OPINIÓN
No hay derecho, no hay derechos: cuando llegamos tarde al desahucio de una anciana de 94 años
Detesto este mundo por permitir algo así, a nosotros mismos –los ciudadanos– por no acertar a poner coto a la injusticia y a mí mismo por estar escribiendo un texto de opinión a posteriori en lugar de la actualización de la noticia.
El artículo podría haberse titulado: Desahucian en Lavapiés a Marina –es imprescindible que aparezcan lo nombres propios–, de 94 años, por una deuda de 12.000 euros. Ahora, ya es tarde.
Aunque sea tarde, quizá alguien debería poner una de esas placas color mostaza que señalan los domicilios de las gentes ilustres a la altura de la calle Doctor Fourquet 35, donde hoy se ha ejecutado el desahucio. Una que diga, “Aquí vivió durante 34 años Marina López, se la llevó a la fuerza la policía. El Estado puso todo su empeño en desahuciarla”. Con una placa similar en cada una de las casas donde se ha producido un desahucio en los últimos años a lo mejor la próxima vez no llegamos tarde.
Quizá seamos un poco más insensibles que en 2014, cuando el desahucio de Carmen, de 85 años, levantó una ola de solidaridad y el Rayo Vallecano terminó pagando un alquiler para la anciana. Somos unas decenas de miles de desahucios más inhumanos que entonces. La semana pasada contábamos el desahucio de un padre y su hija de su casa de toda la vida en Tetuán. Hoy mismo el Movimiento por la vivienda ha conseguido aplazar el de doce familias en Puente de Vallecas (desahucia la Sareb, el 51% de la cual pertenece al Estado). Habrán desahuciado a otra persona también, sin nombre propio, sin que nadie se haya enterado.
Cuando lo de Carmen y el Rayo, Marina, que entonces tenía más o menos la misma edad que ella, aún podía pagar el alquiler. Ha faltado a la cita con su casero los dos últimos años, y aún así es posible que el coste de los tres intentos de desahucios llevados a cabo de febrero a hoy, de acordonar esta mañana su calle, llevar nueve lecheras y una dotación de Samur Social no sea mucho menor que esos cochinos 12.000 euros, aunque fueran mucho para su pensión no contributiva. Un coste mucho mayor en términos de lo que una sociedad puede soportar frente a un espejo, en todo caso.
Vas a llorar leyendo el testimonio de su sobrino en El País. Cómo la policía, malencarada, ha arrancado a Marina de su hogar mientras gritaba que, para sacarla, tendrían que matarla. Cómo han negado a la anciana la compañía de sus vecinos, una mano amiga, el día de su desahucio. Cómo el Estado y su Policía Nacional han hecho carne aquella definición de Estado como monopolio de la violencia. Vas a llorar de rabia, seguro, con el vídeo que acompaña a la crónica de XLavapiés, con la frialdad funcionarial de la expulsión y el arrebato vecinal de indignación en forma de grito: “¡vergüenza!”
Pero en solo seis días hay programado otro desahucio en el barrio de Lavapiés: a Zohra y su hijo de ocho años los echan de casa en la calle Zurita y se ha convocado a las puertas de su hogar para intentar pararlo. A ver si esta vez empezamos a revertir la marcha de pies cansados y, cada uno desde nuestro lugar, acompañamos al Movimiento por la vivienda en su lucha incansable por hacer este mundo más habitable.
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