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OBITUARIO
Adiós a Susana Jiménez, la impulsora de los Paseos de Jane en Madrid

Susana Jiménez Carmona

Luis de la Cruz

Madrid —
4 de noviembre de 2024 17:56 h

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El pasado sábado 31 de octubre falleció en Córdoba Susana Jiménez Carmona, filósofa, música y artista sonora, entre otras líneas de una larga lista de intereses que explican bien su naturaleza inquieta.

En el bello obitario de la Sociedad Española de Estética y Teoría de las Artes la describen como “una verdadera cuidadora del sonido, una apasionada de la naturaleza, una pensadora atrevida y una luchadora tenaz”. El sonido era uno de sus hábitats afectivos y profesionales. En este medio, que habla de la ciudad de Madrid, recordaremos especialmente su etapa como impulsora del Paseo de Jane aquí, entre los años 2010 y 2016. En aquella época andaba, por cierto, liada con su tesis doctoral sobre el compositor contemporáneo Luigi Nono, que vio la luz como libro publicado el año pasado.

En 2007 se empezaron a realizar en Toronto los Jane's Walk en memoria de la urbanista Jane Jacobs, que había fallecido solo un año antes. Paseos colectivos y atentos a los problemas y características de los barrios que, con los ojos situados a la altura de la acera, se han extendido por todo el planeta desde entonces.

Susana Jiménez trajo la experiencia a Madrid y la puso en manos de las propias comunidades implicadas. En su versión madrileña, el Paseo de Jane era en esta época una experiencia de trabajo colectivo, autogestionado y asambleario que duraba meses, en el que el paseo final no era sino la celebración. El punto y seguido.

Era el Paseo de Jane pasado por la cultura de los movimientos sociales, que bullían entonces en ambientes de Lavapiés o Malasaña. Y, en sus ecos en los barrios, era un proceso de búsqueda y diálogo con los protagonistas locales, que diseñaban los itinerarios, guiaban los jirones de multitud y tomaban la palabra de forma improvisada en cada esquina, haciendo añicos cualquier intento de guion y horario establecido de antemano.

El primero, en 2010, fue en la Gran Vía. Los siguientes fueron llegando a distintos espacios sociales autogestionados y barrios de Madrid. A Lavapiés, Malasaña, Carabanchel, la Cañada Real, Tetuán, Vallecas, Arganzuela, Chamberí o la Cuña Verde.

La experiencia –una semilla que ha seguido germinando cada año– quedó contada en El paseo de Jane. Tejiendo redes a pie de calle (Modernito Books, 2016), editado por ella misma y Ana Useros. El proceso de elaboración del libro, nunca nada podía ser algo vulgar con Susana, volvió a reunir a mucha gente y gestarse entre debates y reuniones cara a cara.

Además de los paseos, estuvo en Cuidadoras de sonidos, donde, acompañada por la socióloga Anouk Devillé, siguió cultivando sus neuras compartidas: “lo sonoro, la ciudad, la vida en los barrios, la micropolítica, el software libre, la acción colectiva y la autogestión”.  En este proyecto fueron capaces de poner en relación la Cañada Real Galiana y la Gran Vía de Madrid a través de los escombros de la Cañada o explorar la subjetividad sonora de la gentrificación, entre otras notas.

Lo último en lo que estaba metida, a tenor de su propia web, era un trabajo ubicado en las dehesas salmantinas sobre los cascabullos, que significa cascabeles pero es también el término empleado en Salamanca para nombrar las cúpulas de las bellotas. Una escucha atenta, esta vez rural, al universo sonoro contenido en estos pequeños botones, que una vez fueron utilizados como silvatos por los pastores y se convierten, desde su encarnación de desecho, en un elemento fundamental en el “ciclo de los suelos y de los seres fascinantes que los habitan y componen”.

Susana ha hecho mucho más por la ciudad de Madrid que cualquier cronista de la Villa. Nos ha animado a caminar juntas y remover al paso las partículas de polvo de los barrios. A quedarnos mirando las motas en suspensión y comentarlo vecinalmente, compatibilizando la gracia de la cotidianidad con la mirada social que los tiempos –todos los tiempos– exigen.

En Madrid es costumbre que solo los muertos puedan nombrar una calle. Susana la merece –qué vamos a decir sus conjurados– pero, ¿tendría sentido encerrar su recuerdo en el estatismo grabado de una placa? Preferimos recordarla paseando.

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