Tal día como hoy pero de 1914 veía la luz la primera edición de “Platero y yo”, una de las obras míticas del escritor Juan Ramón Jiménez que fue publicada por la editorial La Lectura, cuya sede se situaba en el Paseo de Recoletos, donde hoy se encuentra la Fundación Mapfre. Para conmemorar ese centenario y la estrecha relación del escritor con la ciudad de Madrid, el Ayuntamiento acaba de inaugurar allí una placa en homenaje a este conocido autor de las letras españolas, Premio Nobel de Literatura en 1956.
«Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón». Así comenzaban las primeras páginas inocentes y soñadoras de un libro universal, todo un símbolo de amistad y de convivencia entre humanos y animales por su burrito protagonista, pero también entre los propios seres humanos. A pesar de que el escritor confesó hacer escrito para la inmensa minoría, finalmente su manso y apacible protagonista ha conquistado a jóvenes y menos jóvenes y se ha convertido, junto a El Quijote, en uno de los libros más leídos del siglo pasado.
El Madrid de Juan Ramón
Juan Ramón Jiménez tuvo una relación muy estrecha con Madrid desde 1900 hasta 1936. Un Madrid Modernista que, cuando le recibió, era todo un referente cultural. Por sus calles paseaban Valle-Inclán, Baroja, Azorín, Villaespesa, Ortega, Unamuno, los hermanos Machado y un largo etcétera de literatos, artistas, pensadores, políticos e intelectuales que tenían en los Cafés y sus tertulias su segunda casa.
Después vendría el Madrid de la Residencia de Estudiantes, a la que él mismo denominaría la “Colina de los Chopos”, donde se sucedías las exposiciones, las representaciones teatrales y las tertulias. En esta etapa floreció el Juan Ramón pensador, el precursor y maestro de toda generación poetas que formarían parte de la Generación del 27, como Pedro Salinas, Vicente Aleixandre, Jorge Guillén, Luis Cernuda, Federico García Lorca, Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Rafael Alberti, Emilio Prados y Manuel Altolaguirre.
En Madrid también conoció a Zenobia, su amor, su esposa. Ella le ayudó a condensar sus sentimientos en su obra poética y fue su compañera vital y literaria. Entre las numerosas viviendas en las que residió en sus más de treinta años de vida madrileña, además de la mencionada Residencia de Estudiantes se suman otras en la calle Gravina, la calle Mayor, la calle Conde de Aranda, la calle General Oraá, la calle Príncipe de Vergara, la calle Villanueva, la calle Lista, la calle Velázquez y la calle Padilla.