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Doña Manolita, la historia centenaria sobre una guapa lotera y marketing castizo que genera colas y pasiones

Doña Manolita en su establecimiento

Luis de la Cruz

Madrid —

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El 22 de diciembre de 1926 el gordo, dotado de quince millones de pesetas, salió pronto del bombo. Los reporteros de la ciudad de Madrid salieron corriendo hacia el número 18 de la calle Ancha de San Bernardo, donde estaba la administración de lotería número 5, que había vendido el número 17,299. A nadie le sorprendió la escena, que se había vivido ya en otras ocasiones a las puertas de Doña Manolita. En el pequeño local, la famosa lotera se afanaba en comprobar en sus libros quiénes eran los agraciados compradores de los décimos, rodeada de vecinos, clientes habituales y vendedores ambulantes. Varias parejas de guardias intentaban poner orden entre la multitud que intentaba entrar en el local. Aquella mañana, era el lugar más interesante de la ciudad.

La prensa contaba que un mancebo con blusa blanca de trabajador se acercó nervioso y, tras comprobar una última vez el número, exclamó “¡Ya soy rico, viva mi padre!” antes de estallar en júbilo y ponerse a repartir besos. El chico trabajaba en una cercana peluquería de la calle Conde Duque que había vendido participaciones a porteros, trabajadores y vecinos de la zona, por lo que, esa vez, la fiesta quedó en casa.

Por aquel entonces, un décimo costaba 3 pesetas y era muy habitual comprar vigésimos, premiados por 750.000. Ese mes de diciembre, en el que también fueron favorecidos los trabajadores de la Academia de San Fernando, fueron muchas las historias personales y alegrías que contó la prensa diaria. Entre todos los protagonistas, uno recurrente, cuya fotografía había salido muchas veces en los papeles en los últimos años: Manuela de Pablo Rodríguez, conocida hasta hoy como Doña Manolita.

Manolita de Pablo, que también así se la nombraba mucho, había puesto establecimiento en San Bernardo en 1904. La calle era por aquel entonces un hervidero vital alimentado por los estudiantes de la Universidad Central, que pronto se hicieron amigos y admiradores de la joven lotera, famosa por su belleza y simpatía.

Pronto, la administración se hizo fama de repartidora de suerte. En la década de los diez y los veinte son incontables las ocasiones que Manuela salió en prensa por los premios repartidos. Los comentarios de los periódicos la emparentan constantemente con la diosa Fortuna, e invariablemente acompañan su nombre los adjetivos “popular”, “célebre” o “simpática”. La empresaria era un personaje muy conocido de Madrid y, no cabe duda, una excelente relaciones públicas, que no dudaba en recalcar en prensa su idilio con la suerte. “Siete gordos en tres meses”, decía a la altura de 1921. “Entre los años veintiséis y veintisiete dí treinta gordos seguidos, entre ellos los de Navidad y el Niño, primero y segundo”, declaraba en otra entrevista de la misma década.

Su método eran los pálpitos, decía, y atribuía su buena fortuna a los viajes que había hecho a Zaragoza para ver a la Virgen del Pilar. Lo decía para negar con gracia la superchería popular que le atribuía haber vendido el alma al diablo.

La lotería no paró ni con la guerra -aunque hubo un año dos sorteos, el de la España republicana y la sublevada-. En 1931 Manolita había trasladado su local a la calle Gran Vía, de donde se negó a marcharse al llegar la contienda. A la calle, es sabido, la llamaban entonces Avenida de los obuses y es por ello que en la tienda se incrustaron numerosas esquirlas de metralla, fruto de los que hicieron añicos sus escaparates. Después del establecimiento de Gran Vía 31 recaló en la calle del Carmen. Pronto, además, abriría otro local en la Puerta del Sol con Arenal, haciendo la competencia a la también célebre La Pajarita.

Manuela de Pablo murió en 1951 sin descendencia, haciéndose cargo de la administración su hermana Carmen y pasando a llamarse la casa Hermana de doña Manolita. En los años ochenta la heredó su hijo Alfredo Salgado, que huyó de España en 1987 dejando atrás una deuda millonaria con Hacienda y las casas de apuestas de las que era asiduo. Así es como Doña Manolita pasó a manos de Juan Luis de Castillejo y Bermúdez de Castro, conde de Cabrillas, actual dueño.

La propiedad de la administración se ha visto envuelta recientemente en una polémica al acudir la condesa, de 99 años, a la última cena de la Fundación Francisco Franco. El evento, que la organización en defensa de la figura del dictador emplea para recaudar fondos, premió la trayectoria de la noble, dueña de Doña Manolita. El hecho fue desvelado por Equipo de Investigación de La Sexta en uno de sus programas emitidos en noviembre.

Aunque hace 75 años que la popular chamberilera no está al frente de la administración de lotería con más colas de toda España, su nombre sigue siendo sinónimo de suerte y su silueta, en un alarde de marketing castizo, adorna numerosos bares que se vanaglorian de vender lotería ganadora, como lo hacía Manuela cuando abrió su primer despacho a principios del siglo XX.

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