Pedro Sánchez, con el porte impecable de siempre, inaugura el primer Foro Urbano de España en el Palacio de Congresos de Sevilla. Su discurso, más que inaugural, es una presentación de producto. Esa misma mañana, la del martes de esta semana, se ha anunciado por fin el acuerdo de la coalición de gobierno para la ley de vivienda y el presidente ha venido dispuesto a seguir vendiendo. Sánchez, como mandan los cánones comerciales, se ha guardado una exclusiva: un bono de 250 euros de ayuda a quienes tengan entre 18 y 35 años y cobren menos de 23.000 euros al año. Durante la presentación, repite una y otra vez que con la ley de vivienda se quiere ayudar a “la emancipación de nuestros jóvenes” como si fuese ésta la única motivación para proponer la norma. La insistencia no es consecuencia de la excitación del momento. El presidente está leyendo el discurso que tiene escrito en unos papeles sobre el atril y en dos pantallas frente a él. Sé que el autor del texto no es Iván Redondo porque que ya no está en el equipo. Pronto sabré que tampoco lo ha redactado Pilar Rodríguez Losantos.
Me entero de la existencia de Pilar media hora después de asistir en directo a la exposición y venta de Sánchez. Mientras espero al tren en la estación, leo en El País un artículo que me descubre a “la mujer más influyente del Ayuntamiento de Madrid”, la “nueva mano derecha” de José Luis Martínez-Almeida, quien “se encarga de la estrategia política” y de “lanzar mensajes potentes” para el alcalde. En su perfil de Twitter se define como spin doctor y por eso se puede intuir una vocación alimentada con horas de House of Cards, Borgen y otras ficciones sobre la administración de lo público. En sus declaraciones, asegura que la nueva era política comunicativa está en la escucha activa de las redes sociales. El reportaje, a pesar de intentar mostrar puntos de vista diversos, da una imagen casi mítica de la hasta ahora poco conocida Rodríguez Losantos, como una sibila que nunca yerra en sus análisis y consejos. El mismo retrato exagerado que se nos ha dado de Iván Redondo hasta la entrevista del otro día con Jordi Evolé. Por lo que se ve, Pilar Rodríguez Losantos viene a sustituirle en el olimpo de los consejeros áulicos.
Todo este espectáculo que se tienen montado partidos y medios de comunicación produce monstruos. Los mensajes que diseñan los presuntamente infalibles spin doctors y sus equipos son mensajes publicitarios; propaganda electoral empaquetada en forma de titular y tuit y diseñada a base de encuestas, análisis de datos y “la escucha activa de las redes sociales”. Los argumentos van directos a los medios, llenando horas y espacios de contenido basado en esa propaganda. Nada de periodismo o de política de verdad, nada de observar, escuchar y entender lo que ocurre lejos de los focos, escenarios y canales de sus tramas, nada de estar en la calle, donde habita la ciudad.
Muy probablemente, el presidente repite el mantra de la emancipación de los jóvenes aconsejado por sus estrategas, pensando en votantes con vivienda en propiedad que sólo perciben la emergencia habitacional en la vida de sus hijos. El mensaje, en este caso, también está en la acción política. El bono joven, como buena parte de la ley de vivienda que se propone y el argumentario con que se presenta, parece más un intento de mantener votos sin molestar a los propietarios que una intervención para reducir la desigualdad que provoca el mercado inmobiliario incontrolado. Porque, esto lo tiene saber un presidente, ese mercado quiere que la cuota de personas que viven en régimen de alquiler en España llegue a ser del 40%. El negocio está siendo tan bueno que hay que estirarlo, aunque sea a costa de perder a mucha gente por el camino. En Madrid, en torno al 56% de los ingresos se destina al pago del alquiler porque el precio de la vivienda en renta ha subido el triple que los salarios desde 2008. Es evidente que el asunto no se arregla sólo subiendo 15 euros el salario mínimo y también está claro que no es un problema que sufren exclusivamente los jóvenes sino muchísimas personas. Precisamente, quienes lo van a pasar peor en esta crisis porque sus trabajos y sus sueldos son más inestables y precarios: personal de hostelería, de limpieza, de logística, la clase trabajadora. Gente que hace posible que todo siga en marcha, gente que no debe aparecer en los informes de los consejeros del presidente.
Tampoco deben aparecer en los de Almeida. El alcalde ya ha dicho que no piensa hacer nada sobre el control de precios de alquiler y lo ha hecho con esa chulería que ahora dudamos de si es marca propia o un guion escrito por su Rodríguez Losantos de turno. El hombre, que cobró fama durante el confinamiento sólo por no vociferar tanto como otros, se ha quedado en un personaje faltón y de chiste fácil. A Almeida se le conoce ahora más por sus exabruptos que por una casi inexistente acción política y administrativa. A los consejeros y sabios que le asesoran les debe parecer rentable la apuesta, pero en la calle ya se empieza a oír hablar de él como uno de los peores alcaldes de la historia de la capital, una categoría en la que no es fácil destacar. Personas de izquierdas y de derechas que se acuerdan de Filomena, de los atascos, del desbarajuste con Madrid Central y el coste de cambiarle sólo el nombre, de la suciedad, del botellón, de Bicimad y la EMT en general, de las terrazas y el ruido…
Como digo, el espectáculo al que se dedican partidos políticos y medios de comunicación se aleja cada vez más de la realidad que deberían estar tratando. Los resultados a corto plazo pueden dar la razón a quienes estén planificando la estrategia. Es posible que Sánchez vuelva a ser presidente y es incluso más probable que Almeida repita como alcalde. Sus argumentos y los de otros como ellos dan clics y audiencia a favor y en contra. Todo parece funcionar pero lo cierto es que nunca ha habido en ambos ámbitos una crisis tan grande, tanto de resultados como de confianza. Los spin doctors, los consejeros, los jefes de gabinete, los directores, los adjuntos y todos los que están al timón pueden seguir encantados de verse a sí mismos como pitonisas del oráculo de Delfos. A mí su labor me recuerda mucho más a la del reverendo Jim Jones.