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La inmigración tiene la culpa

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Estamos acordándonos de la familia de Lamine y de la de Nico pero podríamos recordar a las cuidadoras que se encargan de las nuestras. O pensar en quienes recogen la fruta y la verdura que comemos y exportamos. O en los que nos llevan la pizza a casa en bici por cuatro monedas. Podríamos echar un vistazo a la historia, a las consecuencias de los procesos de colonización, a las razones para la partida. O hacer el esfuerzo por comprender que la ilegalidad es la condición necesaria para mantener una clase trabajadora sin capacidad para rebelarse contra su explotación. Podríamos no dejarnos llevar por la corriente impuesta. Pero no.

La inmigración se ha convertido casi en una serpiente de verano, esa noticia sorprendente que sale a portada porque no hay más. No llega a serlo por varias razones: porque hay muchas otras muy relevantes que están siendo apartadas detrás de ésta, porque no es una sorpresa sino consecuencia de un ejercicio de distracción ya muy conocido y porque, por todo ello, va a durar bastante más que este verano. 

De Alvise a Feijoo, de Quiles a Soto, de Cano a todos los medios y canales que sacan provecho más o menos consciente de la difusión de esos discursos, la estrategia de agit-prop está siguiendo el manual habitual. Desde hace siglos, el señalamiento a judíos, gitanos, negros, inmigrantes y, en general, los otros, ha servido para apartar la atención de problemas estructurales. Generalmente, ha sido una práctica facilitada por las mismas élites responsables de los problemas que se quieren tapar. 

Funciona así: en una situación de desequilibrio, sometimiento o incluso tiranía, se crea una realidad paralela a partir de circunstancias existentes en la que se señala como culpable al grupo más vulnerable de entre los que sufren los efectos de ese contexto. Se enciende la mecha a partir de argumentos identitarios y de seguridad y se fomentan y amplifican los estallidos consecuentes y se toman decisiones “porque las está pidiendo a gritos la opinión pública”. 

¿Cuál es el contexto actual? Es tan conocido como largo y complejo de explicar, pero, por resumir: una crisis pertinaz económica que es más bien sistémica, relacionada con un agotamiento del modelo y de los recursos, que provoca una desigualdad galopante que ya afecta a las clases medias, que son más débiles y exiguas. Una emergencia climática que, además de muchas otras cosas, provoca y va a provocar más migraciones. Una segregación cada vez mayor por clase e ideología tanto en la ciudad física como en la digital. Un avance del egoísmo, la insolidaridad y la insensibilidad que forma parte de la cultura asociada al capitalismo pero que se ha visto acelerado en los últimos tiempos por la falsa promesa de la singularidad transmitida por los nuevos medios y canales. Una sociedad que a veces es incapaz de diferenciar lo circunstancial de lo relevante, aturdida como está por un ruido permanente que sirve como conductor de teorías de la conspiración que señalan los culpables que no son. 

¿Quién es responsable de que el precio de la vivienda sea un problema para casi toda la población en casi todo el mundo? ¿A quién acusamos de la dependencia, inestabilidad e inflación de los recursos energéticos? ¿Quién está detrás de la subida de la cesta de la compra, de las guerras y de la desaparición de modelos productivos y la ausencia de alternativas? 

Decir esto no excluye reconocer que la inmigración es un asunto lleno de aristas. Claro que hay conflictos con las personas que llegan. Por supuesto que hay líos de convivencia. No puede ser de otra manera. Son traumas causados no sólo por las diferencias culturales —como señalan quienes quieren evitar ser acusados de racistas, pero no son capaces de escapar de la xenofobia—, sino, sobre todo, por las condiciones del mismo viaje, las de salida, las del recorrido y las de llegada. Por la ilegalidad y, por tanto, fragilidad y miseria del proceso y también por la miseria y fragilidad que aguarda en destino. 

Hay muchos problemas relacionados con la inmigración, sí. Pero no se conoce problema que se haya solucionado tapándolo con un muro. Ni siquiera se puede acabar con un conflicto aplastando a la parte débil porque eso sólo lo hará multiplicarse de otras maneras. Lo sabemos porque ha pasado antes y, aún así, en eso estamos.

Estamos acordándonos de la familia de Lamine y de la de Nico pero podríamos recordar a las cuidadoras que se encargan de las nuestras. O pensar en quienes recogen la fruta y la verdura que comemos y exportamos. O en los que nos llevan la pizza a casa en bici por cuatro monedas. Podríamos echar un vistazo a la historia, a las consecuencias de los procesos de colonización, a las razones para la partida. O hacer el esfuerzo por comprender que la ilegalidad es la condición necesaria para mantener una clase trabajadora sin capacidad para rebelarse contra su explotación. Podríamos no dejarnos llevar por la corriente impuesta. Pero no.

La inmigración se ha convertido casi en una serpiente de verano, esa noticia sorprendente que sale a portada porque no hay más. No llega a serlo por varias razones: porque hay muchas otras muy relevantes que están siendo apartadas detrás de ésta, porque no es una sorpresa sino consecuencia de un ejercicio de distracción ya muy conocido y porque, por todo ello, va a durar bastante más que este verano.