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Modelo turístico, políticas de dibujos animados y fango

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Ahora puedes alojarte en la casa de Up. Suspendido en el aire como si fueras el viejo y entrañable Carl, colgado de 8.000 globos sobre las áridas tierras de Abiquiú, Nuevo México, en Estados Unidos. Puedes hacerlo gracias a una nueva campaña de marketing de Airbnb que, bajo el nombre de Icons, ofrece alojamiento también en la mansión de la Patrulla X, la casa de la película Purple Rain, de Prince, y otros lugares más o menos fantásticos. Qué más da que no seas un dibujo animado, qué importa que los globos estén sujetos por una grúa. Lo importante es la experiencia. La industria turística lleva años enganchada a este sustantivo al que nunca le añade el adjetivo necesario —conviene recordar que las experiencias pueden ser buenas, malas o regulares, entre otras muchas cosas— y que, por lo que se ve, ya asume como pura ficción.

El problema es que el modelo turístico vuelve a ser un problema y que la ficción está por todas partes menos en la vida de la gente, que protesta con razones muy reales. Las recientes manifestaciones en Canarias son el síntoma de que hay algo que va fatal y la pista de lo que puede venir en otros territorios. En cualquier caso, no son novedad.

Recordemos: antes de marzo de 2020 ya existía un malestar muy notable entre la población de territorios de todo el mundo. Aquello se llamó aquí turismofobia y, aunque en algunas regiones se tomaron medidas, sólo la pandemia del Covid-19 consiguió parar la tendencia. Los meses de confinamiento y el tiempo de pasaportes de vacunación y restricciones de vuelos frenaron los movimientos turísticos y algunos ingenuos llegamos a pensar que las cosas podían cambiar. No fue así. La nueva normalidad y el saldremos mejores fueron eufemismos para un ejercicio de doctrina del shock sacado del manual descrito por Naomi Klein.

El miedo provocado por el parón económico consecuencia del virus ha posibilitado la ampliación de las infraestructuras y de las ambiciones del sector, que hoy vuelve a celebrar los récords de visitantes como si fueran victorias colectivas. No lo son. El modelo, sea el llamado “turismo de calidad” o el low cost, sigue caracterizándose por ofrecer empleo precario, estacional y temporal, su impacto en la oferta y el precio de la vivienda es cada vez más obsceno y su influencia en las dinámicas urbanas y sociales descoloca tanto a vecinos como a los propios turistas, que en muchos casos acaban decepcionados al entender que la experiencia buscada no es más que un sucedáneo de una realidad que ya no existe.

La ficción y el marketing también dominan la acción y el discurso que aquéllos que deberían velar por el bien común. En España, ayuntamientos y comunidades autónomas declaran su preocupación por la emergencia habitacional y otros derivados de la tormenta de visitantes al mismo tiempo que ponen buena parte de acción política en medidas para que no escampe. Lo mismo que hace el gobierno central. 

En enero, en FITUR, Pedro Sánchez aplaudía las nuevas marcas turísticas y anunciaba la mayor inversión en infraestructuras aeroportuarias en diez años: 2.400 millones de euros para la ampliación de Barajas. El acto se titulaba “Sostenibilidad social: diseñar hoy el turismo del mañana”. He aquí un buen ejemplo de política de dibujos animados.

También parece serlo su proclamada y reciente preocupación principal. Hay una Ley de Vivienda en la que se olvidaron de las VUT (viviendas de uso turístico) y que sólo Cataluña y un puñado de municipios están intentando aplicar, un anuncio del fin de la Golden Visa, promesas de construcción de nosecuántos desarrollos protegidos y una ministra del ramo que a veces dice que hay que pensar en planear algo para limitar esas VUT. 

Pero, por manifestar una de las muchísimas dudas que surgen de todo esto, ¿dónde se van a alojar los más de cien millones de visitantes anuales que llegarán gracias, entre otras cosas, a los aeropuertos ampliados (El Prat también acabará siendo más grande)? Para acompañar la respuesta, una apreciación final: operar la dichosa máquina del fango también es decir que vas a hacer algo y no hacer nada o, aún peor, hacer todo lo contrario.

Ahora puedes alojarte en la casa de Up. Suspendido en el aire como si fueras el viejo y entrañable Carl, colgado de 8.000 globos sobre las áridas tierras de Abiquiú, Nuevo México, en Estados Unidos. Puedes hacerlo gracias a una nueva campaña de marketing de Airbnb que, bajo el nombre de Icons, ofrece alojamiento también en la mansión de la Patrulla X, la casa de la película Purple Rain, de Prince, y otros lugares más o menos fantásticos. Qué más da que no seas un dibujo animado, qué importa que los globos estén sujetos por una grúa. Lo importante es la experiencia. La industria turística lleva años enganchada a este sustantivo al que nunca le añade el adjetivo necesario —conviene recordar que las experiencias pueden ser buenas, malas o regulares, entre otras muchas cosas— y que, por lo que se ve, ya asume como pura ficción.

El problema es que el modelo turístico vuelve a ser un problema y que la ficción está por todas partes menos en la vida de la gente, que protesta con razones muy reales. Las recientes manifestaciones en Canarias son el síntoma de que hay algo que va fatal y la pista de lo que puede venir en otros territorios. En cualquier caso, no son novedad.