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OPINIÓN | 'La penúltima baza', por Antón Losada

La culpa de las mujeres, un arma de manipulación masiva

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“Mira, mamá nos abandona para irse con sus amiguitas”. Es lo que tuvo que escuchar, de boca del padre de sus hijas, una de mis pacientes después de meses dedicados a la crianza, aislada y con el autocuidado justo de ducharse cuando todos los demás estaban atendidos. Por supuesto, Marta (nombre ficticio) se enfadó. Y cuando dijo que ese comentario no le había gustado nada, él arguyó que era una broma. Una broma es una broma cuando nos reímos todos. Si no, es una humillación, un intento de manipulación o amabas.

“Mamá nos deja para ir a buscar a otro papá”. Esta es la perla que escuchó otra de mis pacientes (Ana, o María, da igual) también de boca del padre de sus hijas cuando después de 9 meses de embarazo, 9 meses de lactancia y 5 meses de dieta decidió arreglarse para acompañar a una amiga al concierto de un tipo que había conocido por internet. Su marido, no contento con el comentario la iba persiguiendo por la casa asestándole collejas suaves a las él denominaba, en tono jocoso, humillantes.

He querido poner estos dos ejemplos para ilustrar cómo la culpa socava nuestra ira, nuestra capacidad para defendernos y tomar nuestras propias decisiones.

Para Harriet Lerner, “el enfado y la culpa son prácticamente incompatibles. Si nos culpabilizamos por no dar lo suficiente o no hacer lo suficiente, es poco probable que nos sintamos enfadadas por no obtener lo suficiente; y  si nos sentimos culpables por no cumplir adecuadamente el papel femenino establecido, no dispondremos ni de energía ni de lucidez para cuestionar el papel en sí o su origen. Nada consigue entorpecer tan eficazmente el reconocimiento de la ira como culpabilizarse o dudar de una misma. La sociedad promueve de tal manera estos sentimientos en las mujeres que muchas de nosotras seguimos sintiéndonos culpables cuando no cumplimos con nuestra función de ser una estación de servicio emocional para los demás.”

Y continúa más adelante es su libro La danza de la ira: “Tampoco resulta sencillo reunir el coraje necesario par dejar de sentirnos culpables y comenzar a utilizar nuestra ira para cuestionar y definir lo que es justo y apropiado para nuestras vidas. Y si llegamos al punto de plantearnos en serio el cambio, puede que los otros intensifiquen sus tácticas de inducción a la culpabilidad. Es posible que nos llamen egoístas, inmaduras, egocéntricas, rebeldes, poco femeninas, neuróticas, irresponsables, mezquinas, frías o castrantes. Quizá tales infamias sobre nuestro carácter y feminidad sean más de lo que muchas de nosotras podemos soportar. Cuando nos enseñan que nuestra valía e identidad residen en amar y ser amadas, resulta demoledor que se cuestione nuestro atractivo y feminidad. En este caso es muy tentador volver a rastras pidiendo disculpas, al ”lugar que nos corresponde“ a fin de recuperar la aprobación de los demás.”

Nos lanzan la culpa para manipularnos, pero nosotras recogemos el guante de buena gana de la misma manera que una criatura maltratada se culpabiliza del maltrato.

Gabor Maté nos explica cómo: “Una niñas que sufre (…) tiene dos opciones para procesar su experiencia. Puede concluir que las personas de las que espera amor son incompetentes, maliciosas o inadecuadas para la tarea, y que está completamente sola en este mundo aterrador; o que ella misma tiene la culpa de, bueno, de todo. Por dolorosa que sea la segunda explicación, es mucho mejor que la primera, que pinta un cuadro que amenaza la vida de un ser joven sin el menor poder o recurso. La primera opción no es una opción en absoluto. Es mejor creer ”Es culpa mía“ o ”Soy mala“, lo que permite creer que existe la posibilidad de que ”si trabajo duro o soy buena, mereceré amor“”.

Lo que luego será una creencia limitante de indignidad y de culpa crónica surge para salvarnos la vida en ese momento cuando no había otra opción.

Pero ahora, tanto Marta como Ana siendo adultas tienen otras opciones. Ninguna de las dos se doblegó a la voluntad del manipulador/maltratador y siguieron con sus planes. Lo hicieron sintiéndose culpables, de momento, pero el guion de sus vidas cambió. Y si te preguntas si se divorciaron la respuesta es sí, con el tiempo, cuando estuvieron preparadas y reunieron las fuerzas suficientes tomaron esa valiente decisión.

“Mira, mamá nos abandona para irse con sus amiguitas”. Es lo que tuvo que escuchar, de boca del padre de sus hijas, una de mis pacientes después de meses dedicados a la crianza, aislada y con el autocuidado justo de ducharse cuando todos los demás estaban atendidos. Por supuesto, Marta (nombre ficticio) se enfadó. Y cuando dijo que ese comentario no le había gustado nada, él arguyó que era una broma. Una broma es una broma cuando nos reímos todos. Si no, es una humillación, un intento de manipulación o amabas.