Todos hemos jugado al ping-pong en alguna ocasión y nos hemos quedado boquiabiertos con la velocidad a la que lo que lo hacen en las olimpiadas. Ping-pong o tenis de mesa. Tenis de mesa o ping-pong, dos nombres –literal y onomatopéyico– para designar un deporte muy popular al que, sin embargo, no es tan sencillo jugar en la ciudad de Madrid.
La posibilidad de reservar una mesa en un centro deportivo municipal, por ejemplo, es escasa. Las cifras son elocuentes: solo tres de ellos lo ofertan en los 21 distritos de la ciudad. La cifra se hace más odiosa cuando la cotejamos con la oferta de espacios para otros deportes de raqueta. Solo el squash y el frontenis están menos representados que el tenis de mesa (dos y uno, en Villaverde, respectivamente). Se pueden alquilar pistas de pádel en 44 sitios, de tenis en 36, bádminton en 10 y, lo que es más sorprendente, de pickleball en 8. Este último deporte de palas es aún muy poco conocido en España y combina, precisamente, elementos de otros primos hermanos como tenis, pádel, bádminton y tenis de mesa. Tampoco ofrece el ayuntamiento clases abiertas del deporte, como si hace para tenis, frontón, pádel y el citado pickleball. ¿Qué le pasa al Ayuntamiento con el tenis de mesa?
Jugar en condiciones en la ciudad de Madrid se circunscribe, sobre todo, a los clubes. El epicentro del deporte profesional o de formación podría ser la Federación de tenis de mesa, que tiene su sede y sus mesas en los bajos del estadio del Rayo Vallecano. Pongámosle nombre propio. Iván es de El Alamo, pero trabaja y vive actualmente en Carabanchel. Durante muchos años practicó el deporte en el club de su municipio, donde hay un club de tenis de mesa. “Lo conocí porque siendo pequeño fui con alguien allí y probé”. Es el relato normal de cómo un chaval empieza a practicar cualquier deporte en un club y llega a entrenar diariamente, durante varias horas al día, pero no lo es tanto en la ciudad de Madrid. La mayoría de los clubes federados en nuestra comunidad pertenecen a otros municipios, mientras que en la ciudad solo hay una docena.
“El panorama era peor hace diez o quince años, ahora hay más y sobre todo algunos de los clubes han crecido bastante”, explica Iván, que achaca la dificultad de poner en pie un club al problema del espacio dentro de la ciudad. Un partido de alto nivel exige más superficie de lo que un neófito imagina, así como que esta sea adecuada para la velocidad y los continuos movimientos que llevan a cabo los deportistas durante el partido. “Mi experiencia es que los clubes de barrios de Madrid, la mayoría en la periferia, han ido cambiando bastante de sedes y a veces los espacios no son todo lo buenos que deberían”, explica. En la práctica, muchos de los clubes capitalinos entrenan y disputan sus partidos en espacios deportivos de centros educativos.
Si practicar el tenis de mesa con ambición deportiva es complicado en nuestra ciudad no lo es menos iniciarse en el deporte o acercarse a él de forma lúdica. Ya hemos mencionado la raquítica oferta de los centros deportivos municipales, pero tampoco la oferta privada y comunitaria es halagüeña fuera del abrigo de los circuitos escolares, universitarios o de otras instituciones como la Iglesia, que conserva a menudo mesas en sus salones parroquiales. Las razones que todo lo atraviesan hoy en nuestras ciudades: el precio del metro cuadrado y la mercantilización creciente de los espacios.
La generación de nuestros padres se acercó al ping-pong a través de los billares. Eran centros de ocio, no siempre bien connotados, que estaban presentes en todos los barrios. Los billares, y luego los recreativos, tenían sistemáticamente mesas de ping-pong en locales de dimensiones que hoy son impensables para un establecimiento comercial que no sea un gimnasio o un supermercado.
Si lo pensamos bien, veremos que algo similar está pasando con los locales comunitarios y centros sociales, cuyas sedes son alquiladas en el mercado por sus socios: se encuentran con la dificultad creciente de encontrar espacios asequibles para llevar a cabo sus actividades vecinales, suficientemente amplios como para practicar deporte en su interior.
Pongamos como ejemplo de ello lo ocurrido en el distrito de Chamberí. Durante la legislatura de Ahora Madrid, el Ayuntamiento acondicionó y sacó a concurso la cesión vecinal de un local vacío que tenía a orillas de Bravo Murillo y más de una decena de colectivos chamberileros se unieron para montar la Casa de la Cultura y la Participación Ciudadana de Chamberí. El ampa de un colegio participante en la experiencia compró una mesa de ping-pong, que se utilizó durante unos años para que la gente jugara libremente y para que un vecino impartiera clases de tenis de mesa.
Pero la llegada de Almeida al ayuntamiento significó la progresiva eliminación de cesiones municipales, incluyendo la de la Casa de la Cultura. La mesa acabó entonces en el gimnasio del Colegio Público San Cristóbal, donde pueden usarla exclusivamente sus alumnos. Tras un par de años de existencia errante y búsqueda de espacios, se alquiló la actual Casa de la Cultura de la calle Balmes, junto a la Biblioteca Pública José Luis Sampedro. Un espacio donde se siguen llevando a cabo numerosas actividades, pero, donde difícilmente tendría cabida la vieja mesa de ping-pong.
A la vista de la poca presencia del tenis de mesa en las instalaciones municipales y la dificultad de encontrar espacio en locales privados, lo que ha sucedido es que el tenis de mesa ha sido desplazado en los últimos años a la calle, a pesar de que por sus características –por el peso de la bola, básicamente– su práctica es una de las que más se complica a la intemperie.
Normalmente, para jugar al ping-pong en Madrid hay que apañarse con las mesas de superficie instaladas en parques o zonas deportivas básicas. Mesas de chapa u otros materiales resistentes donde la bola bota de forma muy distinta a como lo hace en una mesa profesional; con redes metálicas que niegan la posibilidad de vivir el momento mágico en el que la pelota roza ligeramente la red y obliga al contendiente a correr hacia delante.
Hemos hecho un recuento de las mesas en instalaciones deportivas básicas que nos permiten seguir practicando de forma amateur el tenis de mesa según los datos del Ayuntamiento y los hemos colocado en un mapa. Aunque los datos no informan de la actualización del listado, hemos comprobado que no están todas –por ejemplo, no figuran las que fueron instaladas en las reformas de las plazas de Olavide o La Remonta–. Y pese a que su número es relativamente grande, encontramos, a la luz del listado, distritos enteros donde no existen este tipo de mesas duras, como Chamartín, Villa de Vallecas, Villaverde o Ciudad Lineal.
Pequeña historia del ping-pong (o tenis de mesa) en Madrid
La historia de la llegada del deporte a nuestro país no difiere mucho de las de otros. Como la mayoría de los deportes y juegos que empezamos a practicar a finales del siglo XIX y se hicieron masivos en el XX, llegó de Inglaterra y empezó a ser practicado por las élites, para luego popularizarse con las conquistas de la clase trabajadora que condujron a la sociedad de masas: el descanso dominical, las jornadas laborales más cortas y las subidas de los salarios.
Así que, comenzando el siglo XX, los periódicos madrileños reseñaban el ping-pong como un juego de moda de la buena sociedad londinense. “Se juega en una mesa de comedor, empleándose una red, pequeñas raquetas y bolitas de celuloide”, contaban. En la época, era habitual clasificar los deportes como apropiados o no para el sexo femenino y el novedoso juego parecía, a los ojos del momento, apto para “favorecer las gracias naturales de la mujer” (La Época, 29 de diciembre de 1901). Por ello era tratado con cierto desprecio paternalista y aparecerá en publicaciones femeninas como La última moda, que le dedica una página entera en 1902.
Sin embargo, el deporte se va popularizando rápidamente y ese año ya aparecen en prensa anuncios de lugares donde poder jugar al ping-pong o tenis de mesa, como en un local situado en el número 29 de la calle de Alcalá. Hacia 1919 comienzan a aparecer en prensa los campeonatos que, aunque son más materia de ecos de sociedad que de las páginas deportivas (como por otra parte sucedía aún con la mayoría de los sports).
Ya en los años treinta, era habitual encontrar salones de billar y tenis de mesa, que al parecer rivalizaba e incluso estaba más de moda que el juego del taco. Es en esta época cuando, al menos por estos lares, comienza a hablarse de tenis de mesa de forma más significativa. El juego-deporte (era tratado de ambas maneras) va calando en capas más amplias de la sociedad y nace así la liga universitaria organizada por la progresista Federación Universitaria Escolar (FUE), por ejemplo.
Es un momento de indefinición en el que ya es posible encontrar entre la información deportiva la clasificación de los campeonatos mundiales o la gira de exhibición de Barna –el campeón húngaro del momento– a la vez que siguen apareciendo artículos que lo presentan como una moda y un juego de sociedad. Así sucede con el artículo El “ping-pong”, publicado por el periódico La Voz en 1934 bajo el frontispicio Temas para la mujer:
“El ”ping-pong“ as un motivo delicioso para no tener que conversar, para lucir la silueta, la ”toiletit“, la gracia, la flexibilidad. El ”ping-pong“ enseña a vencer contrario y a perder con elegancia. La mansión más pequeña, la terraza más insignificante, se convierten merced a una mesa de ”ping-pong“, en un estadio olímpico”.
Pero también empiezan a celebrarse campeonatos de Madrid, en los que se enfrentan clubes como el International Ping-Pong Club, donde jugaban esencialmente extranjeros residentes en España, y el Avenida Ping-Pong Club, que recogía la denominación del cine del mismo nombre, en cuyos bajos se celebraban estas competiciones. El primer campeón de Madrid fue el alemán Adolfo Fiedler, que había comenzado a jugar en París unos años antes.
La popularidad del deporte va en aumento, surgen nuevos clubes como el Kabila e, incluso, una delegación madrileña –que ya pertenece a una recién creada Federación Castellana– es invitada a jugar en Lisboa en 1935. A nadie extrañará que en algunos artículos de la época empieze a considerarse ya cosa de hombres.
La sección de tenis de mesa del Real Madrid nace en 1944 aunque, realidad, el ping-pong era ya una de las actividades a las que podían jugar los socios del club en las instalaciones de Chamartín desde los años treinta. Un par de años después, empiezan a celebrarse los campeonatos de España.
Un artículo de 1959 en el periódico municipal Villa de Madrid firmado por Jesús Fragoso del Toro titulado Los otros deportes, en el que se hacía un repaso amplio del panorama deportivo capitalino, constataba que era un deporte más popular que lo que su práctica deportiva sugería. “El tenis de mesa es muy popular, pero más como diversión que como deporte. Sólo unos 150 jugadores se encuentran federados”, decía. Efectivamente, la popularidad del ping-pong nunca había decaído independientemente de su marcha profesional y así lo certifica el éxito dentro de los billares de barrio a partir de los años sesenta (bien lo sabían los grupos de la oposición interior que reclutaban allí a los chavales).
Uno de los clubes más antiguos de los que aún continúan es el Club Madrid Ciudad Tenis que nació en 1970 como A.D. Círculo Catalán de Madrid. Entonces, jugaban en una sola mesa de la sede de dicha asociación, que aún está situada en el número 6 de la Plaza de España. Como curiosidad, mencionaremos que el primer videojuego desarrollado en España fue un Ping-Pong, creado por dos becarios de la Universidad Politécnica de Madrid en 1977 inspirándose en el famoso Pong de Atari.
Hoy existe una actividad mucho más profesionalizada, como contábamos en la primera parte del artículo, pero contrasta la popularidad del deporte, que quién más quién menos todos hemos practicado en alguna ocasión, con la facilidad de jugarlo en la ciudad de Madrid.