Vivir treinta y cinco días sin luz en la casa en la que llevas más de siete años viviendo alquilada por unas obras en tu edificio justo después de que se te comunique, solo verbalmente, que ha cambiado la propiedad de tu edificio. Este es el infierno por el que ha pasado en pleno verano Sara (nombre ficticio, ha preferido salvaguardar su identidad por miedo), que se ha visto envuelta junto con otros vecinos en un cúmulo de extraños sucesos que, aparentemente parecieran estar dispuestos en el camino de su día a día para que abandonen el edificio con premura.
El edificio de la calle Fernando Garrido del que hablamos, en Chamberí, tiene como uso principal el hotelero y alberga numerosos estudios de menos de treinta metros cuadrados destinados a tal fin. Sin embargo, una buena parte de estos estudios estaban hasta hace poco ocupados de manera permanente por vecinos que tenían su residencia habitual, con alquileres que se pagaban mensualmente y se renovaban automáticamente. Sara, por ejemplo, lleva siete años y medio viviendo allí con su hija, otros vecinos llevaban más tiempos.
La normalidad de Sara se quebró cuando el pasado seis de junio se presentó en su puerta un hombre, junto con su mujer, que dijo ser el nuevo propietario del edificio y le anunció que había desembarcado con su “grupo técnico y obreros” para hacer unas reformas en los bajos que, presuntamente, ocasionarían molestias. La nueva propiedad quería disponer de los estudios e invitaba a marchar a todo inquilino del lugar inmediatamente. Las obras se escuchan desde entonces en distintas plantas del edificio (no solo en el bajo) a pesar de que en el CONEX, base de datos del Ayuntamiento de Madrid que permite consultar licencias y expedientes urbanísticos, no aparece ninguno reciente relativo a obras en el edificio.
A Sara le llamó la atención inmediatamente, según cuenta, que en la conversación se deslizara varias veces la palabra amenaza con fórmulas del tipo “yo no es que quiera amenazar a nadie, pero”. Según le dijeron, volverían a hablar transcurridos unos días, cuando el nuevo propietario regresara de un viaje a México, su país de origen. Sin embargo, al día siguiente la vivienda de Sara amaneció sin luz y ha permanecido así durante 35 días. Su casa no es la única que se quedó a oscuras, y tanto ella como otros vecinos lo denunciaron, según explica la afectada.
Los vecinos empezaron entonces a llamar al número de contacto de sus caseros de siempre, una inmobiliaria que tiene sede también en Chamberí, y, a pesar de la comunicación verbal recibida de cambio de titularidad, se les empezó a ofrecer el mes de fianza más otro adicional para que se marcharan. La mayoría de los vecinos empezaron a irse asustados ante lo anómalo de la situación, explica Sara.
Las presuntas presiones para que se marchen han incluido gritos e insultos en el portal a los vecinos. Según explica Sara, a un vecino llegaron a sacarle sus pertenencias y dejarlas en el portal. A día de hoy, solo quedan dos vecinas y a una de ellas le han hecho en el trascurso de las obras un agujero en la pared que ha tenido que tapar con un mueble.
“Después de ver cómo echaron a este chico al que dejaron las cosas en el portal y al que le cambiaron la cerradura me dio miedo –vivo con la niña– así que llamé para que me cambiaran la cerradura”. Según explica la vecina, los hombres de la nueva propiedad retuvieron a los cerrajeros y no les permitieron el paso al edificio hasta que llamó a la policía, que acudió hasta en dos ocasiones y dio la razón a Sara. Es en este momento cuando la vecina de Fernando Garrido pone una segunda denuncia. Este miércoles, 17 de julio, se celebrará el juicio y ha sido poco después de recibir la citación cuando ha vuelto a tener luz en casa.
Contactar con Sara para escribir este artículo ha sido dificultoso porque ha tenido que cargar el móvil en comercios cercanos a su casa o en el centro cultural del barrio, lo que ha sido solo uno de los problemas asociados a su situación. “Ha sido horrible, me compré al segundo día una cocina de camping-gas. Hemos comido mal, aunque la niña por lo menos comía en el campamento. Hemos estado lavando a mano, duchándonos con agua fría (y la cabeza en el gimnasio) …muy mal todo”, explica con evidente hartazgo ante lo que considera un caso de acoso inmobiliario.