un concurso pequeño para elaborar un mapa de las papeleras de la ciudad. En seguida llamaron de una de las grandes compañías para preguntarme, muy amablemente, en qué consistía”, cuenta Santos, que augura que la atención empresarial a este rival público irá en aumento. Mientras tanto, disfruta de la renovada sintonía con los vecinos. Durante los meses del confinamiento agradecieron la implicación de los trabajadores de recogida. “Nos mandaban hamburguesas, flores, tarjetas de felicitación”, asegura. Rosi, una empleada con 30 años de experiencia en la empresa, concluye, manguera en mano sobre una acera: “El cambio ha sido brutal”.