“Si en Londres les pica un huevo, aquí todo el mundo se arrasca”. Estamos en julio de 2022 pero hay cosas que todavía suenan como esta canción de La Polla Records de 1985. “¿Qué hacen ahora en Londres?”, se preguntaba en ella Evaristo para mostrar esa manía de por aquí de creer que todo lo de allí era algo a imitar. Una manía que, como hemos visto en Madrid esta semana, sigue viva.
Londres es una de las peores ciudades del mundo para vivir. Lo dice un índice elaborado cada año tras una encuesta a más de 12.000 expats pero lo dice también cualquiera que haya pasado allí más que unas breves vacaciones o quien conozca a alguien que habite en la capital británica. Lo normal allí es tremendo. Cosas que son normales en Londres desde hace mucho tiempo: trabajar de dependiente o de camarero y tener que compartir no ya piso, sino habitación. Vivir en un cuchitril a un par de horas en transporte público de tu trabajo. Tener varias faenas y no llegar a fin de mes. No ver casi nunca a tus amigos o familiares. Estar solo, ser pobre, subsistir.
Todo esto empieza a pasar en Madrid pero allí nos llevan mucha ventaja en el absurdo modelo impuesto. Londres es un parque temático para ricos en el que los que aquí serían clase alta también lloran: sin coche ni casa en propiedad, sin servicio, sin capacidad de ahorro. Londres es otra liga. Es una de las dos o tres capitales del mundo, el icono de la ciudad global, la urbe más desigual de los países desarrollados.
Londres empezó a ser invivible precisamente en esos 80, cuando Margaret Thatcher y Ronald Reagan convirtieron la economía en un asunto financiero y el mundo entero en un tablero de Monopoly, un juego en el que buena parte de los billetes acababan pasando por la City. Hasta entonces, cuando La Polla Records ridiculizaban el deslumbramiento por lo londinense se referían, sobre todo, a la cultura e incluso la contracultura. La capital británica era el faro para quien quería ser moderno porque allí sucedían muchas cosas y surgían nuevas corrientes artísticas, musicales, visuales. Eso era cuando allí aún había tiempo para hacer, no el justo para sobrevivir. La situación se fue poniendo imposible y después de los 90, con las expresiones de música electrónica y arte urbano, Londres no ha exportado nada culturalmente interesante. Los inversores no crean nada, sólo compran todo.
Evaristo y La Polla estaban llamando catetos a sus punkies contemporáneos por copiar sin criterio lo que veían en las postales llegadas de Londres. Cosa fea eso de imitar crestas pero no muy dramática. ¿Cómo llamarían a unos gobernantes que anuncian su plan para imitar a la capital mundial de la desigualdad y acabar definitivamente con cualquier posibilidad de calidad de vida en Madrid?
“Si en Londres les pica un huevo, aquí todo el mundo se arrasca”. Estamos en julio de 2022 pero hay cosas que todavía suenan como esta canción de La Polla Records de 1985. “¿Qué hacen ahora en Londres?”, se preguntaba en ella Evaristo para mostrar esa manía de por aquí de creer que todo lo de allí era algo a imitar. Una manía que, como hemos visto en Madrid esta semana, sigue viva.
Londres es una de las peores ciudades del mundo para vivir. Lo dice un índice elaborado cada año tras una encuesta a más de 12.000 expats pero lo dice también cualquiera que haya pasado allí más que unas breves vacaciones o quien conozca a alguien que habite en la capital británica. Lo normal allí es tremendo. Cosas que son normales en Londres desde hace mucho tiempo: trabajar de dependiente o de camarero y tener que compartir no ya piso, sino habitación. Vivir en un cuchitril a un par de horas en transporte público de tu trabajo. Tener varias faenas y no llegar a fin de mes. No ver casi nunca a tus amigos o familiares. Estar solo, ser pobre, subsistir.