El Parque del Oeste fue la primera y mayor zona verde pública construida, entre los años 1903 y 1905 (El Retiro se abrió a los madrileños, no se creó ex novo). Hay que ligar su destino al del plan de Ensanche de Madrid y su planificación bebió de las mismas ideas de desarrollo urbano saludable que guiaban el crecimiento de las grandes urbes del planeta desde el siglo XIX.
Era un parque que venía a modernizar la capital de la España de la Restauración. El ingeniero Carlos María de Castro, responsable del plan de Ensanche, había proyectado la construcción de jardines privados de manzana y dos grandes parques de 100 o 150 hectáreas –los llamaba bosques– en el norte y el este de la ciudad, junto al Paseo de Ronda. La construcción del Ensanche a través de los mecanismos de la iniciativa privada, en connivencia con la pasividad reglamentaria municipal, eliminó la obligatoriedad de los jardines y la existencia de los bosques que Castro había imaginado de estilo irregular y con cascadas artificiales.
Sin embargo, como heredero de esta concepción nonata del Ensanche, se aprobará en 1893 la creación de un gran parque público, que el ingeniero no llegaría a ver, pues murió este mismo año. El diseño del seminal Parque del Oeste fue encargado a un funcionario amigo de Cánovas del Castillo y pariente de Sagasta, el ingeniero agrónomo Celedonio Rodrígañez y Vallejo, jefe del departamento de Jardines en el Ayuntamiento de Madrid.
El lugar elegido estaba situado en una escarpada ladera al este del río Manzanares, atravesado por el arroyo de San Bernardino, afluente de este. Los terrenos procedían de la finca conocida como La Florida, que perteneció a la corona y había pasado a manos del Estado después de la revolución de 1868. Los jardines y huertas que allí hubo siglos atrás eran la prueba histórica de que el terreno, demasiado accidentado para edificar, tenía agua suficiente para albergar un espacio natural, sin embargo. Hasta principios del siglo XX, también había en la montaña del Príncipe Pío –el promontorio del Templo de Debod– decenas de cuevas escavadas donde vivían los vecinos más miserables de la capital.
Fue inaugurado en 1905 pero no comprendía el actual parque en su totalidad, sino el Paseo de Moret, la Avenida de Séneca y el entorno del Paseo de Coches –hoy Paseo de Camoens, que se pensó para que circulara el tráfico–. Poco después, con Alberto Aguilera al mando del Ayuntamiento, el parque se amplió a lo largo del Paseo de Rosales.
Estaba rodeado por las vías de los trenes que llegaban a la Estación del Norte y por el burgués barrio de Argüelles. Aunque la mayor parte de la financiación corrió de parte del Ayuntamiento, la clase alta participó en su financiación, consiguiendo elevar los precios de los terrenos del barrio burgués en construcción.
El arroyo de San Bernardino se ajardinó y repobló con carpas. Convertido en el de Rodrigáñez, nacía de un lago artificial hoy desaparecido con un surtidor. Articulaba el parque, surcado de puentes y con una cascada que recuperaba la idea inicial de Castro.
El primero de los monumentos instalados en el parque también remitía a la clase social beneficiaria. Estaba dedicado al conocido médico Federico Rubio y Gali, impulsor de un conocido hospital para pobres. El grupo escultórico, que evocaba también el sistema caritativo de la Restauración, fue inaugurado por Alfonso XIII.
Uno de los elementos insoslayables de los parques públicos internacionales eran los quioscos de música y el Parque del Oeste, por supuesto, también tuvo el suyo (estaba cerca de la entrada el Paseo de Rosales y hoy en día no existe). Como sucedía con el aire fresco, a la música se le asociaba también una influencia beneficiosa para el cuerpo social desde la mirada higienista, que mezclaba salud y moralidad.
En consonancia con esa teórica ascendencia del parque sobre el comportamiento ciudadano, se hicieron miradores hacia la sierra, pero se cerraron con una barrera de árboles –eucaliptos, de naturaleza medicinal– las vistas a la cercana cárcel Modelo.
El discurso reformista propio de la Restauración incidió en prensa en la oportunidad del cohesionar socialmente a la sociedad y ofrecer a las clases trabajadoras el parque, convirtiéndolas a la cultura burguesa a través del paseo, los conciertos de la banda municipal o la celebración cívica encarnada en los monumentos que lo decoraban. Sin embargo, el parque se convirtió, como ya vimos en el caso de El Retiro, en un escenario de las clases medias y altas donde, como en el caso mencionado, solo se veía a niños acompañados de sus criadas, pues estaba prohibido permanecieran solos.
El parque, por último, ofrecía la materialización de lo que el Ensanche hubiera querido ser en sus planteamientos y no pudo ser en su ejecución, tal y como explica Juan F. Remón Menéndez en Nature and the city: the Parque del Oeste and the expansion of nineteenth-century Madrid, artículo del que bebe mucho este texto.
Después de convertirse en la niña bonita de la Restauración, parece que el parque del Oeste sufrió cierta decadencia desde los años 10 hasta la llegada de la República, cuando empezó a mimarse de nuevo. Durante la guerra, ya lo sabemos, sufrió los estragos de la contienda de lleno y hubo de ser reconstruido de nuevo… pero esa es otra historia.