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La biblioteca y la librería de Pacífico que marcaron al escritor Juan Gómez-Jurado (y a muchos otros vecinos del barrio)

Una lumbre es un fuego que arde con una llama o brasa mientras proporciona luz y calor. La palabra se siente acogedora, como un buen libro que arropa entre sus párrafos. De hecho, La Lumbre es también uno de los lugares más queridos del barrio de Pacífico, en el distrito de Retiro. Así se encargó de exponerlo el archiconocido escritor y comunicador Juan Gómez-Jurado, en un vídeo viral donde reivindicaba la labor de este establecimiento y de la cercana biblioteca regional Elena Fortún.

“No hay más librerías por aquí, así que este es uno de los centros neurálgicos de la zona para la cultura”, explicaba el autor de Reina Roja antes de comprar un cargamento de libros de Belén Gopegui, Ana María Matute, Camila Fabri, Irene Vallejo... y otros escritos por él mismo.

Posteriormente, se desplazó hasta la Elena Fortún para entregar sus recientes adquisiciones al catálogo de la biblioteca. De paso, aprovechó para agradecerle a la mujer que le atendió que en su infancia no le expulsaran por rebasar el tope de cuatro libros prestados a la vez de su carné: “Os empezasteis a dar cuenta de que en la mochila llevaba más, pero que luego los devolvía. Entonces me quitasteis el límite para que dejaras de robarlos”. En Somos Madrid hemos querido conocer un poco más sobre ambos espacios, claves en el tejido cultural y social del entorno.

Al llegar a La Lumbre, en el número 48 de la calle Granada, Julia Ugarte (su responsable) conversa con Juan Ignacio. Es un cliente, sí, pero también uno de los impulsores del club de lectura que se reúne mensualmente en la librería. Para Juan Ignacio “es una bendición que un barrio como este tenga una librería tan buena, no es muy frecuente”.

Julia abrió su negocio en 2017. Por entonces “era un proyecto pequeño y de carácter familiar, casi destartalado”. Sin embargo, “ha ido evolucionado en paralelo a la respuesta del barrio”. Actualmente mantienen la llama de La Lumbre ella y otras dos empleadas.

Durante un tiempo contaron con un servicio de café y bebidas ahora eliminado, pero la decoración y la ambientación siguen creando una atmósfera muy cálida. Hay muebles que parecen de coleccionista y varios palés funcionan como estantería o escaparate, como si la belleza surgiera por casualidad. Disponen también de un amplio espacio para presentaciones en el que dan ganas de quedarse a vivr.

Otra zona, junto a la entrada, está dirigida a libros de segunda mano. A quienes los venden no pueden pagarles porque la normativa lo prohíbe, pero les ofrecen vales de descuento. Luego los sacan al mercado a precios simbólicos, por uno o dos euros: “No es una línea de negocio sino que más bien intentamos que la gente dé salida a libros que tienen por casa”.

Sobre el viral de Gómez-Jurado, Julia apunta que a nivel presencial apenas han notado cambios porque tienen una clientela muy fiel: “No es como en el centro, que alguien pasa de forma fortuita y compra. Aquí nos tienen como un punto de referencia”. Pero las peticiones, las consultas y las compras online han aumentado significativamente. “Es el vídeo más visto de la historia de nuestro Instagram y ni siquiera es nuestro”, bromea.

No obstante, cree que todo lo que hacen “a pie de realidad” se materializa mucho mejor y les aporta más tanto a ellas como a sus clientes que cualquier campaña digital. Cuenta que alguna presentación o firma de autores muy populares en redes no ha tenido una respuesta acorde en presencia física, mientras que escritores sin ni siquiera Facebook han convocado a un gran número de lectores gracias a sus contactos personales o el interés que genera su obra.

Las bibliotecas, epicentro de la vida de un barrio

Siguiendo la ruta del autor de El paciente, aunque sin una bolsa repleta de libros a cuestas, la siguiente parada es la biblioteca Elena Fortún (en el número 189 de Doctor Esquerdo), puntal de la agenda cultural de Pacífico desde su inauguración en 1990. Nos atiende su directora, Margarita Domínguez, que lleva 30 años trabajando en la red de bibliotecas de la Comunidad de Madrid y tres al frente de esta.

“Estamos en contacto continuo con todas las entidades del distrito: colegios, centros de salud, hospital, centros de mayores, organizaciones sociales... Queremos que sea un lugar para difundir la cultura, pero también un punto de encuentro e intercambio”, expone Margarita.

La estampa del lugar da cuenta de ello: una cuentacuentos embelesa a un grupo de niños entre los estantes de la sección infantil. Minutos después, el autobús del colegio viene a recogerles. Paralelamente, la primer planta está repleta de personas mayores que leen la prensa o algún libro. En la mesa de dos de ellos está dispuesto un tablero de ajedrez, aunque por el momento no se atreven a jugar. Y en la planta inferior, donde se encuentra la sala de estudio, decenas de jóvenes empiezan a encarar los exámenes de diciembre.

Sobre la anécdota de Juan Gómez-Jurado con la manga ancha de las bibliotecarias, dice que aunque existen unas normas a respetar por todo usuario “debemos tener muy claro que tratamos con personas”. Y añade: “Nuestro trabajo es escuchar a la gente que viene, sus necesidades de información bibliográfica o alfabetización digital. Desde hace años, las bibliotecas públicas apostamos por una línea trabajo basada en esta escucha”.

Lamenta, eso sí, el “desconocimiento” sobre la labor y el funcionamiento de las bibliotecas. Las recientes quejas, luego matizadas, del escritor Javier Castillo por el menoscabo económico que a su juicio le causa este servicio son un claro ejemplo. “La Comunidad de Madrid paga religiosamente lo que le corresponde de derechos de autor por préstamo”, asegura Margarita.

La bibliotecaria recuerda que entre sus adquisiciones no debe haber tan solo superventas: “No nos basamos únicamente en la moda. Tenemos una partida muy generosa par adquirir libros a la vez que seguimos criterios técnicos muy marcados para equilibrar el canon literario, áreas fundamentales del conocimiento y literatura más reciente. Compramos libros de fondo de armario a autores o editoriales con menos éxito. Y muchas veces escritores de poco tirón comercial permanecen luego en librería mucho tiempo con movimiento continuo. Es una forma de continuar con la vida de estos libros. Los usamos para clubes de lectura y todo tipo de actividades”.

En cuanto a donaciones como las de Gómez-Jurado, admite que en realidad no las aceptan porque “las bibliotecas tienen un límite de espacio que debe responder a esa colección equilibrada”. Apunta que esos libros que les cedió ya formaban parte del catálogo, aunque “están tan demandados que nunca podrías tener los suficientes para satisfacer la demanda”. No obstante, valora lo que el escritor ha querido destacar con su publicación: “Le agradecemos el gesto simbólico de apoyo a la biblioteca pública”. Porque un lugar como este, o como La Lumbre, no va solo de libros. En su dedicación hay algo menos tangible que el papel, un logro imposible de cuantificar: crear comunidades que comparten sus ideas, su tiempo y su barrio.