El sábado 22 de febrero fue un día habitual en Ponzano: la policía acudió al cruce con Bretón de los Herreros sobre las 19.30 para evitar que un grupo de personas con visibles signos de embriaguez treparan por la fachada de un edificio hasta el primer piso. No lo consiguieron, pero acabaron rompiendo los cables instalados en la fachada. Dos horas después, sobre las 21.30, una ambulancia del Samur se llevaba al hospital a una mujer joven con aparentes signos de coma etílico.
Estos hechos fueron normales porque hace tiempo que los vecinos de Ponzano están curados de espanto y pocas cosas ya les sorprenden, aunque les indignen. Desde hace cinco años han visto cómo la calle cambiaba de forma radical y la convivencia anterior entre ocio y descanso vecinal se ha tornado en muchos casos en un particular “infierno” que antes llegaba cada fin de semana pero cuyo desmadre se extiende a los jueves, los miércoles o incluso los lunes. Un pequeño Magaluf en pleno centro de Madrid, que cuenta incluso con visitas guiadas en inglés para extranjeros que vienen a hacer la ronda por sus locales.
“La gente llega al aperitivo, se queda a comer, luego van a las cañas, copas y después a la discoteca, donde empalman con el día siguiente”, relatan varias vecinas de la calle a Somos Chamberí, las mismas que han descrito la detallada secuencia de hechos al principio de este artículo y que enumeran después los efectos de la fiesta continua bajo sus ventanas: ruido, suciedad, vómitos en los portales, gente meando fuera y dentro de los zaguanes...
“Hay una degradación total de la zona. Los bares y la fiesta se ha apoderado del barrio”, explican mientras detallan que se ven obligadas a tener las ventanas cerradas tanto por el día como por la noche por el humo de los fumadores que salen de los locales y por el ruido. “Yo vivo en un tercero y si abro de noche parece que me estoy fumando yo los porros del olor que me llega”, explica Angelines, una de las afectadas. Los vecinos se encuentran incluso condones y escenas de sexo en las zonas comunes de sus viviendas y garajes: “La otra noche en la misma rampa de entrada a los aparcamientos, pero también en la escalera de otra vecina se encontraron a otros dos. Nos parece muy bien que tengan sexo, pero no en nuestros portales”, se queja Pilar, otra de las vecinas.
La concentración de bares en torno a esta zona del barrio de Ríos Rosas, en Chamberí, comenzó hace cinco años con la apertura de nuevos restaurantes centrados en una oferta gastronómica distinta a la que hasta ese momento funcionaba en los locales más tradicionales. Poco a poco primero y después a mayor ritmo, estos nuevos negocios fueron sustituyendo a comercios del barrio de toda la vida. Cada tienda que cerraba se convertía en un espacio de hostelería. Y los dedicados a copas fueron ganando cada vez más espacio con un aumento considerable de las molestias.
Los vecinos tienen contados, solo en la calle Ponzano -entre Santa Engracia y Ríos Rosas- hasta 59 bares, restaurantes y discotecas. Si el recuento se amplía a las manzanas cercanas la cifra aumenta por encima del centenar. “Pero esto cambia cada semana, porque siguen abriendo más”, añade Pilar. Este es el exhaustivo mapa que trazaron el pasado mes de diciembre:
Los vecinos denuncian un descontrol por parte del Ayuntamiento a la hora de conceder todas estas aperturas: “No sabemos si tienen licencia, porque firman una declaración responsable y empiezan a operar. Tampoco sabemos si las obras se ajustan a la normativa, porque hemos detectado que han unido locales de distintos edificios, o salidas de humos en edificios donde los vecinos no les habíamos autorizado a hacerlo”, avisan.
La lista de denuncias vecinales es larguísima: les acusan de incumplir horarios y no exhibir el cartel de horario y aforo, cocinar sin estar autorizados, utilizar salidas de humos ilegales, aires acondicionados y sistemas de ventilación que no cumplen la legalidad, poner música sin permiso, abrir puertas y ventanas dejando salir ruidos y olores, almacenes en malas condiciones higiénicas, con cucarachas, discotecas que
consideran “peligrosas por los accesos y las escasas o nulas medidas de emergencia”, permitir a los clientes consumir alcohol en la calle, rotura y mal uso de cubos de basura, terrazas que ocupan más metros de los autorizados... Somos Chamberí solicitó hablar con la Asociación de Hosteleros de Chamberí, a la que pertenecen una treintena de los locales de la calle, para contrastar estas denuncias, pero el contacto se produjo después de la publicación de este artículo. Su posición será explicada en breve en un reportaje más amplio.
La concentración de locales de ocio es similar a la que tenía Aurrerá y Gaztambide, al otro lado del distrito, cuando se aprobaron sus Zonas de Protección Especial Acústica (ZPAE), una figura legal que impide la concesión de más licencias de hostelería y que recorta los horarios de los negocios ya existentes. La herramienta, puesta en marcha por el PP en su anterior etapa de gobierno, ha frenado la expansión de locales en Chamberí y en el distrito Centro. Ahora los vecinos quieren que se apruebe y el Ayuntamiento les explica que está en proceso de mediciones sonoras para evaluar si la implanta o no.
La pasada semana, un grupo de residentes apoyados por la asociación El Organillo y organizados bajo la plataforma Vecinos contra el ruido de Ponzano fueron recibidos por el concejal del distrito, Javier Ramírez, quien les explicó que están revisando y practicando mediciones acústicas para valorar si procede o no declarar la calle como ZPAE por el alto nivel de ruido y la enorme concentración de bares, restaurantes y discotecas. También les avanzó que habrá un equipo municipal que intentará mejorar la convivencia entre bares y habitantes.
Mientras, los vecinos han iniciado una recogida de firmas para pedir más inspecciones y reforzar el actual servicio de dos coches patrulla que la Policía Municipal dedica durante el fin de semana para atender a todo el distrito. “Los vecinos no queremos que se cierren los bares. Queremos que se cumpla la ordenanza de forma estricta y que se apruebe una figura para que no se sigan abriendo más locales. Lo que no puede ser es que nos jodan la vida y nos acabemos teniendo que marchar nosotros”, se queja Pilar.