“Tras muchos meses de deliberación y con mucho dolor de corazón, siento comunicarles que ha llegado el momento de decir adiós”. Así comunicaba Silvia hace apenas una semana el cierre de la Cerería Ortega a través de sus redes sociales. Después de 131 años fabricando velas e “iluminando ocasiones especiales”, como dice su lema, la última cerería de Madrid cerrará sus puertas para siempre el próximo 31 de diciembre. Silvia Misena, que lleva al mando del negocio desde hace once años, se ha visto obligada a tomar esta difícil decisión debido al notable descenso de las ventas en los últimos años.
La empresa, propiedad de su familia política, lleva en activo desde 1893. El abuelo de su marido, Victoriano Ortega, se hizo cargo de este pequeño comercio del número 43 de la calle Toledo cuando el propietario inicial, Juan Pérez Lozoya, falleció. Desde aquel momento, cuatro generaciones han pasado por la tienda de velas, hasta que en 2013 Silvia decidió ponerse al mando. “Un día mi marido me pidió que le echara una mano y lo que iba a ser un momento se ha convertido en once años”, cuenta.
Cuando su marido se jubiló contempló la idea de cerrar el negocio, pero Silvia quiso darle una última oportunidad e intentar revitalizarlo. Al ser una tienda especializada en cirios, mayormente utilizados en iglesias o en fechas muy concretas como Navidad, Semana Santa o Todos los Santos, no conseguían captar clientela nueva. Silvia se puso manos a la obra y añadió productos nuevos al catálogo, creó una tienda online y empleó todo su entusiasmo en impuslar la cerería.
Velas con forma de Buda, de Yoda o con el escudo del Real Madrid comenzaron a compartir estantería con los cirios tradicionales que las cofradías madrileñas pasean por las calles de la capital cada Semana Santa. Silvia, administrativa de profesión, se esmeró en aprender el oficio y con mucho mimo consiguió hacer arte a partir de la cera. También introdujo las velas aromáticas, los kits para fabricación casera o los quemadores de olor. Pero todos los esfuerzos fueron en vano.
Sí, la gente sigue comprando velas, pero ya no eligen los negocios tradicionales para hacerlo: “En cualquier bazar o, incluso, en el supermercado, pueden encontrarlas por menos precio y de mil olores y formas, eso es lo que a nosotros nos ha hundido”. La gente prefiere productos más baratos aunque sean de menor calidad. “Yo me lo curro, hago mil pruebas con las mechas y la cera para que se consuman lo más lento posible, pero no se valora”, cuenta Silvia.
Para añadir más dificultades, sus clientes más populares, las iglesias, han decidido cambiar los cirios de siempre por velas eléctricas y de parafina líquida, que tarda mucho más en consumirse. El esfuerzo por mantener viva esta tradición familiar no ha sido suficiente para cubrir los gastos y tampoco lo ha sido la demanda estacional: si bien las ventas aumentan durante Adviento, Navidad y Semana Santa, el resto del año es difícil de sostener, ya que en épocas de calor, como verano, la demanda de velas es baja.
“Llevaba desde principios de año sin que me saliesen las cuentas, era inviable económicamente”, explica Silvia. Los cambios no supusieron un aumento en las ventas lo suficientemente notable como para poder mantener la tienda y la gestión del negocio se estaba convirtiendo en un quebadrero de cabeza para Silvia. “Han sido muchas noches sin dormir, muchas lágrimas, pero una retirada a tiempo es una victoria”, relata.
Después de varios meses de indecisión, de temor y angustia, Silvia ha decidido cerrar la cerería. Informaba a sus clientes el pasado 5 de noviembre a través de su perfil de Instagram del inminente cierre: “Me toca la peor parte, que es decirles adiós”. Emocionada y sin palabras por el cariño recibido, asegura que solo puede “dar gracias” por la gente con la que se ha cruzado durante estos once años al mando de Cerería Ortega.
“Sin duda, los clientes es lo mejor que me llevo”, dice con lágrimas en los ojos. La fidelidad de la clientela es lo que le ha permitido “tirar del carro” estos últimos años. Muchas de las familias que compran habitualmente en la tienda han sido leales durante generaciones: “Venían de niños con sus abuelos y vienen ellos con sus nietos”. Sin embargo, la realidad económica ha prevalecido.
Según relata Silvia en conversación con Somos Madrid, el año pasado contrataron a una dependienta porque necesitaban ayuda en la tienda, pero a los cuatros meses tuvieron que prescindir de sus servicios porque no podían costear su sueldo: “No podía pagarle, no nos daban los números”. Después de pagar la cuota de autónomos, los impuestos y a los proveedores, las ganancias son prácticamente inexistentes. “Cuando fui consciente de que este año teníamos que cambiar el ordenador porque ya se estaba quedando obsoleto supe que no íbamos a poder hacer frente a ese gasto, era inasumible”, explica.
Ahora, sin un plan concreto para el local, que pertenece a la familia de su esposo, piensa centrarse en buscar empleo como adminstrativa, su verdadera profesión. Con cierta resignación, asume que el cierre es tan solo la consecuencia directa de la transformación del comercio tradicional, ahora reemplazado por otros modelos de negocio que nada tienen que ver con estos oficios. Aun así, siente la satisfacción de haberlo dado todo por un negocio familiar que ha conseguido mantenerse en pie durante más de 130 años: “Me voy feliz y sabiendo que he puesto todo de mí por intentarlo”.
Un siglo iluminando Madrid
En una visita rápida al taller de Silvia, es posible toparse con instrumentos que ya son muy difíciles de encontrar. “Seguimos trabajando igual que lo hacía el abuelo de mi marido y con los mismos utensilios”, afirma. La elaboración de las velas no es ni mucho menos fácil, pero Silvia le pone mucho entusiasmo, prueba de ello es la gran variedad de diseños que maneja: “Esta misma tarde me he puesto a preparar las de Navidad, tengo secando los muñecos de jengibre”.
Funde la cera, añade el aroma, barniza y pinta cada detalle con delicadeza, no hay una vela igual a otra. “El encanto de lo artesanal es que cada pieza es única”, indica. Reinventarse después de tantos años no ha sido fácil y, aunque no ha conseguido el propósito esperado, ha hecho más de lo que ella misma imaginaba.
En su empeño por impulsar el negocio ha llevado las velas de Cerería Ortega a la televisión. Son muchas las productoras han pasado por allí, convirtiendo las creaciones de Silvia en el atrezo de series y películas como Águila Roja, El Secreto de Puente Viejo, Acacias 38 o La Catedral del Mar. “Es un orgullo poder decir que nuestra velas han salido ahí”, confiesa Silvia.
Además, ha tenido algún que otro cliente célebre. Al preguntar a Silvia por uno destacable, la primera persona que le viene a la cabeza es una de las hermanas del rey emérito: “Vino durante muchos años a comprar, era una clienta muy fiel”.
Su público siempre ha estado ligado al ámbito eclesiástico por razones obvias, pero estos últimos años ha crecido mucho la demanda de velas esotéricas para rituales, lo que ha llevado a Silvia a inlcuir otros elementos en su catálogo como el palo santo. Aunque el lugar en el que más se ha derramado su cera han sido las calles de Madrid, donde las cofradías han paseado las velas de la cerería desde hace décadas.
Sin duda, 130 años dan para mucho. Silvia se guarda los mejores momentos para su recuerdo y anima a todo el mundo a pasarse por la tienda estas últimas semanas, que estará de liquidación. El próximo 31 de diciembre la Cerería Ortega cerrará sus puertas y, con ella, una parte de la historia de Madrid.
Los negocios más antiguos desaparecen de la calle Toledo
El caso de la Cerería Ortega es bastante particular. No es únicamente un negocio centenario, es la última tienda de velas artesanales de Madrid. Con su cierre se pondrá fin a un oficio que durante siglos fue muy popular. De hecho, era habitual que hubiera una cerería al lado de cada iglesia. Es el caso del negocio de la familia Ortega, muy próximo a la Colegiata de San Isidro.
Dentro de la tienda que regenta Silvia han cambiado muy pocas cosas desde que el abuelo de su marido se hizo con el negocio a finales del siglo XIX. Fuera, bastantes. De hecho, son de los pocos que han sobrevivido al paso del tiempo durante tantos años. “Me da mucha pena ver la forma en la que se ha transformado el barrio”, señala Silvia. Los nuevos modelos de negocio y las grandes superficies han impactado de lleno en estos comercios “de toda la vida” y están acabando con la identidad de los barrios históricos de Madrid.
“Quedamos muy pocos, Caramelos Paco, nosotros y alguna tienda más”, cuenta Silvia. Uno de sus vecinos más célebres, la tienda de disfraces Fiestas Paco, abandonó en 2022 el que fue su local durante 36 años. En su caso, las dueñas del inmueble, las monjas de la orden de clausura concepcionista franciscana, solicitaron una renta mucho mayor de la que pagaban por alquilar el local en el que se encontraba la tienda y decidieron irse a otro lado. En su lugar, se ha instalado una tienda de comestibles asiáticos que abrió hace unas semanas.
“Está claro que lo que da dinero ahora es montar bares y si son con terraza, mejor”, comenta Silvia. En su caso, el futuro del local es incierto. No tienen pensado alquilarlo ni venderlo por el momento, pero su cierre viene a robar un poco más el alma de la zona, donde Caramelos Paco es el único buque de insignia que resiste en La Latina, un barrio consumido por la gentrificación y el turismo.
La misma suerte corren otras zonas de la capital. En Palos de la Frontera, son muchos los que se han visto obligados a echar el cierre. En este caso, por las obras de Metro de la Línea 11. El pasado 15 de septiembre, el Café Santamaría bajó su persiana por última vez. También ocurre en Malasaña, donde este verano la droguería de Manuel Riesgo anunció su cierre. Sin embargo, gracias a un pacto familiar y a la aclamación popular, volvieron a abrir hace poco más de un mes.
También se despidió de Malasaña a prinicipios de 2024 Crisis, tienda decana en calle de los cómics y la fantasía. En su caso, por jublación. En Lavapiés cerró a mediados de año el último gran videoclub de Madrid, por una razón similar a la de Silvia: la situación financiera era insostenible. Y como estos, infinidad de ejemplos. Negocios históricos, algunos de ellos centenarios, que dejan un espacio irremplazable en la capital y que son el claro ejemplo de la deriva a la que están sometidos estos barrios madrileños.