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La infancia madrileña de Federica Montseny, entre el Madrid rural y el intelectual

En 2021 Chamberí aprobó a través de sus presupuestos participativos homenajear con una estatua en el distrito a Federica Montseny, nacida en sus contornos. El origen popular de la propuesta indica que esta vecina ilustre importa más a la ciudadanía que a la clase política local, que amagó con desechar el homenaje con un informe que decía que no había ningún lugar “idóneo” para la erección. El asunto se aireó y el consistorio se vio obligado a rectificar: la imagen de la ministra anarquista ocupará algún lugar de la recién reformada plaza de Olavide. Desde 2005 existe en Madrid una calle con su nombre lejos de Chamberí, en el distrito de Fuencarral-El Pardo.

La Federica Montseny más conocida aparece en los años veinte, cuando toma las riendas de la empresa cultural de su familia y se convierte en un personaje relevante en los ambientes anarquistas. Será su cartera de ministra de Sanidad durante la Segunda República (la primera mujer en España en ocupar un cargo de este rango) lo que la convertirá en una figura de dimensión histórica. Su papel en el exilio cenetista en Tolousse supondrá el largo, y a veces controvertido, epílogo de su papel como mujer de gran relevancia. Será precisamente en el exilio cuando, con más de ochenta años, publique Mis primeros cuarenta años, unas memorias que abarcan hasta 1945 donde hace algunos apuntes personales sobre su infancia en Madrid, de la que hoy hablamos.

Sus padres, Teresa Mañé (alias Soledad Gustavo) y Joan Montseny (Federico Urales) son la pareja más conocida del anarquismo español de principios de siglo por su obra editorial, divulgadora de La Idea. Habían llegado a Madrid en 1897 después de entrar en España clandestinamente tras su destierro, ocasionado por la implicación en los procesos de Montjuic. Él vino primero y se estableció, con un trabajo en el periódico El Progreso de Lerroux. Al poco, desembarcó ella con su familia (su madre Antònia, su padre Llorenç, su hermana Carme, y su sobrina Elisa).

Se establecieron en un hotelito con un pequeño huerto en la calle de Cristobal Bordiú, casi en la esquina con Santa Engracia, donde solo un año después la pareja abrirá La Revista Blanca, cuyo nombre estaba inspirado en La Revue Blanche de Paris. A partir de ese momento, la pareja de intelectuales empezaría a ser muy visible en círculos republicanos y librepensadores de la capital. Alrededor de su casa, se creó un pequeño núcleo del anarquismo itinerante en la ciudad, como recuerda el médico anarquista Pedro Vallina en sus memorias y constata la presencia habitual del gaditano Fermín Salvoechea.

En 1903 el matrimonio traslada la redacción de La Revista Blanca y monta el Tierra y Libertad en la calle Malasaña (en aquel momento sin Manuela en el nombre de la vía aún), donde Gustavo llevó las riendas de la publicación, aunque los problemas económicos y legales ocasionaron que la redacción tuviera que regresar un tiempo después a la casa familiar de Chamberí.

Federica nace el 12 de febrero de 1905 en un parto difícil en el hotelito de las inmediaciones de Cuatro Caminos –esta zona en la época era asociada más a este topónimo que a Chamberí, aún con el Ensanche en un incipiente desarrollo–. Su nacimiento fue anunciado en La Revista Blanca a propósito del retraso que ocasionó en su salida y provocará que Gustavo se dedique intensamente a su crianza, cerrando la revista unos meses después.

Soledad Gustavo, maestra racionalista, educó a su hija en casa y en catalán. “No quiso enseñarme las primeras letras hasta los seis años, dejando desarrollar mi cuerpo antes de empezar a amueblar mi espíritu”, recordaba la futura ministra en sus memorias. Poco después de Federica nació su hermana Blanca –bautizada así en honor a la revista familiar–que moriría en 1907. Antes, ya habían fallecido otros dos hijos de la pareja, así que Federica se crio como hija única.

Después del cese de la actividad editorial comenzó un periplo de ocupaciones y hogares para la familia que acabaría con su ruina económica y, finalmente, el abandono de la ciudad. Al principio, Montseny se empleó en el Diario Universal del conde de Romanones y Gustavo hizo traducciones editoriales, aunque también se vio obligada a coser en casa junto con su hermana y su sobrina para completar los ingresos familiares.

En esta época la familia hace una apuesta por la vida natural. Viviendo aún en Chamberí, comercian con los productos del huerto y abren una vaquería. Es en estos momentos cuando Joan Montseny traba amistad con Arturo Soria y empieza a trabajar en las oficinas de su Ciudad Lineal. Debió creer firmemente en la labor del urbanista pues invirtió los exiguos ahorros familiares (y los de sus padres, recién llegados a Madrid) en la empresa, y se trasladaron todos a una casita de la compañía en la carretera de Hortaleza.

Sin embargo, la cosa no acabó bien con Arturo Soria y su empresa urbanizadora. El periodista ácrata denunciaría en prensa una presunta estafa a los accionistas de la Ciudad Lineal. El siguiente destino sería una casa en el camino viejo de Vicálvaro del que Federica guardaba mal recuerdo porque por allí pasaban los coches fúnebres hacia el cementerio de la Almudena y los toros camino de la plaza (que entonces estaba donde la actual Casa de la Moneda). Vendían huevos y otros productos agrícolas en las casas de distintos personajes del Madrid cultural de la época. Además, la familia contó con la ayuda económica de la actriz María Guerrero, gracias a la cual compraron algunas vacas, cuya leche servían a distintos cafés de la ciudad como Maison Dorée y el Gato Negro.

Posteriormente, se trasladaron a la llamada Huerta de Zabala, en la Dehesa de Atocha y junto al Arroyo de Abroñigal, donde las condiciones ambientales no debían ser muy higiénicas (por esta razón murió Elisa, prima de 27 años y madrina de Federica). Ella recuerda aquel hogar como un sitio paradisíaco, sin embargo. El lugar era propiedad de otro amigo de la familia, el doctor Lozano, y vivieron allí en condiciones de clandestinidad pues de sus problemas legales con Arturo Soria se derivó una pena de destierro de 20 años para Juan Montseny.

Apesadumbrados por la mala situación económica, la muerte de algunos familiares y las consecuencias de los distintos litigios con la empresa de Arturo Soria, marcharon a Barcelona en 1912. Primero fue él para preparar la vuelta, mientras Teresa se encargaba de vender los animales y organizar la mudanza de la gran biblioteca familiar.

Federica Montseny tenía solo siete años cuando se fue de Madrid, ciudad donde nació por los accidentados avatares biográficos de sus padres. Sin embargo, a sus ochenta años aún atesoraba en la retina vivencias de un Madrid del que su familia conoció tanto los círculos intelectuales como los barros del extrarradio.

PARA SABER MÁS

  • Montseny. (1987). Mis primeros cuarenta años. (1a ed.). Plaza & Janes.
  •  Puente Pérez, G. (2016). De Soledad Gustavo a Teresa Mañé (1865-1939).
  •  Tavera, S. A. (2005). Federica Montseny: la indomable (1905-1994).