Un día de primavera del año 1839, un hombre se personó de buena mañana en las Escuelas Pías de la calle Hortaleza. Se presentó al director del centro con una carta de José Gaviria – intendente de Palacio y hombre de gran fortuna – pidiendo que le acompañaran sus dos hijos para visitar a un familiar enfermo. Aquel familiar no existía y el apoderado no era otro que Francisco de Villena, Paco el Sastre, conocido bandolero que subió a los niños al coche de caballos, se fue con ellos camino del pueblo de Hortaleza y, una vez se encontró allí con otros de su partida, enfiló camino de la Pedriza. Paco El Sastre hizo llegar a Gaviria una carta con la petición de rescate de 3.000 onzas de oro.
El revuelo fue importante y, ante las importantes expediciones que se montaron en la sierra y la recompensa ofrecida por el padre de los niños, la partida los abandonó para escapar, aunque fueron apresados posteriormente en El Rastro y llevados a la cárcel de Corte (la del Saladero, en la actual plaza de Santa Bárbara). Posteriormente fueron ejecutados en el cadalso de Puerta de Toledo.
Uno de sus secuaces, también detenido y ejecutado, era Manuel Balseiro. Por la misma cárcel pasó también el bandido más legendario de la historia de Madrid, Luis Candelas. Los tres fueron compañeros de andanzas.
Luis Candelas Cajigal, hijo de un carpintero del Avapiés, vivió parte de su novelesca peripecia en el número 5 de la calle de Tudescos, donde alquiló con la falsa identidad de Luis Álvarez de Cobos, hacendista del Perú. Había por allí también, en la calle de Leones, que desapareció con las obras de la Gran Vía, una taberna en cuyo sótano se dice se reunían Candelas, Balseiro y El Sastre.
Se trata de bandidos muy conocidos que suman sus nombres a los de otros que actuaban en la provincia de Madrid, particularmente en la sierra, con apodos como El Rey de los Hombres, Cabeza Gorda, El Chorra al aire o La Tuerta. Muchos de ellos, pese a cometer la mayoría de sus robos en el ámbito rural, acabaron sus andanzas en los cadalsos madrileños.
¿Cómo era un bandolero madrileño?
¿Cómo era un bandolero madrileño?
Siguiendo al profesor Santos Madrazo, que ha estudiado bien el fenómeno del bandolerismo en la provincia de Madrid, podemos tratar de elaborar un perfil del bandolero madrileño más cercano a la realidad de su tiempo y despojado de ropajes de leyenda.
Para empezar, no es posible concebir la figura del bandolero sin atender a la sociedad rural, de la que es hija. El entorno de Madrid es, pues, su hábitat natural. Algunos viven en Madrid y salen de la ciudad a asaltar las rutas. Los asaltos comienzan nada más salir por la Puerta de Fuencarral y se prolongan hasta la provincia de Segovia. El propio Candelas, pese a ejercer de bandido urbano, salía también a asaltar diligencias en los caminos. Otros se esconden en la ciudad con frecuencia, donde pueden tener toda una red de “abrigadores”. La mayoría, sin embargo, pertenece por completo al entorno rural.
Madrid es ideal para el bandolero. Los caminos son su entorno habitual, no la montaña, por donde no pasan mercancías: habría que hablar antes de echarse al camino que de echarse al monte. Cuando un bandolero sube de la llanura, generalmente es porque ha perdido sus apoyos, y no hay bandolero sin apoyos.
La estructura radial de los caminos y carreteras de España, y la incesante entrada de mercancías en la ciudad, hicieron de la capital y su entorno tierra de bandoleros. Hacia 1847 entraban a Madrid 400.000 toneladas de diversos productos ( unos 1200 carros al día) y la generosa red de mesones y posadas apoyadas en los caminos despachaban importantes cantidades de vino.
En torno a 1780 se aprecia en el campo la disolución de las relaciones tradicionales, un capitalismo rural, en relación indisoluble con la ciudad, que despoja a muchos jornaleros o pequeños propietarios de rentas y apoyos, obligándoles a formar partidas. En muchos casos son emigrantes expulsados hacia la urbe que no encuentran otro proyecto vital en ella y, pese a lo que pudiéramos pensar, a menudo hombres maduros, ya con familia. También se encuentran en las partidas mujeres, a veces en labores de apoyo, y otras metidas en la faena del asalto. Durante la Guerra de la Independencia muchos se incorporaron a la lucha…y tras ésta la gran cantidad de soldados desmovilizados nutrió también las partidas de salteadores.
Hablamos pues de un bandolerismo de subsistencia y de marcado matiz popular. No encarna, como románticamente se ha querido ver desde los folletines decimonónicos, a un moderno Robin Hood, si bien es cierto que sus víctimas fueron las clases propietarias y el clero, y en no pocas ocasiones contaron con la simpatía y la ayuda del entorno en el que operaron. No son sujetos revolucionarios pero sí luchan contra la autoridad y el poder.
Si Madrid era un atractivo ir y venir de diligencias, también era una zona especialmente vigilada, y a partir de mediados del XIX se empezó a utilizar al ejército regularmente para combatir el bandolerismo. Fue la conjunción, por estos años, del telégrafo, la Guardia Civil y el ferrocarril, la que acabó definitivamente con los bandoleros en los caminos.