COLUMNA DE OPINIÓN

Cuando la navidad se esconde entre la multitud de El Rastro y vende cartas Pokemon a Papá Noel

Luis de la Cruz

Madrid —
24 de diciembre de 2024 19:30 h

0

Da lo mismo cuánto te guste u odies la navidad, sabes que las calles vibran estos días de una determinada manera. La gente, mucha gente, camina con las manos llenas de bolsas y la cabeza estructurada en listas. De regalos, ingredientes para el menú, ausencias o llamadas pendientes.

Estuve en el Rastro este pasado domingo en busca de la navidad, pero la fiesta apenas se manifestaba más allá de algún gorrito de Papá Noel. Que están en todos lados. El Rastro es un espacio cíclico, como el propio solsticio de invierno, como la mismísima navidad, y mantiene su piel inalterable, viviendo con indiferencia el resto de acontecimientos recurrentes con cuyas órbitas se cruza.

Tiene sentido, son el tipo de citas, fieles al lugar y a la hora, en la que uno no espera encontrarse al tipo equivocado. El Rastro ha cambiado, claro, pero al ritmo lento que traen las generaciones que se solapan, perceptibles en el caso del mercado a la vista de décadas, quizá de siglos.

Después de un rato caminando por la Rivera de Curtidores, tratando de hacerse sitio entre la muchedumbre, uno puede a mirar y, entonces, aparece en El Rastro la impronta del tiempo presente. La navidad pasando.

Estaba el domingo lleno de chavales y chavalas de instituto escogiendo en los puestos regalos para el amigo invisible del grupo o, quizá, un detalle para sus hermanos pequeños. Había en las mesas de ropa de segunda mano –“una prenda tres euros, dos cinco”–  una danza continua de manos y telas que quizá sea la prenda decepcionante del 25 en una casa humilde. Al tipo que miraba fijamente un óleo sucio apoyado en la pared en la zona de los anticuarios le pensé, no sé bien por qué, evocando el salón de sus abuelos donde todos los primos se reunían a cantar y reír a carcajadas. Son estas fechas fértiles para todos los tipos de nostalgia.

Por cierto, abro un paréntesis. Me ha dado por buscar en internet “El Rastro” y me salen varios resultados hablando de Flea Market o mercado de pulgas. Me acuerdo de que la empinada calle de Mira el Río Baja, tierra de almonedas, se llamó en algún momento Calle de las Pulgas. Cierro y vuelvo a lo de la navidad escondida en El Rastro.

Quienes no tengáis hijos en el cole no sabréis que uno de los regalos de moda en las cartas de Papá Noel de esta temporada es, sorprendentemente, un puñado de sobres de cartas Pokemon (que para nosotros son cromos más duritos y, por ello, disparatadamente caros). La carestía en los quioscos de Madrid ha llevado a que corran de boca en boca los sitios donde aún quedan sobres y en algunos establecimientos han tenido el cuajo de subir el precio, de los cuatro a los cinco y hasta seis euros.

Ahí estaba este domingo el viejo mercado callejero de la plaza del Campillo de Nuevo Mundo, abasteciendo a los padres y madres de cajitas de cromos (perdón cartas) para la víspera de Nochebuena. También abuelos. En el que me fijé preguntaba a uno de los chavales que cambian y venden cromos apoyados en los macetones de la plaza, frente a los chicos de la calistenia: –“¿puedo comprar 500 para mi nieto?”. Sonriendo con todos los músculos del cuerpo, hace un gesto oferente con el álbum donde lleva la mercancía. –“Puedes comprarlo entero”. No conozco el desenlace, pero constato que no solo los árboles de navidad de las casas más humildes se abastecen en El Rastro,

Al mediodía se acaba el Rastro, como cada domingo. Los vendedores recogen sus puestos y, en uno de los bares de Puerta de Toledo, a unos treintañeros les ha dado tiempo a chisparse. No cantan villancicos –el Rastro tiene sus propios códigos, dijimos– pero se abrazan y prometen que el año siguiente se verán más. Los niños, sentados en una mesa con el móvil, juegan compulsivamente al Brawl Star.

El próximo domingo será el último mercado del año y el siguiente víspera de Reyes. El Rastro seguirá a lo suyo, con sus cosas de siempre, pero si miras bien, distinguirás el espíritu de las fechas desenvolviéndose entre el gentío y los chascarrillos de los comerciantes. Como cada domingo, como cada año.