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Cuando aparecieron 650 cadáveres enterrados bajo la calle Arapiles

Portada de El País Madrid del 28 de octubre de 1994, con una fotografía de la exhumación de los huesos | EL PAÍS - HEMEROTECA MUNICIPAL

Diego Casado

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Era un miércoles 26 de octubre de 1994 cuando dos operarios se encontraban trabajando bajo el subsuelo de la calle Arapiles, junto a la plaza Conde del Valle de Suchil. Efectuaban una excavación en mina muy cerca de las antiguas Galerías Preciados de Arapiles cuando la pared del lado derecho cedió y empezó a desprenderse hasta abrir un hueco hasta un pozo que no estaba en ningún plano. Dentro, cientos y cientos de huesos. Acababan de encontrar una fosa común enorme en pleno centro de Madrid. Y nadie sabía de dónde había salido.

“Mientras excavábamos, se abrió un hueco y vimos la fosa. Estaba en un pozo con cuatro minas dispuestas en forma de cruz” recuerda en conversación con Somos Chamberí uno de los operarios que descubrió el osario, Cristóbal Higuero. Entonces rondaba la veintena y trabajaba en la empresa de su padre. Hoy, 25 años después, rememora con claridad que cada una de las oquedades medía unos 5 metros de longitud y estaban llenas de osamentas humanas. Cuando lo vieron avisaron a los responsables de la obra del aparcamiento para residentes en la que trabajaban -estaban preparando un colector- y la actuación quedó parada al momento.

Del subsuelo se sacaron “650 cuerpos, seis suelas de zapato infantil y los dos trozos de cerámica”, cuenta la crónica de El País, diario que cubrió durante varios días el hallazgo, desde el día que se descubrieron -el viernes- hasta la exhumación de todos los restos, que se completó el domingo y estuvo a cargo de la empresa municipal de servicios funerarios. “Los sacaron con cuidado, en cestas”, explica Higuero, quien ayudó en las labores y recuerda que muchos cuerpos presentaban agujeros de bala en el cráneo.

La existencia de heridas por proyectiles en los cadáveres levantó numerosas especulaciones entonces sobre el origen de los huesos, que inicialmente se atribuyeron a la Guerra Civil. Más tarde se especuló con que pertenecieran a la Guerra de la Independencia aunque el informe final que ofrecieron los responsables municipales era que probablemente se trataba de un enterramiento ligado al Cementerio General del Norte, construido por Juan de Villanueva en la zona por orden de José Bonaparte cuando esta parte de la ciudad, al otro lado de la muralla, albergaba solo campos de cultivo.

En las conclusiones de los expertos destaca que se cree que los restos fueron depositados allí trasladados de otro cementerio que podría haber sido clausurado poco antes y que los cadáveres databan del siglo XIX, en concreto de entre los años 1814 y 1884. Al parecer, los cuerpos descansaban anteriormente en panteones o nichos, debido a los dos trozos de cerámica antes citados pertenecientes a una urna, que tenían escrita la palabra perpétuo sobre ellas, eran habituales en los enterramientos antiguos que no ocupaban las tumbas (en las que se colocaba la palabra perpétua, en femenino).

El barrio de los cementerios

El siglo XIX fue una época de construcción de numerosos camposantos en Chamberí. Además del citado Cementerio General del Norte, había en esta zona de Madrid otros tres cementerios de diferente tamaño. Cerca del lugar donde se encontró el osario de Arapiles se asentaba la Sacramental de San Ginés y San Luis. Y subiendo lo que hoy es la calle Magallanes había una enorme y larga tapia (a mano izquierda) que marcaba, a continuación del anterior, los límites del Cementerio de La Patriarcal. Se conocía popularmente como el Callejón de los Cementerios, y discurría hasta la zona donde actualmente empieza la calle Guzmán el Bueno, junto al Metro del mismo nombre.

Estos tres lugares para el descanso eterno se clausuraron a partir de 1884, cuando se construyó el camposanto de La Almudena, aunque las crónicas indican que se siguieron utilizando de modo informal durante varias décadas. Algunas décadas más duró el cuarto cementerio de Chamberí, el de San Martín, San Ildefonso y San Marcos, que ocupaba el espacio donde hoy está situado el Estadio de Vallehermoso.

Debido a la abundancia de enterramientos antiguos, no es raro encontrar huesos humanos bajo tierra, confirma Cristóbal Higuero, que a lo largo de su vida profesional -hoy tiene su propia empresa de pocería- se ha encontrado con más hallazgos de este tipo, aunque nunca con el volumen de huesos presente bajo Arapiles. Lo que no ha olvidado de esos días de finales de octubre, cerca del Día de Todos los Santos, es que el hallazgo les dejó a él y a su padre sin labor por unos días: “En esa época, si no trabajabas no cobrabas, así que nos quedamos sin trabajo hasta que acabó la exhumación”.

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