Por Jesús Cámara, comisario de la exposición
La muerte debería ser suave y bella. Como debería ser la vida.
Il faut dormir
Tout dort
Il faut souffrir
La mort.
Il faut souffrir la mort
Le jour est mort
Dors
Le ciel en or Dort
dort dort dort dort dort dort!
(Paul Claudel, Le sommeil dans le chagrin,1905, Poésies. Ed. Gallimard, Collection Poésie, 1970)
La muerte debería ser suave y bella. Como debería ser la vida. Como lo es la obra de Paco Díaz. Desde muy joven sentí una fuerte atracción por los lugares de enterramiento. Recuerdo, siendo niño la primera visita al cementerio de San Eufrasio, en Jaén, mi ciudad natal y al de Toledo, donde viví tres años. En ellos, las alineaciones de los llamados cuarteles, los panteones de rotundo peso y presencia, las fotografías de difuntos, las distintas parafernalias embutidas en los cristales de los nichos. Más adelante mi gusto y estudios de arqueología me llevaron a los sepulcros ibéricos de La Guardia y de Porcuna, en Jaén. En Madrid, las sacramentales de San Isidro, San Justo, Santa María y Nuestra Señora de la Almudena no han dejado de ser una visita recurrente, especialmente esta última por razones que más adelante contaré. Siempre que viajo intento visitar los cementerios por pequeña que sea la localidad. Da igual Santiago de Chile, La Habana, Berlín, que Sepúlveda, Casabermeja o Granada.
De 2008 a 2011 siendo responsable de artes plásticas del Distrito de Ciudad Lineal y gracias al empeño del entonces Concejal Presidente del mismo D. Manuel Troitiño, coincidiendo con la Semana de la Arquitectura del COAM, organicé una exposición de fotografías en la que resaltaba los hitos de historia del Cementerio de la Almudena, enlazándolos con el urbanismo, la sociología, y las tendencias o estilos artísticos que contiene. Esta muestra fue un estímulo para organizar una serie de visitas guiadas al Cementerio de la Almudena durante los años siguientes que resultaron un rotundo éxito. No solamente visitábamos de manera exclusiva lo que será el futuro museo de carruajes funerarios, donde el más celebrado era el que recorrió las calles de Madrid con motivo del fallecimiento de Enrique Tierno Galván, sino las tumbas de Calvo Sotelo, Ramón y Cajal, Ataúlfo Argenta, Pérez Galdós o la pared de Las Trece Rosas.
Mi primer contacto con el artista fue a consecuencia del interés mutuo y atracción que en ambos ejercen los cementerios. Su obra me fascinó sobremanera desde siempre y esta muestra es una deuda moral y una obligación con el artista y con el espectador. La exposición RECUERDO TU NOMBRE no es sino una reivindicación de la muerte, de su particular belleza y de su poética única. Paco Díaz rescata del olvido lápidas torcidas, ajadas coronas de flores, angelitos rotos, con su polvo y su herrumbre, con sus pecados kitsch, y sus derroches banales, pero siempre con la extraña energía de lo que se agarra al suelo mirando al cielo; con la digna elegancia de lo que resiste al tiempo y la extinción.
El arte funerario es parte de la Historia del Arte, y ha sido motor fundamental de la creación artística desde el preciso nacimiento de nuestra especie, que es lo mismo que decir, que fue una de las primeras manifestaciones de lo que llamamos cultura. Y para que todos lo veamos, y lo sintamos, la sala de exposiciones de la Casa del Reloj se convierte en una suerte de caleidoscópico camposanto, acercándonos en estas fechas tan propicias de noviembre a una realidad ante la que siempre solíamos volver la cabeza y que únicamente la festividad de Todos los Santos y el Día de los Difuntos traía a nuestra cotidianeidad, aunque sólo fuera durante un fin de semana. Pero los últimos veinte meses de nuestra vida, en Madrid, en España, y en todo el mundo, nos ha hecho vivir una relación muy especial, y sin precedentes, con la muerte. Para eludirla, nos hemos quedado en casa, hemos suspendido los abrazos, y hemos negado besos que necesitábamos dar. Mientras tanto, cientos, miles, millones de muertos -propios y ajenos- se acumulaban fuera, en un tiempo extraño que deseamos no volver a vivir, pero que nunca olvidaremos. La experiencia que todos hemos vivido hace aún más vigente –casi candente- la propuesta artística de Paco Díaz en las series de esta exposición, que en una especie de profecía artística ya estaba produciendo años antes de la pandemia. En estos momentos se nos aparece más cercana, y casi intuitivamente entramos en el juego sensorial, estético y emocional que propone, el de la comparativa entre la visión del artista y nuestro recuerdo. Hoy más que nunca, Díaz recuerda sus nombres, los de los muertos que fueron y no conocimos. Para que no los olvidemos. Para que no se nos olvide.
El eje de esta exposición es el mundo silente e inanimado de la muerte, y del olvido. Un mundo de panteones, como pequeños templos paganos dedicados al culto de dioses muertos, a la memoria de los que antes de irse pagaron su último refugio, más con la intención de conservar su nombre que de recoger sus huesos. Nombres escritos que nadie lee porque nadie mira. Solo la soledad acaricia sus trazos; solo los líquenes lamen los surcos de las piedras. Es un mundo vacío, solo a veces habitado por una mujer; modelo ahora y siempre compañera inseparable del artista, que en las obras mostradas asume un papel premeditadamente ambiguo. Su figura aparece con toda una suerte de lecturas, como una deuda lejana, turista accidental, paseante metafísica, o quizás inconexa, pero sumergida en el entorno, y siempre, compartiendo con quienes le rodean el lenguaje sin voz de los que se fueron. Sin voz, pero con palabras talladas en piedra: esos nombres que Paco Díaz ahora nos recuerda. Son imágenes que en ocasiones nos sugieren una personalísima revisión de los bodegones de Vanitas, en los que el paso del tiempo tiene un papel omnipresente, como significante -más que como metáfora- de lo fútil de la vida, y de la belleza del arte. En otras obras, el nexo entre nuestro mundo y el de “los otros” son objetos descontextualizados: sillones, escaleras, esculturas minimalistas u hogares-palafitos imposibles que en el entorno sepulcral adquieren una fortísima carga simbólica: lo mismo nos retrotrae al pasado como nos hace volar a un futuro incierto y onírico. Y es que la convivencia -y la connivencia- de la realidad y la ficción es una constante en la obra de Paco Díaz, que siempre mueve y conmueve al espectador, y que enriquece de belleza conceptual sus creaciones.
La obra de Paco Díaz es un fruto perfecto de las vivencias personales del artista y de su amplísima formación intelectual. Entre esas lápidas y panteones fotografiados en viajes, surgen la alusiones al cine americano de los cincuenta, a la poesía simbolista, o a la pintura barroca sevillana. Son pequeños tributos que amalgama desde el objetivo de su cámara o de sus pinceles, en su personal universo creativo, siempre suspendido en el espacio y en el tiempo. Un particular reino de belleza siempre limpio, perfeccionismo técnico y plástico que parte siempre de un elevadísimo nivel de autoexigencia, presente tanto en su vida como en su obra. Las escaleras hacia el cielo siempre se asientan en la tierra, como su obra.
Para concluir, quiero expresar mi agradecimiento a todas las personas que han contribuido a hacer posible esta presentación en La Casa del Reloj, a Dª Cayetana Hernández de la Riva, Concejala Presidenta de la Junta Municipal de Arganzuela y al equipo de la Unidad de Cultura que desde el primer momento que conocieron el proyecto han volcado en él todo su entusiasmo e interés.