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Almacenes de Aragón se despide de la Corredera de San Pablo tras más de un siglo de existencia

Antonio Tello, tercera y última generación de propietarios de la misma familia de Almacenes de Aragón | SOMOS MALASAÑA

Antonio Pérez

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Paradojas de la vida, a Almacenes de Aragón el Ayuntamiento de Madrid le colocó la placa que lo distingue como comercio centenario de Madrid durante el tiempo que estuvo cerrado por la Covid-19. El reconocimiento oficial de los 100 años de este clásico establecimiento de la Corredera Baja de San Pablo llegaba también junto a la noticia de su adiós. Hoy cierra definitivamente sus puertas.

Antonio Tello, a sus 69 años recién cumplidos, representa a la tercera y última generación de tenderos de la misma familia que han estado al frente de este negocio que inició su abuelo, Víctor Tello, en el año 1919, continuó su padre, Joel Víctor Tello, y él ha mantenido y gestionado desde 1993.

“Mi abuelo era natural de Alcorisa, Teruel y, tras ejercer de representante de corsetería por el Cantábrico, cuando pensó en asentarse lo hizo en Madrid, abriendo junto a un socio los que llegaron a ser los famosos Almacenes Mazón. Una vez independizado fundó Almacenes de Aragón y hasta hoy”.

Situados junto al Teatro Lara, en el edificio de 1879 propiedad de la Fundación Milagros Lara, estos almacenes han permanecido en el barrio como vestigio de un tipo de comercio prácticamente desaparecido. Alcanzaron su máximo esplendor en los años 50-60 del pasado siglo, cuando llegó a contar con hasta siete empleados que no daban abasto y eso que por aquel entonces había muchas tiendas similares en el barrio y en la misma Corredera, tal y como recuerda Antonio, que creció en el comercio y que a los 14 años se incorporó ya al mismo como trabajador.

“Siempre hemos contado con productos de primeras marcas y gran calidad. Creo que nuestros proveedores siempre fueron los mejores, algo que no era fácil de conseguir en épocas en las que todo el género que se producía se vendía, tenías que convencer al fabricante de que te vendiera a ti las cosas”, rememora cuando preguntamos a Antonio Tello por parte del secreto de la longevidad de su negocio.

“Nuestro producto estrella ha sido la ropa de cama. Las cortinas y alfombras -tiempo atrás- se vendían igualmente muy bien y, luego, cosas como la ropa interior constituían un buen complemento. A lo largo de los años, las ventas de mantelerías serían las que más han caído, hasta ser casi nulas en los últimos años”, comenta Tello, dependiente a la vieja usanza: exquisito trato y conversación, consejos de todo tipo para que los tejidos no destiñan o las toallas perduren mullidas y varios másteres en psicología del cliente y técnicas de venta adquiridos gracias a décadas de experiencia tras el mostrador.

En la actualidad, en el escaparate de Almacenes de Aragón los pijamas, albornoces, toallas de equipos de fútbol, paños de cocina, mantas y sábanas que se muestran parecen objetos anacrónicos en la oferta comercial de un barrio con fama de marcar tendencias, pero aún tienen su público. “Aunque los clientes de toda la vida han ido desapareciendo por causas naturales, nos hemos mantenido bien trabajando para la hostelería y con la multitud de hostales e, incluso, apartamentos turísticos, que hay en la zona. Además, el hecho de ser los únicos de nuestra especie en haber resistido abiertos también ha hecho que ganemos cuota de mercado, pero ya es hora de que me jubile. He estado esperando a que José Manuel Blanco, empleado de la casa durante 50 años (”Antes los empleados eran como parte de la familia“), llegara también a la edad de jubilación para cerrar y, sin ser una meta, me ha hecho ilusión llegar a los 100 años abiertos. Pero una vez que todo eso se ha cumplido he decidido apresurar el cierre, que había pensado para final de año. Si he vuelto a abrir después del confinamiento ha sido para poder despedirme en persona del local, del barrio y de los clientes, pero ya no me quedan ganas ni motivos para continuar. Además, a causa de la Covid-19 han cerrado muchos fabricantes y no hay casi proveedores para nuestro sector”.

Antonio Tello sabe que va a echar de menos el contacto diario que tiene con la gente en Almacenes de Aragón, el pulso de la vida en el barrio que recibe en las conversaciones que mantiene con quienes pasan por su negocio y el hecho de sentirse querido y apreciado por vecinos y clientes. Lo que no añorará es la “esclavitud” que exige estar al frente de un negocio y los muchos años pasados sin vacaciones. “Toca reinventarme y, tras permanecer en casa obligado por el coronavirus, parado por vez primera, me he dado cuenta de que no se está tan mal y que puedo dedicar mi tiempo a hacer otras muchas cosas que me gustan”, afirma mientras se ocupa de una liquidación total de artículos que ha ido viento en popa.

Además de tendero, Tello es doctor en Derecho (“Aunque nunca he ejercido, está bien formarse, estudiar y aprender por puro placer”) y un apasionado del teatro, afición que comparte con su mujer. Al mundo de las tablas no sólo ha de agradecerle Antonio haber pasado buenos ratos sino que, estando pared con pared con el Lara, asegura que muchos clientes de todo Madrid han conocido su establecimiento cuando acudían a ver alguna de las funciones del vecino teatro.

Memoria de Madrid

“El Lara daba mucha vida a la calle, tanto comercialmente como por el ambiente que se generaba a su alrededor, sobre todo en los tiempos en los que los teatros se llenaban siempre y por las tardes había hasta dos funciones diarias y compañías como las de Alberto Closas y Julia Gutiérrez Caba estaban fijas en él. Todos los vecinos tomaban la fresca en la calle: se producía una romería de sillas en las que se sentaban simplemente para ver a quienes acudían al teatro, mucho famoso y personas importantes y bien vestidas que, en sí mismas, constituían un espectáculo para el vecindario. Esa costumbre duró hasta que quitaron a los serenos”, cuenta.

De esa extinta Corredera de San Pablo, también recuerda, en primera persona, el mercado callejero que se ponía en la calle y que terminaba en la plaza de San Ildefonso y, de oídas, los sacos terreros que cubrieron portales y comercios durante la Guerra Civil y la cuevas que tienen casi todos los comercios de esta vía y que durante la citada contienda estaban comunicadas entre sí y sirvieron como refugio.

Como otro de los símbolos del comercio viejo que es, hasta el último día de estar abierto, Almacenes de Aragón ha mantenido un clásico de este tipo de establecimientos: dos sillas cerca del mostrador a disposición del cliente que espera y, sobre todo, del vecino que simplemente pasa a conversar. “Mi abuelo me dijo que nunca las quitara. Las sillas llaman a la clientela e inducen a la confesión. Hay mucha gente que está muy sola y viene aquí a desahogarse. En otros tiempos, incluso tuvimos aquí dos tertulias fijas durante años: una de cine por la mañana, en torno a la figura del director José Buchs, pionero del cine español y que vivía en este mismo edificio, y otra de toros por la tarde, que frecuentemente terminaba en bronca dada las pasiones que el tema despertaba entre los aficionados”.

No es amigo Antonio Tello de acumular recuerdos físicos de su centenario negocio. Sabe que por algún lugar debe tener alguna fotografía antigua del mismo, pero no sabe bien dónde. La preciosa y antigua caja registradora que tenía en el local hace tiempo que la vendió a alguien que se enamoró de ella. Sólo conserva un cuaderno de anotaciones testigo de cuando se vendía “al libro”; esto es, apuntando las pequeñas cantidades que los clientes iban pagando poco a poco hasta completar el precio de los productos que se llevaban, una especie de crédito por el que no se cobraba intereses y al que recurrían, incluso, primeros actores de las compañías que actuaban en el Lara, que según Tello podían tener más fama que dinero en el bolsillo y cuyas identidades se resiste a desvelar.

Cuando hoy cierre su tienda, Almacenes de Aragón pasará a formar parte de la historia comercial de la ciudad y del barrio. A Antonio le gustaría que los nuevos inquilinos del local respetaran la bonita fachada de madera y cristal que presenta el establecimiento, pero sabe que eso no dependerá de él. La placa conmemorativa del centenario de su establecimiento quedará descontextualizada en la acera, junto a la entrada de quién sabe qué nuevo negocio.

(Pincha en cada una de las imágenes para verlas ampliadas)

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