Hartazgo frente a un turismo de masas “incompatible con la vida” en Lavapiés, corazón gentrificado de Madrid
Mari Carmen pide un café en el Mercado de San Fernando, uno de los epicentros del barrio oficioso de Lavapiés, en el centro de Madrid. Es martes a mediodía, pero la mayoría de comercios a su alrededor tienen la persiana echada. La mujer que atiende el puesto prefiere no responder las preguntas de Somos Lavapiés e incluso se aparta un poco. Deja todo el protagonismo a Mari Carmen, que a sus 80 años (50 de ellos en su piso de la calle Embajadores), no se corta un pelo a la hora de opinar sobre las repercusiones del turismo de masas en las calles por las que lleva transitando medio siglo.
El Mercado es una extensión del barrio que lo acoge, donde han empezado a proliferar pintadas con diversas proclamas y pegatinas con el mensaje “Fuck Airbnb - Save the Barrio”. Así, en spanglish, para que lo entienda quienes pueden sentirse aludidos. Pueden verse en la calle Tribulete, movilizada contra la compra de uno de sus bloques por parte de un fondo buitre, pero también en otras vías como Argumosa, Salitre, Sombrerería o calle de la Fe. También en otros puntos de la ciudad. La mayoría están colocadas en los portales o los telefonillos de edificios en los que, presumiblemente, se han establecido viviendas de uso turístico (VUT). Ya sean legales o ilegales, aunque el 92% carecen de regularización según el propio Ayuntamiento de Madrid.
“Lavapiés siempre ha sido muy bullanguero, pero con todo esto hemos ido a peor”, cree Mari Carmen. Aunque el alza de los alquileres no le afecta directamente, sí sufre las molestias causadas por dos pisos turísticos en su edificio: “De uno de ellos no lo teníamos claro, pero todos los fines de semana veíamos subir y bajar, y entrar y salir gente. Un día un inglés, otro un estadounidense, otro alguien de China... Se lo comentamos a la propietaria y nos dijo que eran sus sobrinos. Le dije que si tenía a la ONU por sobrinos”.
“Al final le preguntamos si tenía los papeles en regla y nos dijo que los estaba tramitando. Yo ya dejé de ser presidenta de la comunidad y no sé si lo ha acabado legalizando”, cuenta. Reconoce desconocer los mecanismos con los que las comunidades pueden denunciar o prevenir VUT ilegales en Madrid, incluida una Oficina de Afectados por las Viviendas de Uso Turístico, ubicada en el número 38 de la calle Lavapiés. Sí está al tanto de las manifestaciones masivas en Canarias por un modelo turístico alternativo, más sostenible y menos violento con los ecosistemas locales (naturales pero también humanos).
Mari Carmen habla de fuertes ruidos en la terraza del inmueble reconvertido en alojamiento turístico, molestias que se alargan “hasta las 4.00 o las 5.00 de la madrugada”. “Yo los tengo al lado y no me entero mucho, pero la señora de abajo está harta de aguantarles”, denuncia.
También echa de menos la familiaridad habitual de un edificio: “Llegas al portal, te cruzas con alguien y no sabes si vive o no vive aquí. Las conversaciones para conocerse, ponerse al día y compartir cosas ya han pasado a la historia”, lamenta. Posteriormente, retiene unos minutos a este periodista preguntándole por su acento, sus orígenes y su trabajo. Lo que no puede hacer con esos James, Susans o Peters que cada día cruzan a toda velocidad el rellano.
Llegas al portal, te cruzas con alguien y no sabes si vive o no vive aquí. Las conversaciones para conocerse, ponerse al día y compartir cosas ya han pasado a la historia
Para Luz, propietaria de la librería Tráfico de Libros en el número 6 de la calle Sombrerería, el precio de la vivienda en Lavapiés se ha vuelto “insostenible entre el Euríbor y los pisos turísticos”. Se pregunta “cómo pagas 1.000 euros de alquiler con dos hijos y un trabajo normal”, una situación promovida por el turismo masificado que desde su punto de vista “es incompatible con la vida”.
“No es que la gente se esté yendo, es que les están echando”, asegura Luz. Relata que hay dos clientas habituales de la librería en proceso de expulsión de sus respectivos hogares, “en los que llevan viviendo 40 años”. Expone que la situación “ya es grave para la gente joven” lo es todavía más para “personas mayores que ven cómo tienen que dejar las casas donde han pasado toda su vida sin saber adónde ir”.
“Barecitos y más barecitos”
Luz dice que, por el perfil de su establecimiento (una librería que además es de barrio), apenas tiene clientes que sean turistas. No es el caso de todos los negocios, aunque en la mayoría de ellos sí se percibe un cambio de modelo: “Cuando vengo al Mercado el fin de semana sí que está a tope. Pero hay demasiada gente. Y en la calle igual. Bien para unos y mal para otros. Yo ahora voy con muletas y no me respetan nada. Me pasan por derecha y por izquierda”, se queja Mari Carmen.
La parte positiva, la ebullición del enclave durante el fin de semana, también tiene matices. Como tantos otros, el Mercado de San Fernando ha evolucionado hacia un modelo gastronómico y no tanto de abastecimiento. Muchos negocios se han quedado por el camino. “Antes tenía tres plantas. Ahora solo queda una frutería, una carnicería y barecitos y más barecitos”, dice Mari Carmen algo apesadumbrada.
Algunas de las pegatinas con el lema “Fuck Airbnb” no se encuentran en bloques de viviendas, sino en las paredes exteriores de cafeterías minimalistas. Esas que para Daniel, que pasea por Lavapiés aunque desde hace ocho meses vive en Marqués de Vadillo, son la muestra de “un horrible proceso de gentrificación común a distintas partes del mundo”. Lamenta que nadie haga nada para detenerlo, ni en Madrid ni en su Medellín natal.
Leticia trabaja en uno de estos locales con dibujos “cuquis” en la fachada, música instrumental de fondo y cartas en las que el inglés gana al castellano. Entiende las reivindicaciones y protestas de muchos vecinos, tanto por el alza de alquileres debido a proliferación de pisos turísticos como las que tienen que ver con las molestias generadas por los turistas. “Yo soy la primera que está harta de aguantar a mucho maleducado pasado de rosca”, dice.
Sin embargo, en su postura pesa más la necesidad económica (aunque desea que su etapa en hostelería sea pasajera) y los puestos de trabajo que estas visitas exteriores generan a corto plazo: “Sin turistas, nos guste o no, cerraría esta cafetería y casi todas las del barrio. Es así, es el país que tenemos”.
“No somos turistas”
La abundancia de visitantes externos es tal que hay quien avanza un preventivo “no somos turistas” antes de cualquier pregunta concreta. Es el caso de Sara y su pareja, que residen en Lavapiés desde hace 25 años y cuentan con una vivienda en propiedad. “Pero conocemos a mucha gente de alquiler y sabemos cómo lo están pasando”, apostilla ella.
Aunque como el resto de entrevistados desconoce quien está detrás de las pegatinas con la proclama “Fuck Airbnb”, recuerda que “este barrio es muy activista” y distintas asociaciones o colectivos tienen mucha implantación. “Como el Sindicato de Inquilinas, que siempre está pendiente de que no se compren edificios enteros tipo el de la calle Tribulete o el de Zurita”, apunta.
Al lado, su pareja permanece en silencio hasta que se anima expresarse: “No iba a decir nada porque yo pienso lo contrario. Cuanto más turistas y más pasta mejor, más progreso habrá, me da exactamente igual lo demás”. Su acompañante replica: “Claro, porque como él es propietario...”. El hombre considera que “hay que hacer negocio” y que “si alguien se tiene que mudar a causa de ello pues no hay más remedio”, aunque acaba reconociendo que “el precio de la vivienda es brutal y una putada de la hostia”.
Sara carga también contra la amenaza a un comercio local que acaba siendo sustituido por “cafeterías con cafés a 4 euros, un precio más dirigido al turismo ocasional que al barrio”. Mientras, Mari Carmen, que hace rato se acabó el café de 1 euro y se despidió de la mujer que atiende el puesto del Mercado, vuelve a su piso de la calle Embajadores. Con vecinos que no son vecinos y la experiencia que dan los años, sabe que “más pasta” no siempre es sinónimo de “más progreso”.
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