La librería expulsada por pisos turísticos y acusada de fomentar la gentrificación en Madrid: “Somos cercanos por vocación”

Guillermo Hormigo

Desperate Literature Librería, Madrid —
3 de junio de 2024 01:00 h

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“Desperate Literature Brooklyn Madrid Santorini, víctima de la gentrificación”, comentaba con sorna sobre el cierre de esta librería en pleno centro de Madrid un usuario de la red social X (antes conocida como Twitter). “La gentrificación son ellos”, respondía incluso otra cuenta. A esta visión cínica parecen darle la razón la decoración y el nombre del local, obligado a marcharse de su ubicación actual en la calle Campomanes, después de que en 2023 el edificio fuera adquirido por un fondo de inversión que planea instalar pisos turísticos.

Durante una visita al lugar, la realidad se torna más compleja. Un primer vistazo parece corroborar prejuicios: citas en inglés con una tipografía estilizada en un cartel de la puerta o un banco de la entrada, macetas que retrotraen a la terraza de un Airbnb o turistas atravesando la acera maleta en mano. Como si Madrid pudiera ser intercambiable por cualquier ciudad, por ejemplo Brooklyn o Santorini, donde se encuentran las dos librerías hermanas de esta otra.

Al acceder al interior, sin embargo, todo va tomando un cariz de cercanía y humanidad sin abandonar del todo esa estética de lo cuqui. En el techo, dos globos con los números 1 y 0 indican su reciente décimo aniversario, celebrado el 27 de mayo. Debajo de los globitos y de una serie de fotografías unidas por un cordel que retratan algunos grandes momentos que han vivido en esta década, Jorge Domingo atiende pedidos en el mostrador. Son fechas intensas, en plena Feria del Libro. De repente, una voz le llama desde el exterior. Resulta ser un campechano vecino con una carretilla cargada de libros para entregarles.

Jorge es uno de los cinco empleados que sacan adelante la tienda junto a sus dos dueños. Después de conversar con el vecino, muestra a Somos Madrid los recovecos de una librería que vende desde ejemplares casi incunables por cientos de euros hasta libros de segunda mano que no llegan a las dos cifras.

Poco después aparece Terry Craven. Británico de nacimiento y madrileño de adopción, es el copropietario del establecimiento junto a Charlotte Delattre. Sus nombres ya dan cuenta de la vocación internacionalista de Desperate Literature. Hay libros en español, en francés y en inglés. También guías para aprender cada uno de estos tres idiomas para nativos de cualquiera de los otros dos.

A Terry le cuesta hablar de su mudanza forzosa. No solo alquila el local junto a su socia, sino que era vecino del edificio, hasta que todos los residentes se vieron obligados a marcharse: “Ahora, debido a la especulación, es una cáscara vacía”. Cuando la librería lo haga, antes de mayo de 2025, el fondo de inversión que adquirió el bloque en 2022 podrá ejecutar sus pretensiones: “Hacer apartamentos turísticos”. Así lo recoge la nota de prensa difundida por Desperate Literature, aunque Terry se muestra más comedido en la conversación cercana y prefiere no aventurarse sobre el propósito de una empresa “sobre la que es muy difícil saber quién está detrás o cuál es su verdadero propósito”.

El de Desperate Literature es, por lo pronto, sobrevivir. Como si su nombre fuera una premonición, se han visto obligados a lanzar un crowdfunding que les ayude a financiar la reforma de su nuevo local. Ubicado en la calle de la Cava Baja, en el barrio oficioso de La Latina (también el centro), esta vez lo han adquirido en propiedad. Se trata de una antigua frutería, clausurada desde la pandemia, pese a que en redes hay quien no tardó en sugerir que habían forzado el cierre de un negocio tradicional.

Terry cuenta la “enorme suerte” que han tenido al cruzarse con Ana y Luis, la pareja de fruteros retirados con la que han llegado a un acuerdo por el espacio que “está muy lejos de las barbaridades que se están pagando actualmente”. Sin embargo, se encuentra en un deficiente estado que les obliga a una enorme inversión en su rehabilitación. “El presupuesto de la renovación es de 80.000 euros, de los cuales estamos intentando financiar mediante crowdfunding al menos 25.000 euros, y el resto lo complementaremos con más préstamos y, con suerte, con alguna financiación gubernamental”, explican en la campaña digital. Lo hacen, por cierto, tanto en inglés como en castellano. Otra muestra de la vocación internacional del lugar.

“Nos costó 10 años construir Desperate Literature con nuestras propias manos”, relata Terry. Hace dos, ya completamente asentados, recibieron la noticia de que debían abandonar el inmueble. Desde entonces, y hasta que apareció la frutería de Ana y Luis, la impotencia se había apoderado de la plantilla: “No queríamos irnos a un sitio en el que pudieran echarnos de nuevo en unos años. Estuvimos seis o siete meses buscando. Cada vez que parecía que iba a ser la buena, de repente entraba gente con muchos más fondos. Nuestra situación era muy precaria”.

Es evidente que aquí hay algo no gato, no tenemos a un señor madrileño cortando jamones

Jorge y su jefe reconocen que siempre buscaron en el centro. También que ese interés, que les impide desplazarse a la periferia, tiene que ver con que el negocio esté parcialmente orientado al turista o el visitante ocasional. Ese mismo perfil, incluso modelo, que ahora les empuja a abandonar su segunda casa (en el caso de Terry también la primera). “Es evidente que aquí hay algo no gato, no tenemos a un señor madrileño cortando jamones”, admite el copropietario.

Ni gatos ni villanos

Rechaza, no obstante, la “ignorancia” con la que algunas personas han comentado la situación en redes sociales: “La gente no ha hecho la más mínima búsqueda y se han lanzado a decir que no somos de barrio. Hasta vi a alguien insinuar que si fuéramos de barrio haríamos un día de librería en la calle. Literalmente lo hacemos. Estamos peleando entre nosotros mientras supercorporaciones aprovechan para forrarse a nuestra costa”.

Con una mezcla de enfado y emoción, Terry acaba reconociendo que “si nos llaman hipsters lo mismo es que lo somos”. Al segundo, matiza que quizá “eso de hispter es una palabra muy millennial, se ha quedado un poco anticuada”. “Ya solo se dice boomer”, bromea Jorge.

Trabajamos para crear un espacio de encuentro y para que la gente no compre libros en Amazon. Creo honestamente que eso no es muy gentrificador, más bien al revés, por mucho que vendamos libros en inglés

Terry incide en que ayudan todo lo que pueden a personas que viven en la calle, incluso les abren sus puertas cuando lo necesitan siempre que les sea posible. Jorge prefiere centrarse en las diferencias entre un pequeño negocio como este, independientemente de sus características, frente a “una macroempresa que solo quiere generar el máximo beneficio sin aportar nada al barrio”. Y añade: “Aquí nadie se está haciendo millonario. Somos cercanos por vocación, trabajamos para crear un espacio de encuentro y para que la gente no compre libros en Amazon. Creo honestamente que eso no es muy gentrificador, más bien al revés, por mucho que vendamos libros en inglés”.

Para Terry, el enfoque prioritario que quieren dar a la situación es que han conseguido revertirla en “algo bello”. Destaca que si todo sale bien se mudarán a un sitio en el que disfrutarán de más espacio (incluido un sótano para eventos y presentaciones), un lugar que además les pertenecerá. “Pero también hay que hablar de que nos han echado”, apostilla Jorge.