El 'Señor de los Cactus' de Lavapiés: “Tendría yo que pagar por hacer esto”
Cualquiera que haya pasado por la calle de Santa Isabel con los ojos medianamente abiertos habrá reparado en el par de alcorques que en la bifurcación con Torrecilla del Leal animan la zona con su verdor. En ellos hay plantados distintos tipos de cactus y de plantas crasas, principalmente.
Un poco más adelante, casi enfrente de la Filmoteca, dos balcones también llenos de cactus llaman la atención del viandante.
El círculo se cierra de forma esplendorosa si se entra en el cercano espacio vecinal autogestionado Esta es una plaza, en la calle Doctor Fourquet 24. Allí, un cuidadísimo jardín con más de 300 tipos diferentes de cactus nada tiene que envidiar al de este tipo de plantas que hay en el Real Jardin Botánico de Madrid.
Tan espinosas pistas hacían pensar en algún tipo de conexión entre los citados espacios, sospechas que se confirmaron al dar con Antonio Alfaro, responsable de estos oasis verdes e invisible Señor de los Cactus de Lavapiés; un vocacional jardinero fantasma que embellece con plantas el día a día de su barrio.
Navarro y profesor de Historia jubilado, Alfaro se trasladó a Madrid hace casi una década siguiendo laboralmente a su mujer. Entre paseos culturales por la ciudad y visitas a las bibliotecas, desde hace cuatro años da rienda suelta a su afición a la jardinería plantando cactus en el espacio público.
“Tendría que pagar yo por hacer esto”, afirma entre los bancales que creó en Esta es una plaza mientras busca espacio en ellos para plantar unos cactus que le acaban de donar.
“Todo empezó con el cuidado de los alcorques que había junto a mi casa, en la calle Santa Isabel. Allí me contactó una usuaria de Esta es una plaza que me invitó a conocer ese espacio y a hacer algo similar allí. Durante dos meses estuve trabajando solo y duro en la construcción del jardín de cactus, creando bancales con piedras y traviesas de derribo. Con la ayuda de un compañero, Javier Vázquez, la cosa prosperó, contamos con más colaboradores y crecimos con la aparición de un grupo de huerto urbano formado por voluntarios a los que quienes sabemos un poco más de todo esto guiamos. Lo que tenemos ahora en Esta es una plaza es un auténtico pulmón que no podríamos mantener sin cooperación”, comenta Alfaro antes de añadir que cualquiera que esté interesado en echar una mano es más que bienvenido.
“Aceptamos la colaboración que cada uno pueda ofrecer y, aunque lo deseable sería formar un grupo más estable, hay personas que aparecen y desaparecen según sus posibilidades y no pasa nada. Yo suelo estar cuidando de las plantas por las mañanas y dispuesto a enseñar lo poco o lo mucho que sé de cactus y de labores de huerto a cualquier persona”.
“Los cactus no son lo verdaderamente importante”
Antonio Alfaro tiene un invernadero de cactus en Navarra y es miembro de la asociación Cacsuma (140 personas que intercambian información y conocimientos sobre cactus, crasas y suculentas) y de la Asociación de Cactófilos de la Universidad de Alcalá (ACUA), cuyos fines son la difusión del conocimiento sobre las plantas suculentas y cactus, así como el fomento de su cultivo como plantas domésticas.
Pero detrás de su perfil de friqui de las cactáceas Alfaro esconde algo mucho más importante, según indica: un perfil de defensor de los espacios agradables y públicos donde los ciudadanos puedan encontrarse.
“Los cactus no son lo verdaderamente importante”, asegura. “Lo fundamental es la creación y existencia de espacios al estilo de los que hay en ciudades como Berlín y París, cedidos por las autoridades a los vecinos y que sirven para que estos se reúnan y hablen. Si hay además jardines en ellos, se convierten en lugares acogedores y bonitos en los que apetece estar y en cuyo mantenimiento y mejora se comprometen los ciudadanos. De hecho, incluso los alcorques de Santa Isabel han provocado que se una un pequeño grupo de vecinos y de comerciantes de la zona, al preocuparse por ellos, ayudarme a mantenerlos y avisarme si sucede algo. Les gusta lo que hago, están contentos y también me animan cuando, de tanto en tanto, aparece el incivismo de algunos: en estos cuatro años me habrán robado más de 200 cactus de esos alcorques, en los que, lamentablemente, no se pueden poner ejemplares muy bonitos o extraños porque desaparecen. En cualquier caso, la experiencia es muy positiva”.
Además del reconocimiento de sus vecinos, el jardín de cactus de Esta es una plaza ha recibido otros como el del oficial jardín botánico de Arganzuela, con el que colabora con exposiciones, y el oficioso de asociaciones y de usuarios de centros de día de personas con algún tipo de discapacidad, asiduos a visitarlo.
Por destacar algunos ejemplares de la colección de cactus que Antonio mantiene en Esta es una plaza, y que este profesor jubilado valora en más de 3.000 euros, nos muestra unos enormes cereus, exóticas pasacanas, atractivos pachanois o cactus de San Pedro -de uso medicinal y alucinógeno y que “suelen sufrir amputaciones por parte de algún visitante”- , opuntias sin espinas que poda y suele regalar y unos vistosos echinopsis.
Mención aparte merecen los ejemplares únicos producto de cristaciones -mutaciones genéticas y espontáneas- que sufren las cactáreas y que pueden contemplarse en este jardín, el cual alcanza su máximo esplendor en el corto período del año de espectacular floración de los cactus.
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