En Madrid hay más mascotas —perros, sobre todo— que niños menores de diez años. Lo mismo ocurre en España —y en todo el mundo en desarrollo—, aunque el dato nacional es aún más llamativo: más hogares habitados por mascotas que por menores de 15. Y esto es sólo el cálculo de finales de 2020. Si en el lustro anterior a la pandemia el incremento del número de animales de compañía era del 40% con respecto al periodo anterior y se sabe que el coronavirus está empujando bien fuerte la adopción y compra de perros (y gatos), habrá que ver cómo va subiendo ese porcentaje. De momento, basta con ir por la calle con los ojos abiertos: está llena de canes y, entre ellos, muchísimos cachorros. Está tan llena que hasta yo tengo una de ocho meses.
Hay un montón de análisis que hacer apoyándose en esta tendencia: sobre las soledades; sobre el descenso en picado de la natalidad y el envejecimiento de la población, sus causas y consecuencias; sobre los cambios de costumbres vitales post pandemia; sobre los derechos y el bienestar animales y nuestra forma de relacionarnos con ellos; sobre las corrientes estéticas y su capacidad de llegar a los aspectos más profundos de nuestra existencia; e incluso sobre micro y macroeconomía. Son todos interesantes y pertinentes, pero no es necesario salirse de lo concreto para encontrar un tema del que escribir: hay mogollón de perros en las calles, tenemos un conflicto urbano bullendo y a uno le vienen un montón de preguntas al respecto.
¿Alguien está pensando en el necesario aumento de los servicios dedicados a las circunstancias de los canes: limpieza, seguridad, infraestructuras…? ¿Cómo y quién debería costear esos servicios? ¿Cuáles son los problemas de convivencia que surgen de la presencia de todos estos nuevos habitantes de la urbe? ¿Qué formas de relación se van a establecer? ¿Van a provocar movimientos de población? ¿Hablaremos en breve de procesos de cantrificación?
A pesar de lucir una dolorosa carencia de espacios verdes y unas condiciones de habitabilidad que en principio no parecen las mejores para la compañía animal, el distrito Centro de Madrid es uno de los más poblados por perros (una proporción de dos por niño en 2019). Y se nota. El conflicto está latente y muchas veces presente en las calles y los parques en los que comparten espacio los perros y sus dueños con familias con niños, personas mayores, personas sin hogar, quienes hacen deporte, quienes hace botellón, quienes no hacen nada…
En estos meses de experiencia perruna, he conocido a más vecinos del barrio que nunca (no todos al final de una correa), he mantenido montones de conversaciones (la mayoría mono y perrotemáticas, eso sí), he visto bastantes peleas caninas y algunas humanas por asuntos caninos, la policía secreta (¿canina?) me ha enseñado la placa tres veces por distintos motivos, he recogido decenas de cacas y pisado algunas unidades más de lo acostumbrado, he sorteado montones de cristales rotos, he asustado sin querer a niños y padres, he perdido unas diez pelotas de tenis, he conocido la existencia de virus y parásitos hasta ahora ignotos, he escuchado demasiados ladridos, muchos también humanos y, en general, me he dado cuenta de que tenemos este asuntillo que se nos puede ir de las manos en cualquier momento.
Hace unos días, los paleontólogos que buscan restos en el yacimiento del Cerro de los Batallones, en Torrejón de Velasco, han encontrado un fósil de un animal que parece ser una mezcla entre perro y oso, aunque en realidad no esté emparentado con ninguna de las dos especies. Una noticia que me deja botando el cierre de este texto: a medida que la ciudad vaya siendo más y más de los perros, ¿llegaremos a ver un cambio del escudo en el que sea un can el que se arrime al madroño… a mear?
En Madrid hay más mascotas —perros, sobre todo— que niños menores de diez años. Lo mismo ocurre en España —y en todo el mundo en desarrollo—, aunque el dato nacional es aún más llamativo: más hogares habitados por mascotas que por menores de 15. Y esto es sólo el cálculo de finales de 2020. Si en el lustro anterior a la pandemia el incremento del número de animales de compañía era del 40% con respecto al periodo anterior y se sabe que el coronavirus está empujando bien fuerte la adopción y compra de perros (y gatos), habrá que ver cómo va subiendo ese porcentaje. De momento, basta con ir por la calle con los ojos abiertos: está llena de canes y, entre ellos, muchísimos cachorros. Está tan llena que hasta yo tengo una de ocho meses.
Hay un montón de análisis que hacer apoyándose en esta tendencia: sobre las soledades; sobre el descenso en picado de la natalidad y el envejecimiento de la población, sus causas y consecuencias; sobre los cambios de costumbres vitales post pandemia; sobre los derechos y el bienestar animales y nuestra forma de relacionarnos con ellos; sobre las corrientes estéticas y su capacidad de llegar a los aspectos más profundos de nuestra existencia; e incluso sobre micro y macroeconomía. Son todos interesantes y pertinentes, pero no es necesario salirse de lo concreto para encontrar un tema del que escribir: hay mogollón de perros en las calles, tenemos un conflicto urbano bullendo y a uno le vienen un montón de preguntas al respecto.