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“Volveréis” y los pequeños refugios contra la excitación impuesta

14 de septiembre de 2024 01:00 h

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El fin de semana pasado, Martina y yo vimos este trozo de resina sólida, casi ámbar, pegado a la corteza de un árbol. Fue en un parque cercano, mientras paseábamos con nuestra perra, Courtney, un poco antes de la caída de la tarde. Los dos compartimos desde hace tiempo la misma actitud rastreadora, las ganas de encontrarnos con esas vidas y detalles que siempre han estado entre nosotros, pero a los que nunca habíamos prestado atención. Juntos o por separado, estamos pendientes de los cantos de los pájaros, las señales en el suelo y los olores en el aire. Cuando descubrimos algo, lo compartimos, lo investigamos y lo comentamos. Es una de nuestras rutinas de pareja y es algo más.

Al día siguiente de cruzarnos con el ámbar en formación, ya sin la perra, fuimos al cine a ver Volveréis. La película de Jonás Trueba está conectada de varias maneras con otra que ya apareció en este espacio. Como Wim Wenders en Perfect Days, Jonás Trueba utiliza una narración construida sobre la repetición para explicar algo importante que se manifiesta a través de las pequeñas cosas de la vida.

No le estropeo a nadie la película si digo que cuenta los últimos momentos del proceso de separación de la pareja formada por Ale —Itxaso Arana— y Álex —Vito Sanz—, unas semanas en las que, ante el asombro de todos su cercanos, organizan una fiesta para celebrar que lo dejan. A pesar de retratar ese dificilísimo sentir que es el desamor, Volveréis es una estupenda película sobre el amor. No, no es una película romántica. Es una película sobre el buen amor; precisamente, ése que no es romántico.

Es conmovedor ver cómo se cuida esa pareja casi en cada secuencia. Son detalles sutiles que los guionistas —Arana, Sanz y Trueba— dejan sueltos por ahí y que sirven para construir la historia y los personajes y, también, mandar un mensaje para el que lo quiera pillar: el amor no es necesariamente como nos lo hemos venido contando. La pasión, el ardor, el éxtasis, la adoración, el sufrimiento, el ansia, la locura son atributos constantes del motor argumental más frecuente de nuestros relatos. Pero lo son porque sirven como recurso fácil para agitar y decorar esos relatos no porque realmente sean necesarios o convenientes para sentir y vivir el amor.

De alguna manera esos atributos se han trasladado a la vida misma y a nuestra forma de entenderla. Parece que no concebimos nuestra existencia si no es un parque de atracciones de la conmoción: los mensajes comerciales juegan con la exaltación de las pasiones, la política se diseña para ser ardiente, el aburrimiento está proscrito. Se nos quiere y se nos tiene excitados, inquietos, siempre en busca del siguiente impacto que nos cambiará para siempre.

Pienso en ello mientras escucho a Jonás Trueba hablar con Javier Aznar en su Hotel Jorge Juan; pienso en ello, sobre todo, cuando Javier cita a Kurt Vonnegut: “Otro defecto del carácter humano es que todo el mundo quiere construir y nadie quiere hacer mantenimiento”. Aunque la pareja formada por Ale y Álex se está separando, está también en mantenimiento permanente. 

Atender es poner el foco en algo o en alguien y, también y por eso, cuidarlo. Ahí está el amor, el buen amor. Este planteamiento, que se puede leer a muchos autores, de Simone Weil a Amador Fernández Savater, es un buen aprendizaje no sólo para las relaciones de pareja sino para la vida en general. Y una forma de entender dónde está ahora mismo el principio de la verdadera disidencia.

Volveréis es una película refugio, como Perfect Days. Y por eso creo que, como pasó con la de Wenders, será una obra importante para mucha gente, nos la recomendaremos unos a otros y, ojalá, estará tiempo en cartelera. Cada vez hay más gente tratando de encontrar espacios y momentos amables en los que resguardarse y resistir el ímpetu de la excitación impuestas. Martina y yo los hallamos en esa resina que nos mira cuando la observamos o en el petirrojo que ha vuelto al árbol del parque desde el que le oímos cantar cada mañana.

El fin de semana pasado, Martina y yo vimos este trozo de resina sólida, casi ámbar, pegado a la corteza de un árbol. Fue en un parque cercano, mientras paseábamos con nuestra perra, Courtney, un poco antes de la caída de la tarde. Los dos compartimos desde hace tiempo la misma actitud rastreadora, las ganas de encontrarnos con esas vidas y detalles que siempre han estado entre nosotros, pero a los que nunca habíamos prestado atención. Juntos o por separado, estamos pendientes de los cantos de los pájaros, las señales en el suelo y los olores en el aire. Cuando descubrimos algo, lo compartimos, lo investigamos y lo comentamos. Es una de nuestras rutinas de pareja y es algo más.

Al día siguiente de cruzarnos con el ámbar en formación, ya sin la perra, fuimos al cine a ver Volveréis. La película de Jonás Trueba está conectada de varias maneras con otra que ya apareció en este espacio. Como Wim Wenders en Perfect Days, Jonás Trueba utiliza una narración construida sobre la repetición para explicar algo importante que se manifiesta a través de las pequeñas cosas de la vida.