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OPINIÓN

Carta abierta a un inversor inmobiliario de Chamberí

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A ver Señor Vulture, perdone, si lo prefiere usted, señor Inversor. Me dirijo a usted tan personalmente como para hacerle un favor y hacérmelo a mí. 

Usted quiere venir a mi barrio a realizar negocios y yo quiero seguir viviendo en el con un sistema de vida lo más parecido al actual, siendo vecino, manteniendo una empresa, trabajando o estudiando. Y hacerlo junto a mi familia, mis empleados, mis vecinos actuales y también con usted ¿por qué no?

Muchos piensan que las dos cosas son imposibles. Que usted viene a forrarse a costa de demandas económicas y habitacionales que en la actualidad no están bien atendidas en nuestro entorno. Seguramente usted valora que Madrid se ha convertido en una especie de lugar muy apetecible para invertir en bienes inmobiliarios. Que Madrid es hoy un imán que atrae pequeños y medianos capitales excedentes en determinados ámbitos sociales y profesionales de algunos países porque también es un lugar atractivo para vivir y disfrutar de la vida. Usted quiere ser el nodo, el punto de encuentro entre esas gentes y su dinero y dar forma al objeto de sus deseos de comprar un apartamento o alquilarlo en un barrio tan llamativo para ellos como para convertirse en residencia temporal o permanente. Y usted piensa que sabe cómo hacerlo. 

Aquí es donde está la madre del cordero. Una expresión castiza que trataré de aclararle. Adivinar el secreto del barrio de Chamberí, de ese polígono delimitado por la Castellana, la calle Génova, los bulevares, el paseo de Rosales, Isaac Peral, Reina Victoria y Raimundo Fernández Villaverde. Y con posibles extensiones laterales tan atractivas como el propio interior del dibujo. El secreto es la suma de otros pequeños secretos menores y atractivos para sus potenciales clientes: ejecutivos de multinacional, clases ociosas, rentistas adinerados, profesionales liberales y estudiantado rico de Europa, América y Asia. Quieren esas propiedades como inversión pero también y alternativamente como residencia para ellos o para sus familiares. Lo piensan mucho. Tampoco es que les sobre el dinero. Muchos son pensionistas y disponen de un capital para invertir a veces procedente de la venta de otros activos en su país. Y por último, tómelo usted cómo un aviso, saben que la actividad de alquileres turísticos en viviendas privadas deterioran el valor de las propiedades. Incluso, déjeme que especule, les molesta tener como vecinos de escalera a turistas de alpargata y mochila. Ellos son otra cosa. 

No es Chamberí el ámbito turístico de masas madrileño por excelencia si bien está cercano al mismo. A Chamberí los extranjeros quieren venir por la cercanía de buenos colegios y dotaciones universitarias. De hecho llevan bastantes años viniendo. Por la existencia de un tejido comercial, hostelero y recreativo muy diverso. Por la comodidad de vida y la seguridad de sus calles modernas. Pero sobre todo por la percepción de que existe una forma de vida muy particular diferenciada del bullicio de masas turísticas del centro de la ciudad de Madrid. 

Si el desarrollo de los nuevos negocios pone en peligro esos valores, esas dotaciones físicas y ambientales, si se alteran los equilibrios fundamentales que mantienen esa ecología, puede que usted a corto plazo se forre pero sus clientes no lo tendrán tan claro para el futuro. Ahora bien, si usted sólo quiere llegar y besar el santo la conversación no tiene mucho sentido. Puede que todo esto le suene a chino. Puede que usted no tenga el mayor interés por el futuro de aquellos a quien les coloque el producto de sus proyectos. Usted en ese modelo solo quiere invertir en edificios o activos inmobiliarios desconchados y viejos, con propietarios actuales cansados y poco amigos de meterse en líos. Seguro que es un gran negocio. Pero tiene sus límites. Los precios de los activos tienen un techo. Las expectativas de los actuales propietarios por muy cansados que estén son enormes. La gente con posible ánimo de venta de sus propiedades, quiero que lo sepan ya por si todavía lo ignoran, está esperando el oro y el moro. Hay por el barrio una casta de brókers de medio pelo que quieren operar como necesarios intermediarios entre los actuales propietarios y los capitalistas de riesgo de todo tipo que se acercan al barrio. Sudamericanos, israelíes, asiáticos de nacionalidades extrañísimas en nuestro entorno económico y norteamericanos. 

Háganme caso. Prosperen ustedes y permitan que sus clientes prosperen también. Creen un entorno agradable, hagan lo posible por conciliar su proyecto con el proyecto vital de sus clientes. El mejor camino no es otro que conservar el equilibrio de actividad tradicional y modélico del barrio. Favorezcan por ejemplo que la Escuela Popular de Música y Danza de la plaza de Olavide se mantenga en su lugar. No conviertan el barrio en un monótono negocio global hostelero. Intercalen actividades y modos de explotación de negocios diferentes. Den un espacio a la pluralidad de negocios. Respeten al empresario resistente. 

Sus clientes, los que les vayan a comprar o alquilar los preciosos apartamentos que decoren en los viejos edificios a remodelar se lo agradecerán. 

Que no vean en ustedes el odioso especulador que solo quiere dar el pase de tomar el dinero y correr. Las circunstancias del mercado pueden variar con mucha facilidad. Una nueva pandemia. Una caída en la cotización del dólar, una crisis bélica del entorno… mucho mejor hacer las cosas bien. Ampliar la base y el perímetro de sus negocios. Devolver a los barrios parte de sus excedentes. Practicar el encuentro social de los nativos y los foráneos. Como si estuviesen viviendo un revival de los primitivos tiempos del gran tour o del turismo hippie. 

Diviértanse, háganme el favor. 

Y déjennos vivir. No tienen que ser ustedes los malos de la película. Y nosotros los perdedores.