“¿Confinamiento? ¿Qué confinamiento?”. La frase se repite mucho, con cierto cachondeo, entre los vecinos del área de salud de Eloy Gonzalo, un lugar de Chamberí en el que desde el lunes están prohibidas las entradas y salidas por alta incidencia de Covid-19. Los habitantes de este barrio la dicen porque no observan en sus calles ningún efecto de la orden de la Consejería de Sanidad, que decretó el cierre perimetral hace una semana limitando los movimientos de sus 31.154 residentes. Y también, en teoría, los de sus miles de visitantes.
La de Eloy Gonzalo es la mayor zona de ocio de Madrid confinada hasta la fecha. En su barrio y medio (abarca todo Trafalgar y la mitad de Almagro) reúne cines, teatros, tiendas de todo tipo, grandes parques infantiles y terrazas, muchas terrazas: las de la calle Fuencarral, las de Olavide, Almagro, Luchana, Martínez de Castro, Sandoval... en total son 1.655 mesas y 5.138 sillas, según datos del Ayuntamiento de Madrid. Parecen muchas, pero este sábado, a la hora del vermut, era difícil encontrar un hueco libre.
“No sabíamos que no se podía entrar”, es otra de las contestaciones que más responden los clientes de las terrazas a las preguntas de Somos Chamberí. El ocio no está entre la lista de excepciones para entrar en las zonas cerradas perimetralmente por el gobierno de Ayuso. Sí que se permite para ir a trabajar, a estudiar, a oficinas bancarias o casos de extrema necesidad, actividades que no suelen tener lugar los fines de semana, que es cuando más gente acude a esta parte del centro de Madrid.
Los niños tampoco pueden jugar en los parques infantiles dentro de las zonas confinadas, una de las pocas restricciones adicionales que aplica a estas áreas con más contagios. Sin embargo, parece que el Ayuntamiento se ha olvidado o no ha querido precintarlos en zonas como la calle Fuencarral o de Olavide, confirman a este periódico sus vecinos. Dentro de uno de los situados en esta plaza juegan decenas de niños y pese a que un cartel establece en 38 personas el aforo máximo, el número es notablemente mayor.
“Desconocíamos completamente que esta zona estaba cerrada”, explica Javier, uno de los padres que acompaña a su hija en el parque. Ha venido desde Atocha y está haciendo tiempo hasta que llegue la hora de su reserva en la terraza del restaurante donde van a comer, a poca distancia. El local no les ha puesto ningún tipo de problema al hacer la reserva, pese a que se encuentra dentro de la zona perimetrada, solo para residentes. Javier admite que hace meses “sí que estábamos más pendientes de los confinamientos por zonas sanitarias, ahora te digo sinceramente que pensaba que estas restricciones estaban retiradas”.
A pocos metros otra familia chamberilera juega con su niña en la zona de arena del parque. Elisa, su madre, confiesa que escuchó la semana pasada lo del confinamiento. “Pero me había olvidado, venimos aquí casi todos los días porque es la zona que mejor nos pilla”. Ella vive justo en Quevedo, pero fuera de la zona confinada, a escasos metros del límite, y no cree que la medida tenga mucho efecto para frenar los contagios.
“Con dar una vuelta al ruedo a las nueve de la noche, te queda claro que aquí no hay nada confinado”, dice con sorna Pilar, una de las habituales señoras mayores que se sientan todos los días en Olavide, junto a otras tres amigas de avanzada edad: Elvira, Amalia y otra Pilar. Ellas, residentes del barrio y ya vacunadas, mantienen una limitadísima vida social: viven con sus hijas y quedan antes de comer para charlar todas juntas en un banco de la plaza. “No vamos a los bares ni al cine, solo estamos aquí por las mañanas y alguna tarde”, añade Amalia. Ninguna ha visto controles policiales a los transeúntes, una percepción extendida en todo el barrio.
Contagios al alza
La Comunidad de Madrid decidió confinar el área de Eloy Gonzalo después de comprobar sus elevados datos de contagios de coronavirus y que se estaba produciendo transmisión comunitaria. Las cifras de la última semana no son buenas: la incidencia alcanza los 571 nuevos casos por cada 100.000 habitantes, más del doble del nivel con el que la Organización Mundial de la Salud marca el riesgo extremo, 250. Y la tendencia es al alza.
Pese a los datos, esta área todavía está lejos de su máximo histórico. Fue el pasado 2 de febrero, cuando se registró una tasa de 1.046. Entonces Sanidad no confinó a sus habitantes, aunque sí que lo hizo con los de la cercana Andrés Mellado durante dos meses y medio. Muchos cuestionaron en su momento la efectividad de este cierre perimetral imaginario (sin ninguna advertencia a pie de calle), que a la vista de los datos no sirvió para contener la oleada de contagios de Covid-19.
En Eloy Gonzalo, la sensación general entre los vecinos es que parece que hay un poco menos de gente entresemana. No saben si por las restricciones o por las lluvias intermitentes de abril, que dejan el acto de tomarse una caña a lo aleatorio de la lluvia. También en la hostelería han tenido una sensación parecida de lunes a jueves, pero cuando llega el fin de semana todo se llena. Todo ello pese a que el Ayuntamiento anuló la peatonalización de sábados y domingos en la calle Fuencarral, donde se cortaba el tráfico los fines de semana desde los tiempos de Tierno Galván. “No se peatonalizan las calles cuando la zona está confinada”, confirmaron a este medio fuentes municipales.
Volvemos al área a última hora del día, como nos había aconsejado Pilar antes en Olavide. Es sábado por la noche y pasamos por delante de la sede del PP, donde unas grandes letras formando la palabra LIBERTAD acompañan a la cara de Isabel Díaz Ayuso, la presidenta que ha alentado a los madrileños a consumir sin miedo en el interior de los bares, pese a las evidencias científicas que demuestran que los contagios de coronavirus aumenta en interiores. Al girar la esquina por la calle Almagro, las terrazas están a reventar de libertad y de personas. Tres locales -la Buganvilla, el Almagro o La mentira- juntan a casi 200 clientes.
Pese a que en el exterior llueve con insistencia y la noche es desapacible, los restaurantes de la zona bien de Chamberí están llenos. En algunas de las terrazas citadas, llenas de jóvenes de buen vestir, se respetan las distancias de seguridad. En otras no tanto y tampoco se ven muchas mascarillas. En el interior también hay un ambiente prepandemia, allí la normativa de Sanidad que exige tener la boca cubierta “excepto en el momento de la ingesta de comida y bebida” parece no tenerse demasiado en cuenta. Horas antes, otra vecina del barrio se quejaba de que “la mascarilla es algo que no se utiliza en los bares”, antes de recordar que “el peligro ahora lo tiene la gente joven, que se creen inmunes con la cerveza”.