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Carlos Saura y el Madrid de los olvidados: la película que retrata una ciudad en construcción profundamente desigual

“Recorrido por el río Manzanares y su influencia en la distribución urbana y las costumbres de la ciudad de Madrid”. Es el argumento de El pequeño río Manzanares, el primer cortometraje de Carlos Saura. En su segunda pieza, La tarde del domingo, sigue a una criada que deambula por El Retiro y otros enclaves característicos de la capital mientras se siente profundamente aislada entre la multitud. Más de veinte años después de estas dos obras, fechadas en 1956 y 1957, su acercamiento al extrarradio madrileño desde el cine quinqui en Deprisa, deprisa le proporcionó su mayor éxito internacional: el Oso de Oro del Festival de Berlín en 1981.

A medio camino entre el intimismo de sus primeros proyectos y la ferocidad que demostró siendo ya un autor consagrado, en un proceso de transformación como el que vivía el Madrid que tanto retrató, se encuentra otra de sus grandes películas sobre la capital: Los golfos. Un largometraje debut en el que Saura se fijó en los sectores más desfavorecidos de una ciudad y un país sumidos en la desigualdad, como ya hiciera en 1950 (echando mano de toques más oníricos) Luis Buñuel con Ciudad de México en Los olvidados. Es 1960 y España inicia unos años de desarrollismo que no existió, ni de lejos, para todo el mundo.

La película, estrenada con grandes críticas en el Festival de Cannes pero cuyo lanzamiento en salas españolas se pospuso hasta 1962 debido a la censura franquista, sigue a una pandilla de seis chavales. Julián, Ramón, Juan, el Chato, Paco y Manolo sobreviven como pueden en los arrabales de Madrid. Juan quiere ser torero, y sus amigos cometen pequeños atracos para poder pagar su debut. Verle tomar la alternativa es la aspiración de todo el grupo, que sueña con que al menos uno de ellos abandone el pozo sin fondo al que parecen estar condenados.

Al realismo descarnado de la película, con ecos de El Jarama de Rafael Sánchez Ferlosio, contribuye una mayoría de actores no profesionales. Pero también la naturalidad que aporta poner la cámara en sitios que no son los habituales, espacios sin el oropel, la solemnidad o la algarabía que el franquismo buscaba en sus obras propagandísticas. Más específicamente, dos ubicaciones que por aquel entonces todavía eran afueras: Legazpi y La Elipa. Zonas hacia las que empezaba a llegar nueva población y un mayor urbanismo. A lo largo de todo el metraje pueden verse anuncios de inmobiliarias y constructoras. La ciudad quiere más.

En el caso de Legazpi es palpable el viaje a un Madrid crudo, de pobreza y triquiñuelas indispensables para sobrevivir. Hay una memorable persecución en el Paseo de la Chopera con el Matadero de fondo, cuando el recinto todavía era eso (además de Mercado Municipal de Ganados), y no un centro cultural.

Otra secuencia filmada a pocos metros se ambienta en el Antiguo Mercado Central de Frutas y Verduras, que empezó a funcionar en 1935 y cesó su actividad a finales del siglo pasado. Actualmente se le busca un nuevo uso después de tres décadas clausurado y de la expulsión de varias iniciativas vecinales allí implantadas, pero en aquellos momentos era un auténtico bullir de gentío, de productos frescos. Una oportunidad perfecta para que Los golfos hicieran de las suyas con hurtos o pequeños engaños.

“Allí se evidenciaba un tipo de trabajo muy duro, mísero y mal pagado. Al mismo tiempo, estaba presente un comienzo de nueva delincuencia que no tenía ni trabajo. Se dedicaba a robar a los camioneros los gatos de los coches o las ruedas de repuesto”. Lo explicaba Daniel Sueiro en una entrevista para TVE, de la que se conserva un extracto a partir del minuto 2:52 en este vídeo. Sueiro fue uno de los grandes cronistas literarios y periodísticos del Madrid de la época, además de coguionista de Los golfos junto a Saura y Mario Camus. Es también el autor del reportaje en el que está basada la película, centrado precisamente en el Mercado de Legazpi.

Y de Arganzuela a Ciudad Lineal. O lo que es hoy este distrito, por aquel entonces todavía un arrabal, un amasijo arcaico de casas humildes y chabolas. Los planos abiertos muestran unas calles de barro, humo y oscuridad. De hecho, sería complicado ubicar este espacio si no fuese por el tan reconocible puente de la Avenida de Daroca, en La Elipa. Un importante punto para el avance narrativo y emocional de la película, como lo es también la central eléctrica que nutría de energía esta parte de la ciudad.

Fue justamente en 1960, año de estreno de la película, cuando arrancó la construcción masiva de edificios de protección oficial en esta y otras áreas de la capital. El paisaje urbano quedaría reconfigurado para siempre con viviendas fundamentalmente caracterizadas por el hacinamiento, una estampa radicalmente distinta a la que aparece en Los golfos.

Es curioso que en una película tan focalizada en esta zona perteneciente al barrio de Ventas, y en la que el toreo tiene un papel central, no haya un solo plano en el que pueda verse la plaza de toros de las Ventas. Seguramente porque es un lugar asociado al éxito o la consagración, algo que parece estar negado para los protagonistas de Los golfos. Por contra, el aciago desenlace sucede en la desaparecida plaza de toros de Vistalegre de Carabanchel, también conocida como “La Chata”. Demolida en 1995, sobre sus escombros se construyó el Palacio de Vistalegre.

Para acabar este repaso, retomamos el inicio del artículo de vuelta al Manzanares. Porque hay enclaves de Madrid por los que el tiempo parece no pasar. En uno de los pocos momentos en los que las desgracias y la ciudad dan un respiro al grupo, disfrutan de una jornada cerca del río a su paso por El Pardo, a poca distancia del núcleo poblacional homónimo y junto al puente del Ferrocarril. Un viaje a esas 900 hectáreas accesibles para la ciudadanía en el Monte frente a las 15.100 acotadas para disfrute exclusivo de la familia real. Los olvidados, los condenados de la tierra, están tan cerca y tan lejos de un paraíso reservado para la punta de una pirámide social que les aplasta. Que les empuja a convertirse en los golfos de un Madrid cada vez menos inocente.

  • Los golfos está dirigida por Carlos Saura y producida por Pere Portabella, con guion del propio Saura, Mario Camus y Daniel Sueiro. La protagonizan Óscar Cruz, Juanjo Losada, José Luis Marín, Marina Mayer, Ramón Rubio, Rafael Vargas y Manuel Zarzo. Puede verse en Filmin.

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