Comer en bares y restaurantes de Malasaña, además de otros apuntes gastronómicos.
Por Lu
Restaurantes Madrid
Hemos ido a un oriental al lado del mercado de Los Mostenses. Esa zona está llena de orientales varios, tanto concretos —chinos, tailandeses, japoneses, indios, coreanos y más— como genéricos. Lamian es genérico, ofrece platos chinos, japoneses, tailandeses, coreanos… un poco de todo. Porque es oriental, de Oriente, de Asia, y eso abarca un montón de cosas de las que no sabemos nada o sabemos poco, ¡el confusionismo ya llegó! Es como si estás en Japón y te dicen «vamos a ir a un occidental» y allí te encuentras una bonita carta donde ofrecen paella, cassoulet, wiener schnitzel, pizza napoletana, shepperd’s pie ¡y te quedas tan pancho! Pues a eso hemos ido, ¡a quedarnos panchos porque no entendemos nada, ni falta que nos hace! Porque antes era un chino o un japonés, aunque lo que ofrecían era una versión adaptada al mercado español de platos regionales que podían no tener nada que ver con la realidad, pero ahora vamos a por todas, vamos a por Oriente, ¡a lo grande! Y proponemos restaurantes orientales y, sí, muy rico todo, que lo cortés no quita lo valiente, pero… como idea es un poco dura si nos ponemos en el caso contrario (vamos a un occidental). Pero bueno, Europa siempre se ha mirado a su ombligo perfectamente, así que sigamos mirándonos a nuestro ombligo y pensemos que los demás son orientales, africanos y latinoamericanos sin tener en cuenta las características específicas de cada gastronomía, pero luego ¡que se les ocurra hacer la paella mal, que menuda la que les cae!
Un poco de música oriental, ah, que no, que es David Bowie, que era más bien británico, bueno, pues nada.
Lamian, por lo visto, significa La (estirar) y Mian (fideo), es decir, «estirar fideos» y se usa para hablar de fideos elaborados estirándolos, como es obvio. Qué obvio es todo.
El local es curioso, tiene las paredes pintadas de azul petróleo que contrastan con enrejados dorados, como de cárcel glamurosa, y frescos y tiras de leds en el techo. Luego, las sillas y mesas de madera son bastante vulgares teniendo en cuenta que el envoltorio —paredes, techos e iluminación— está bastante bien pensado. Un punto práctico en un escenario algo surreal y poco oriental, gracias a Dios. A mi modo de ver, la estética oriental en establecimientos de hostelería puede ser espeluznante, la china por exceso de rojo y dorado para obtener suerte y dinero o por dragones de madera propios de un parque temático de lo peorcito o paisajes supuestamente relajantes en papel que a mí me producen ganas de rajarlos con un cuchillo, la japonesa por maderas oscuras tipo mesón chungo con minimalismo zen que a veces raya en la miseria, la tailandesa, también, con sus maderas oscuras y sus templetes, la india con su alegre colorido como si de una fiesta en un establecimiento textil se tratara… Bueno, aquí están expuestos algunos de mis prejuicios, tengo bastantes y variados.
En este local, también hay espacio para detalles originales y bonitos, como la siguiente foto de una chica haciendo un globo de vacío existencial con el chicle vestida con traje negro y cuello bordado similar a gorguera que, de lejos, puede parecer la mujer barbuda. Interresting!
Empecemos por las bebidas. L. elige una caña doble de El Águila (2 €), es joven y viene de Alemania, no sé si le irá la caña, pero se la bebe sin problemas. Tienen una buena selección de vinos del Marco de Jerez, si queréis más información al respecto, leed el despiece de este mi artículo. M. y yo compartimos un fino Fernando de Castilla (3,25 €) y una manzanilla La Goya (2,85 €), el primero dedicado a un rey, Fernando III de Castilla y León, que parece ser vio en Andalucía un buen lugar, por clima y suelos, para producir vinos, allá en el siglo XIII, un tío con ojo, y la segunda dedicada a la cupletista Aurora Mañanós Jauffret conocida como «La Goya». El primero es un fino ligero, seco y suavemente cítrico, la segunda más untuosa, con mayor crianza, más intensa, con algo de camomila, lo propio de una manzanilla pasada.
Al elegir, comentamos al chico que nos toma nota que L. tiene alergia a los frutos secos, le pregunta a L. si tiene una inyección de no sé qué, por si acaso, L. le dice que no y entonces el chico le reprende «muy mal, entonces, te tendré que hacer una traqueotomía con el bolígrafo». L. queda ligeramente sorprendido, no mucho, la juventud actual tiene nervios de acero, o están muertos por dentro, no lo sé, parecen tranquilos, lo cual siempre es agradable. L., en particular, es pancho y nada conflictivo, ¡un 10 para él por eso, la mayoría de la gente que conozco es un conflicto con patas! M. y yo nos imaginamos el espectáculo de la traqueotomía con un bolígrafo de propaganda, vaya numerito gore, esperemos que no suceda, que L. está aquí de visita y tenemos cierta responsabilidad sobre el mismo por cuestiones familiares —es mi sobrino—, aunque ya tiene 18 años recién cumplidos y se comporta como un auténtico jubilado alemán en busca del sol y la tranquilidad, ¡la tranquilidad es lo que se busca! Me recuerda a un profesor universitario retirado. Durante la cena nos da una lección magistral sobre economía americana de los años 80-90, creo recordar, con profusión de terminología anglosajona especializada —que me dedico a traducir simultáneamente y le recuerdo que no olvide el español, que es importante para el CV, tanto como el inglés—, fascinante. Si algo he entendido es que nuestra curiosidad frente a él es inversamente proporcional a la suya frente a nosotros. Lo veo y pienso que yo también era algo jubilada de joven y de pequeña, pero tenía, por ello, bastante curiosidad por mis coetáneos, los adultos, como buena jubilada me gustaba estar con otros jubilados, me sentía en mi salsa. Sea como sea, con lo de las alergias, ¡cuidadín!, llevad vuestras medicinas, chavales, que la traqueotomía con un bolígrafo no es una opción recomendable.
Nuestro primer plato son langostinos al curry rojo (10,50 €). Ligeramente picantes, con una salsa con un gusto a curry muy leve y con ecos de leche coco, en la que destacan las verduras salteadas semicrudas y un marcado sabor a cítricos, creo que de lima y hierba limón y el cítrico propio del cilantro. Qué agradable sabor da la hierba limón, pero qué desagradable resulta topártela en la boca, es como comerse un trozo de bambú, te traslada demasiado a Oriente, es como si una mafia cualquiera te hubiera hecho comerte un biombo de bambú de un restaurante en una trifulca inesperada. Los langostinos son pocos, pero bien avenidos con la salsa. Resulta en plato tailandés agradable, suave, aunque echo de menos más sabor a curry rojo, más sabor ahumado, a pimiento.
Luego toca el har gow de gambas (6,75 €). Que son unos saquitos de suave masa de arroz rellenos de gambas trituradas mezcladas con clara de huevo y cocinados al vapor. Un bocadito delicado, elegante, con suave sabor a marisco y una textura similar a una gominola casera, agradable, se deshace en la boca sin que la propia boca intervenga, se derrite con su aroma marino y su acuosidad. ¡Deliciosos!
Es el momento de las empanadillas al vapor (6,50 €). Rellenas de pato, seta (imagino shiitake) y cebolleta. La masa es diferente a la anterior, más similar a una fina masa de pasta italiana y con un toquecito de dulzor, como si el pato estuviera bañado con una agradable salsa barbacoa coreana, con su azúcar moreno y su soja. ¡Muy sabrosas!
L. elige el renacimiento de lamian (12,50 €), que lleva carne de charsiu, caldo de miso y verdura. No lo pruebo así que no puedo decir cómo está. La carne de charsiu, por lo visto, es como llaman en China a la carne de cerdo, cinta de lomo normalmente, asada con salsa barbacoa china. Las salsas barbacoa son un comodín estupendo.
M. y yo nos decantamos por compartir un Jackie Chan no es Bruce Lee (15,25 €) descrito como lamian de rabo de toro en su caldo de pimiento de Sichuan. Supongo que será rabo de vaca, y no de toro, y de ahí que Jackie Chan no es Bruce Lee. Son parecidos, pero no son lo mismo. Y el pimiento de Sichuan tal vez sea pimienta de Sichuan, aunque eso sí que no lo tengo claro porque tenía el picante propio de esa pimienta, pero no ese fondo fresco, casi anisado, que deja la misma. Sea como sea, esta sopa china estaba sabrosísima, con un buen toque de picante y gusto concentrado a carne todo lo cual le aportaba fuerza a la pasta, etérea, suavecita, encantadora. Comer el rabo de torovaca con palillos es arduo, pero, haciendo un poco el cerdohumano uno lo consigue. Riquísimo conjunto agradablemente calórico.
Entre tanto, añadimos una copa extra de alcohol a la comida, un palo cortado Leonor (5,00 €) y un oloroso Maestro Sierra (3,65 €). Ambos excelentes, el primero más untuoso y maderoso, pero ambos llenos de matices, de aroma a frutos secos, a nuez en particular, a colonia masculina con cedro, en el buen sentido, un disfrute.
Continuamos. M. y yo con pad thai al wok (12 €), descrito como fideos de arroz, langostinos, chipirones, ternera y albahaca con topping de cacahuete. Aquí, la denominación nos trae una redundancia, pues creo que todos los pad thai son fideos salteados en wok, así que el wok sobra, pero bueno, supongo que será para hacerlo más descriptivo. Los tallarines de arroz tienen una textura resbaladiza encantadora y la salsa presenta todos los sabores característicos de los platos tailandeses, con su parte dulce, que la aporta la salsa de tamarindo, un toque de picante y gusto cítrico. Mezcolanza estupenda, en la que la ternera, los chipirones, los langostinos y la albahaca desaparecen para crear un compuesto sabroso al que los cacahuetes aportan un toque crujiente y las bondades propias de los frutos secos.
Somos insaciables, así que elegimos, para finalizar la parte salada, un pato mareado con salsa coreana (18 €). Se sirve con una especie de masas, tipo tortilla mexicana, con trocitos de verduras que resultan bastante curiosas y cuya textura recuerda a algo a medio camino entre una tortilla francesa y un frixuelo. El pato viene troceado en un cuenco son salsa barbacoa coreana y te lo «marean» en la mesa, es decir, lo mezclan perfectamente delante de ti. Este plato es realmente excepcional. Las delicadas y esponjosas «tortillas» hacen perfectamente de lecho para un pato mareado meloso, sabrosón, dulce-salado-vigoroso, ¡riquísimo!
Y, de postre, una original cheesecake con té matcha (5,75 €). Una suavísima tarta de queso de nevera —la que estaba de moda tiempo atrás, antes de que se pusieran de moda las tartas de queso de horno, ¡qué pesadillos!—, con base de galleta con mantequilla y una agradable crema aromatizada con té matcha. El té matcha es un té verde en polvo chino que parece ser que te soluciona todos los problemas de salud que puedas tener en un plisplás —a lo mejor también los económicos, habría que probar— y que tiene un sabor extraño a salvia, sin la fortaleza de la misma pero sí con su amargor, a polvo y a pistacho, algo raro. Muy suave, agradable, venía decorada con frutos rojos desecados.
En resumen, este lugar tiene una muy buena relación calidad-precio, ofrece vinos del Marco de Jerez perfectos para combinar con una cocina sabrosa, exótica, potente y variada. El personal que atiende es particularmente amable. Muy recomendable para parejitas que buscan un momento exótico y luchar con los palillos contra elementos no pensados para ellos.
Aquí la web de Lamian, restaurante que pertenece a Soy Kitchen (este últimos sito en calle Zurbano): lamianconcept.com
Bueno, pues Feliz Navidad, Mr. Lawrence.
Cómo me gusta esta película, ¡qué barbaridad!
P.S. Y que el 2023 sea pancho, como L., como intento serlo yo, como quisiera que fuera todo el mundo. Y, nada, si queréis realizar un acto totalmente revolucionario, ahí, a lo loco, ¡no compréis lotería de Navidad! Es algo bastante penoso que el Estado practique el tocomocho con todo un país y que todo un país esté encantado dejándose tomar el pelo. Nuestros políticos saben tocar la fibra sensible, la esperanza. ¡Qué repelús todos nuestros políticos! Esta última frase no es nada pancha, está visto que no consigo la panchitud, vaya.
Hemos ido a un oriental al lado del mercado de Los Mostenses. Esa zona está llena de orientales varios, tanto concretos —chinos, tailandeses, japoneses, indios, coreanos y más— como genéricos. Lamian es genérico, ofrece platos chinos, japoneses, tailandeses, coreanos… un poco de todo. Porque es oriental, de Oriente, de Asia, y eso abarca un montón de cosas de las que no sabemos nada o sabemos poco, ¡el confusionismo ya llegó! Es como si estás en Japón y te dicen «vamos a ir a un occidental» y allí te encuentras una bonita carta donde ofrecen paella, cassoulet, wiener schnitzel, pizza napoletana, shepperd’s pie ¡y te quedas tan pancho! Pues a eso hemos ido, ¡a quedarnos panchos porque no entendemos nada, ni falta que nos hace! Porque antes era un chino o un japonés, aunque lo que ofrecían era una versión adaptada al mercado español de platos regionales que podían no tener nada que ver con la realidad, pero ahora vamos a por todas, vamos a por Oriente, ¡a lo grande! Y proponemos restaurantes orientales y, sí, muy rico todo, que lo cortés no quita lo valiente, pero… como idea es un poco dura si nos ponemos en el caso contrario (vamos a un occidental). Pero bueno, Europa siempre se ha mirado a su ombligo perfectamente, así que sigamos mirándonos a nuestro ombligo y pensemos que los demás son orientales, africanos y latinoamericanos sin tener en cuenta las características específicas de cada gastronomía, pero luego ¡que se les ocurra hacer la paella mal, que menuda la que les cae!
Un poco de música oriental, ah, que no, que es David Bowie, que era más bien británico, bueno, pues nada.