La presencia vegetal y su diversidad en las pequeñas plazas de las ciudades ayuda al bienestar psicológico de las personas y a su calidad de vida; es más, hace que tengamos sensaciones placenteras. En líneas muy generales esta sería la conclusión a la que habría llegado el equipo de investigación formado por miembros de la Universidad Autónoma de Madrid y del proyecto cultural La Pieza, tras analizar los primeros datos del estudio psicoambiental que desde 2010 están realizando y que tiene como protagonistas del trabajo de campo del mismo a nueve plazas de los barrios de Universidad y de Justicia (plazas San Ildefonso, Luna, Comendadoras, Juan Pujol, Dos de Mayo, Chueca, Del Rey, Vázquez de Mella y Santa Bárbara), así como a los vecinos de estos entornos, entre quienes se han realizado más de 500 encuestas.
«Un paisaje produce estados de ánimo. Somos los paisajes que habitamos, en gran medida», afirma José Antonio Corraliza, experto en psicología ambiental y uno de los artífices de este estudio, que viene a dar envoltorio científico a algo que la sabiduría popular intuía.
La psicología ambiental es un campo que estudia las relaciones recíprocas entre los ambientes y las personas que los habitan. Si cierto es que las personas influyen sobre el ambiente, no lo es menos que el ambiente influye sobre las personas, viene a decir Corraliza, para concluir que «cuando esas relaciones recíprocas no funcionan bien surge el malestar». Eso es justo lo que se trata de solventar o evitar, porque este estudio pretende aportar datos para una mejora en la planificación urbanística y en la gestión de su uso.
El “potencial restaurador” de las plazas
El “potencial restaurador” de las plazas
Plaza Dos de Mayo vista como un ‘microplaneta’| Foto: Ajo Fernández
Tanto para Anto Lloveras —arquitecto y artista relacional— como para Esther Lorenzo —ecóloga, divulgadora y gestora de proyectos—, miembros también del equipo que elabora el estudio, «en los últimos años, los espacios verdes del centro de Madrid han sufrido una notable transformación y lo que eran pequeños jardines, o microparques con vegetación, han tornado en espacios donde los materiales duros (granito, mayormente) han sustituido a la arena, el césped, los bancos de madera, las fuentes, las flores y los árboles. La política higienista e hiperpráctica desarrollada por los urbanistas y los gestores de la ciudad, es el resultado de las presiones políticas y económicas derivadas del capital de uso de la superficie de estos espacios públicos, que de esta manera se ha convertido en enemiga de los micropulmones urbanos. Las plazas están siendo utilizadas como superficies útiles de exposición y venta dirigida, en lugar de ser puntos neutrales y espontáneos de encuentro social, así como de cumplir su función de espacio verde próximo y restaurador».
El potencial “restaurador” de las plazas públicas del que hablan es un concepto muy a tener en cuenta que saca a relucir este estudio. «La salud de la ciudad se mide por la calidad de vida de sus habitantes y para que ésta sea un organismo sano (y autónomo) necesita de un tejido compuesto por micropulmones que la oxigenen. En el contexto actual en el que las grandes ciudades soportan una alta densidad de población y elevados niveles de contaminación, los espacios públicos —cualquiera que sea su escala— pasan a tener una relevancia importante en la mejora de la calidad de vida y el bienestar ciudadano». Los investigadores vienen a remarcar, además, lo importante que es que esas plazas públicas estén cercanas al ciudadano, que sean plazas de proximidad. «Es muy importante la función que cumplen los espacios verdes de pequeña escala (‘pocket parks’), las plazas del casco central de la ciudad, caracterizadas por su tamaño reducido y por su accesibilidad, en contraste con la mayor distancia relativa habida respecto a los espacios verdes de gran extensión (Casa de Campo, El Retiro, Parque del Oeste…), que exigen una inversión de tiempo (y energía) que no siempre puede ser asumida de forma cotidiana y casual por el madrileño».
La relación afectiva del ciudadano con su entorno
La relación afectiva del ciudadano con su entorno
Otro de los puntos destacados que desvela este estudio es la necesidad de establecer lazos afectivos entre los ciudadanos y su ciudad. Para Lloveras y Lorenzo, «los resultados y las opiniones recogidos están en la línea del pensamiento que aboga por que los espacios públicos deben constituir (y constituirse como) uno de los elementos clave para la patrimonialización afectiva de la ciudad. A saber, generar unos vínculos afectivos estables de identificación y apego con la ciudad que pueden inferirse a partir de los juicios de preferencia y valoración de su calidad escénica, entre otras circunstancias. Con la marginación y eliminación de estos espacios públicos con funciones afectivas, la ciudad pierde la capacidad de generar un patrón de actividad simbólica que favorezca la implicación de los ciudadanos en el espacio urbano, así como con el resto de habitantes que lo ocupan».
En este sentido, Enric Pol, catedrático de la Universidad de Barcelona y participante en el estudio, afirma: «La persona que siente el espacio que habita como un espacio propio tiende a tener una relación más cuidadosa, más de preservación del entorno. Reducidos a un espacio pequeño concreto, el espacio común y público lo percibimos como más enajenante, nuestra relación con ese espacio tecnológico se deteriora y tiende a ser menos cuidadoso y responsable». Así pues, vemos cómo es importante que el espacio se cargue de un valor simbólico para la persona.
En la misma línea, José Antonio Corraliza cree que el juicio estético sobre el paisaje es algo crucial para nuestro propio equilibrio psicológico: nos sentimos mejor y encontramos recursos y estrategias para relacionarnos con él e implicarnos en su defensa. «Si nos gusta es más fácil que actuemos de una manera ecológica».
Entre otras cosas, ¿tendríamos un barrio menos sucio y deteriorado si tuviéramos más zonas verdes? Quizá no estaría de más pensar en ello. Mucho tendría que ver en ello también una educación ambiental, entendida en el contexto sobre el que estamos hablando como el arte de enseñar a la gente a que se sienta bien. El estudio establece una clara relación entre el comportamiento urbano y los recursos y espacios naturales del entorno.
El estudio
El estudio
El estudio parte de la experiencia cotidiana en estas plazas de la ciudad de Madrid y plantea cuáles son los aspectos clave en dicha experiencia. Para llevar a cabo el estudio, los investigadores diseñaron un cuestionario que permite conocer las variables psicológicas que influyen a la hora de describir la interacción entre el ciudadano y la plaza. Concretamente se incluyeron preguntas que evalúan la calidad escénica percibida y el papel restaurador de los espacios. La muestra se realizó a 537 personas en diferentes días y tramos horarios de la semana.
«Los datos ponen de manifiesto cuáles son los elementos clave a la hora de valorar dichos espacios públicos a través de la experiencia del ciudadano. Para ello el estudio tiene en cuenta ciertas características morfológicas de las plazas (cantidad y variedad de elementos verdes, tipo de pavimento, presencia o ausencia de agua…). El análisis de los datos obtenidos corrobora la hipótesis de partida: la preferencia de las plazas viene determinada tanto por la cantidad como por la diversidad de la vegetación presente, siendo el componente social un mediador para dicha experiencia. Esto viene a significar que una plaza donde haya variedad de árboles, arbustos y flores tiene un mayor potencial restaurador que aquélla donde sólo hay un tipo de árbol».
Plazas objeto de estudio
Chueca y Malasaña piden verde
Chueca y Malasaña piden verde
La reciente movilización de los vecinos de Chueca para evitar la tala de los árboles de la Plaza de San Gregorio, su organización para Salvar la Plaza de la Villa de París o la plataforma Vecinos Haciendo Jardines, cuya lucha se ha centrado en conseguir que el espacio de los Jardines del Arquitecto Ribera sea devuelto a la ciudadanía como una plaza con vegetación y con cero elementos duros son tan sólo algunos ejemplos de las ganas de verde que tienen los vecinos.
Gran consternación ocasionó la tala indiscriminada de cientos de árboles del Eje Prado-Recoletos, muchos de ellos ejemplares singulares, que se llevó a cabo durante la pasada Semana Santa. Ecologistas y asociaciones vecinales reclamaron entonces al equipo de Botella un Plan Director de Arbolado y el colectivo artístico Luz Interruptus preparó una instalación nocturna efímera titulada Cruces rojas sobre cementerio verde para denunciar el arboricidio.
Por su parte, la Asociación de Vecinos de Chueca ha lamentado en más de una ocasión la pérdida de espacios verdes en el barrio de Justicia, como la tala de los árboles del solar de San Mateo, y ha alertado de la necesidad de apostar por un nuevo modelo en el que las plazas se recuperen para el uso y disfrute de todos y los elementos vegetales y los columpios vuelvan a las calles de Chueca y Salesas.
En esta misma línea, la asociación vecinal ACIBU lleva años pidiendo la apertura al público en general de jardines de titularidad pública que hay en la zona. Otros, se han lanzado a okupar en el cercano Malasaña un solar municipal inutilizado para, entre otras cosas, crear en él un huerto urbano. También el barrio vecino existen iniciativas como Rebrota Malasaña, que ha tenido una gran acogida vecinal con su propuesta para que el barrio tenga más verde, incentivando la colocación de macetas y de pequeños huertos urbanos en balcones y comercios.
El sentir popular grita, de distintas formas, que la ciudad necesita vegetación y si estudios como éste confirman empíricamente esa percepción y les dan, además, explicación científica, sólo falta que las autoridades correspondientes tomen buena nota de ello.