En el mito de la caverna de Platón, los madrileños, prisioneros del tráfico cada vez peor en nuestra cueva contaminada, observamos cómo las sombras de la pared nos dicen que el uso de la bici va a más y la movilidad es cada día más sostenible. Aquí no se habla de otra cosa. En los bares se argumenta a gritos sobre infraestructura ciclista y la gente va por la calle con un metro para medir dónde caben más carriles bici. Además, hay tropecientas tiendas y talleres, un Festibal con B de bici y una de las ferias comerciales más importantes del ramo. De aquí han salido al menos un par de los pocos libros en español que hay sobre el impacto de la bici en lo urbano (la mitad del dato me la sé bien). De hecho, en Madrid los gobiernos locales tienen permitido olvidarse de las matemáticas y de la realidad misma para favorecer el fomento del uso de la bici: así, igual que el equipo de la anterior alcaldesa presumía de que había 300 kilómetros de vías ciclistas, el de la actual jura que ha hecho otros cien. Infraestructuras platónicas en ambos casos, supongo. Es tan brillante el impacto de la bicicleta en Madrid que deslumbra a la oposición, que acusa al ayuntamiento de pensar sólo en los ciclistas, y hasta a los cómicos. Por eso, cuando Joaquín Reyes imita a Manuela Carmena lo hace pintando carriles bici por todo el plano de la ciudad; demostración práctica de que la parodia puede no siempre estar basada en hechos reales.
En el mito de la caverna de Madrid, uno de los madrileños presos es capaz de soltarse y salir. Ve el Madrid real, no el que proyecta nuestro imaginario, y se cae del guindo. Y al levantarse, decide viajar; un poquito, tampoco mucho. No va a Ámsterdam, a Copenhague, a París o a Londres, el hombre va justo de presupuesto (se lo deja todo en alquilar un sótano de 15 m2 en Malasaña) y por eso no sale de España. Le da para llegar a Valencia, pasar por Barcelona, darse una vuelta por San Sebastián y Vitoria. Como eso de sentirse preso en Madrid pero no poder evitar volver es muy de aquí, el vecino retorna al foro y cuenta a los otros lo que ha visto. Y les dice que, en la vida real, en Madrid no va en bici ni Perry y que, en cambio, en muchos otros sitios cada vez hay más gente dando pedales y eso hace que las ciudades sean mejores. Por supuesto, al hijo pródigo los madrileños no le dan bola, sospechan que ha vuelto a beber, le hacen luz de gas y le bloquean en Twitter y en el resto de las redes sociales. Todo el mundo en Madrid sabe que Madrid es la capital mundial de la bicicleta.
En fin, que para explicar lo que le pasa a Madrid con la bicicleta, aparte de la de Platón, se puede acudir a la sabiduría de muchos clásicos. A la de Kortatu, por ejemplo. En La línea de frente, los de Irún cantaban: “Siempre me ha interesado esa jerga que emplean los rastas, hablan de batallas que no puedes encontrar en los mapas”. Eso es la bici en Madrid, una batalla que no se puede ver en las calles. ¿Será que vamos perdiendo?