Caminar de madrugada por el centro de la ciudad estos días es como pasear haciendo equilibrismo en una cuerda floja sobre dos agujeros negros a punto de fusionarse. Un auténtico placer.
La noche es el momento en que la ciudad se despeja y descansa de un día que cada vez es más agitado. Un vacío lleno de silencio, quietud y la oscuridad que el alumbrado permite, un momento que es como esos suspiros que sirven para afrontar lo que viene luego. Las noches de los primeros días de enero después de Reyes son, además, el alivio tras unas fiestas que nos tienen borrachos, empachados y de compras durante más de tres semanas.
Hace frío y, mientras las contratas empiezan a recoger los adornos y mercadillos navideños, la poquísima gente que hay anda rápido y subiéndose los cuellos del abrigo. Quizá porque tiene prisa para llegar al jaleo o tan sólo porque no quiere verse obligada a contar otra vez dónde ha pasado las fiestas. Las personas sin hogar se desperezan con la mirada perdida y el dolor de un sueño húmedo que no tiene nada de erótico. Algún corredor arrastra el último roscón hacia el parque más cercano y un par de turistas madrugadores fotografían una estatua en la que nunca nadie de aquí se había fijado. Yo disfruto el momento; feliz año.
Es lo de la tempestad y la calma pero en plan bucle. En esta ciudad bruxista, es un instante único. Es descanso pero también una espera sin predicado. La hartura de la Navidad borra qué viene después y se aguarda algo que no se sabe si es el Orgullo, unas Olimpiadas, otra Filomena o, por qué no, todos esos eventos a la vez. Tampoco a esta hora se piensa en si Trump finalmente conquistará de alguna forma creativa Groenlandia o Musk logrará convertir a todos los ultras de Europa en unos X Men enfadados.
De madrugada, la mayoría duerme en sus casas y algunos de los que estamos despiertos en la calle deseamos que la ciudad tarde un rato más en levantarse y poner a calentar el café. Os queremos mucho pero no pasa nada si durante un rato más no está pasando nada.
Caminar de madrugada por el centro de la ciudad estos días es como pasear haciendo equilibrismo en una cuerda floja sobre dos agujeros negros a punto de fusionarse. Un auténtico placer.
La noche es el momento en que la ciudad se despeja y descansa de un día que cada vez es más agitado. Un vacío lleno de silencio, quietud y la oscuridad que el alumbrado permite, un momento que es como esos suspiros que sirven para afrontar lo que viene luego. Las noches de los primeros días de enero después de Reyes son, además, el alivio tras unas fiestas que nos tienen borrachos, empachados y de compras durante más de tres semanas.