CASTILLO DE LA ALAMEDA

Cómo llegaron las piedras del único castillo que queda en Madrid a la tapia del cementerio de Santa Catalina

A veces, los restos de nuestro patrimonio permanecen escondidos ante los ojos sin que nos demos cuenta de su presencia. Hasta que algo mueve el decorado con el que se encuentran mimetizados y queda al descubierto. Es lo que ha sucedido recientemente con la piedra del castillo de la Alameda de Osuna, que ha aflorado durante las obras que el Arzobispado está llevando a cabo para reparar la valla perimetral del pequeño cementerio adscrito a la parroquia de Santa Catalina.

La persona que dio a conocer el hallazgo en redes esta semana es Daniel Sánchez, historiador, arqueólogo y miembro de la asociación Madrid, Ciudadanía y Patrimonio. Hemos mantenido con él una conversación para que nos ilustre más sobre el ir y venir de las piedras del castillo de La Alameda, que hunde sus raíces en el siglo XV, aunque en el XVI se reformó para servir de palacio renacentista.

“El cementerio apenas tiene mantenimiento y el Ayuntamiento dio permiso al Arzobispado para sustituir la valla, que estaba muy deteriorada. Al tirar el muro existente se ha visto que la mayor parte–al margen de arreglos posteriores con cemento o ladrillo– estaba construido con la piedra del castillo, que se caracteriza por ser de sílex”. Al quebrarse el cemento pintado de gris de la vieja valla, apareció la piedra que, por lo que parece por la marcha de las obras, volverá a integrarse en el nuevo muro.

El pequeño cementerio pertenece a la vieja estirpe de cementerios parroquiales que daban servicio a las comunidades antaño. La Iglesia Santa Catalina de Alejandría era, de hecho, el centro alrededor del cual se distribuía la pequeña aldea de La Alameda desde la Edad Media, según explica Daniel Sánchez. “El templo ha sido rehecho y ampliado sucesivas veces desde la Edad Media. Su forma actual data del siglo XVII, aunque la espadaña debió de ser añadida ya en el siglo XIX. La última ampliación, el centro parroquial adosado al sur, es de los años noventa”.

Desde mediados del siglo XIX aparecen distintas leyes de inspiración higienista y de salud pública que prohíben que los muertos se entierren dentro de las propias iglesias. “El cementerio se trasladó de Santa Catalina tras un decreto a un pequeño recinto situado junto al castillo, donde aún subsiste, y es entonces cuando se levantó la valla con la piedra del castillo”, cuenta el arqueólogo.

La conservación del cementerio dentro del barrio tiene que ver con el carácter del distrito como pueblo anexionado a Madrid a mediados del siglo XX. “En Barajas se conservan tres cementerios, dos parroquiales (este del que hablamos hoy y el de Barajas, el de San Pedro) y uno municipal civil que se creó durante la República. De alguna manera se conserva cierto espíritu del pueblo que fue y que mantiene sus propios cementerios. A día de hoy, son pocas familias las que hacen uso de este cementerio, yo personalmente conozco a dos (hace poco se enterró a una persona) ”, explica Daniel.

Sánchez se lamenta de que la obra no se haya producido con un poco más de mimo patrimonial y ambición. “Los cementerios construidos antes de 1936 son Bien de Interés Patrimonial según la Ley de Patrimonio autonómica, por lo que cualquier obra, aunque sea menor, debería tener una supervisión por parte de la Comunidad de Madrid, cosa que no ha sucedido. Además, en el interior del cementerio hay una capillita de ladrillo dedicada a Nuestra Señora de la Alameda (la advocación que se le dio al nuevo cementerio). Podrían haber sido un poco más ambiciosos, restaurado la capilla y haber aprovechado para arreglar un poco cementerio”.

La reutilización de la piedra del castillo que hoy nos ocupa no era algo nuevo cuando se produjo a mediados del XIX, advierte Sánchez, y es bien conocida por los conocedores del patrimonio de Barajas y la Alameda de Osuna. “La mayoría de lo que se ve del castillo es una reconstrucción, más que una rehabilitación”. Desde que el castillo queda abandonado en 1695, tras de un incendio, sufre un continuo expolio de sus materiales o, como dice Daniel Sánchez, se convierte en “la cantera más cercana”. Con o sin permiso –pues a veces se hizo a través de solicitudes formales y pagando por ello– la piedra del castillo acabó en las casas del propio pueblo de La Alameda, en posesiones de las religiosas de Santo Domingo el Real (en la hacienda de Corralejos, hoy cercano barrio del mismo nombre) o en la Quinta de El Capricho, en cuyas tapias posiblemente también se encuentra el sillar del castillo. En este hilo podemos encontrar un buen resumen de todo ello.

En el siglo XVIII el castillo presentaba un aspecto ruinoso, pero sus piedras aún servirían para construir el panteón de los Fernán Núñez, que está situado junto al cementerio. “La guerra civil también dejó su historia ligada al castillo –cuenta Sánchez- en forma de nido de ametralladoras que protegía el Bunker del Capricho” (que también se rehabilitó y se abrió al público en 2017, aunque es difícil conseguir turno para la visita).

En los años noventa comenzó a estudiarse arqueológicamente el entorno del pequeño castillo y en 2010 se abrió al público tras cuatro años de trabajo de rehabilitación y musealización del mismo. En las labores arqueológicos, además, se encontraron restos de distintos periodos históricos (como la Edad del Bronce o época romana).

El castillo, rodeado de un pequeño parque, ya no es la vieja ruina que generaciones anteriores de jóvenes de la Alameda de Osuna recuerdan como escenario de botellones y primeros escarceos amorosos. A partir de los años sesenta, los ricos restos históricos de la loma y su entorno quedaron ocultos por la urbanización del nuevo barrio, pero en los últimos años, a veces por acción pública y a veces por hechos azarosos como el que hoy contamos, los sillares de la historia local de Barajas vuelven a aflorar.