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Gracias Gisèle

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Me levanto un día, miro Instagram mientras desayuno y me encuentro con un señor encima de un escenario cantando una canción vomitiva en la que narra como viola a una niña mientras el público le corea. Resulta que se trata del alcalde de Vita, un pueblo de Ávila de 79 habitantes. En sus disculpas alega que es un himno tradicional del pueblo. Genial.

Al rato leo que en Francia empieza el juicio contra 51 hombres que violaron a una mujer. El marido con el que llevaba casada 50 años la drogaba y la ofrecía a través de una web. Todo salió a la luz cuando le pillaron grabando por debajo de las faldas de varias mujeres. La policía accedió a su ordenador y encontró una carpeta con nombre “Abusos” en la que tenía los vídeos de las violaciones a su mujer inconsciente. 

Me estaba costando procesar la información y me sentía abatida ante tanta mierda pero lo de llamarle a la carpeta “Abusos” me terminó de desplomar. ¿En serio? ¿Se puede tener tan interiorizada la cultura de la violación y tener una sensación de impunidad tan grande como para no esconder de alguna manera esa atrocidad? ¿Se le ocurriría al señor Dominique Pelicot tener una carpeta en su ordenador con nombre “Delitos fiscales”?

El escritor David Foster Wallace, utilizó esta parábola en un discurso de graduación: dos peces se cruzan con un anciano de su especie, que los saluda alegremente: “Bueno días, muchachos. ¿Qué tal está el agua?”. Y los dos pececillos siguen nadando un rato, hasta que uno mira al otro y le pregunta: “¿Qué demonios es el agua?”. Según Wallace:  “las realidades más obvias, ubicuas e importantes son muchas veces aquellas que más nos cuesta ver y sobre las que más nos cuesta hablar”. En apariencia podría sonar como “una perogrullada banal”, pero “en las trincheras cotidianas de la existencia adulta, las perogrulladas banales pueden ser asunto de vida o muerte”.

Y, ¿sabemos cómo es el agua en la que vivimos? ¿Cómo es la cultura en la que nos movemos? Sí, es sexista, misógina, patriarcal y está atravesada por la cultura de la violación. 

Jia Tolentino en su ensayo Falso espejo nos recuerda que “durante siglos, la violación ha sido entendida como un delito contra la propiedad, de ahí que al criminal se lo castigase a menudo con la imposición de una multa, que debería pagar al padre o al marido de la víctima. Hasta los años ochenta, la mayoría de las leyes de Estados Unidos relativas a la violación especificaban que el marido no podía ser acusado de violar a su esposa. La violación, hasta hace poco parecía la norma. (…) No existe ningún otro delito que sea tan frustrante y tan punitivo como la violación. Ningún otro delito violento viene con una coartada incorporada que, de forma inmediata, exonera al delincuente y desplaza la responsabilidad a la víctima.”

Lo triste es que se sigue normalizando esta brutalidad, las víctimas siguen indefensas, las consecuencias para su salud física y psicológica son terribles. Su vigencia en el imaginario colectivo es escalofriante y muy peligrosa. Para muestra un botón, dos. Uno de los acusados, Redouane E. de profesión enfermero, no entiende por qué le tratan como a un criminal si Dominique “le había ofrecido” a su esposa“.  Otro acusado, Simon M. declaró a los investigadores: ”Es su mujer. Pude hacer con ella lo que quiere“. Nada más que añadir.

A las mujeres en temas de abusos sexuales, por norma, no se nos cree. La inmensa mayoría de las denuncias terminan archivadas. Pero Gisèle cuenta con los vídeos que tan diligentemente atesoró su marido y ha tomado la decisión de mostrarse porque no tiene de nada de lo que avergonzarse. Quiere contar su historia para que sea escuchada y conocida “en nombre de todas esas mujeres que tal vez nunca serán reconocidas como víctimas”. 

Ahí tenemos Gisèle sirviendo, como dirían los jóvenes, a sus 71 años y no puedo parar de aplaudirle y de darle las gracias. Su decisión es muy sanadora y sobre todo abre una grieta en el agua y nos da oxígeno al resto de las mujeres. 

Rebecca Solnit en su libro de obligada lectura Los hombres me explican las cosas afirma a nivel personal que:

  • Tener derecho a mostrarse y a hablar es básico para la supervivencia, la dignidad y la libertad.
  • La capacidad de contar tu propia historia, sea en palabras o en imágenes, ya supone una victoria o una rebelión.
  • Contar tu historia, y que los hechos y quien los relatan sean reconocidos y respetados, es aún uno de los mejores métodos que tenemos para superar los traumas.
  • El silencio, como el infierno de Dante, tiene sus círculos concéntricos. El primero es el de las inhibiciones internas, inseguridades, represiones, confusiones y la vergüenza que hacen de difícil a imposible hablar, y que van de la mano del miedo a ser castigada o condenada al ostracismo por hacerlo.

Pero como ha declarado Gisèle la vergüenza debe cambiar de bando.

Y por otro lado, a nivel colectivo la decisión de Gisele suponen un empujón que nos obliga a replantearnos nuestras creencias más arraigadas, nuestra forma de vivir, en esencia a cambiar nuestra cultura, nuestra manera de mirarnos y de funcionar. Así avanza el feminismo intercalando periodos de aparente calma con despertares colectivos como este o, como fue en España, el No estás sola del caso de “La manada”.

Mi abatimiento inicial al conocer la noticia se ha tornado esperanza. Gracias, Gisèle, gracias.

Me levanto un día, miro Instagram mientras desayuno y me encuentro con un señor encima de un escenario cantando una canción vomitiva en la que narra como viola a una niña mientras el público le corea. Resulta que se trata del alcalde de Vita, un pueblo de Ávila de 79 habitantes. En sus disculpas alega que es un himno tradicional del pueblo. Genial.