Línea entre glorietas (la de Ruiz Jiménez y Bilbao), constituye una cesura clara entre los barrios de Malasaña y el vecino distrito de Chamberí. Una especie de más allá cercano marcado por la intensa circulación de la calle que, incluso, parte en dos mitades irreconciliables vías como Monteleón o Ruiz.
Por parte de lo que hoy es la calle discurría el paseillo de ronda de la cerca de Madrid, que contuvo el crecimiento de la ciudad hasta 1969. En la zona, afueras urbanas, estuvo el campo del Tío Mereje, un espacio sucio con yeserías y tejares que llegaba hasta la actual plaza de Alonso Martínez, que posteriormente fue adecentado y se convirtió en un merendero conocido como El Bosquecillo.
En la confluencia de las calles de Carranza y Ruiz estuvieron un tiempo Daoiz y Velarde, el mismo grupo escultórico que hoy se nos antoja inseparable del arco de Monteleón, en el centro del Dos de Mayo.
Antes habían estado en el Museo del Prado y en El Retiro, y posteriormente se dejaron ver por la plaza de Moncloa, hasta que en 1932 se asentaron en su actual ubicación en Malasaña.
El nombre de la calle pone memoria a los caídos por la Inquisición española, a través del recuerdo de fray Bartolomé de Carranza, arzobispo de Toledo. Importante teólogo y confesor de Carlos I, a la muerte del emperador fue acusado de luteranismo por sus enemigos, pasando los últimos diez años de su vida preso en el Castillo de Sant'Angelo, en Roma. Al abrir la calle, se descubrió, a la altura de la calle Ruiz, el llamado brasero inquisitorial, quemadero de los condenados a la hoguera por el Santo Oficio. La calle se llamó antes también Entre Puertas, por estar situado entre las desaparecidas de Fuencarral y de los Pozos de la Nieve o de Bilbao, y también Ronda de Bilbao.
Todavía hay hoy madrileños que hablan de los bulevares, espacios amplios y arbolados que separaban el viejo Madrid de los nuevos barrios de de Arguelles y Chamberí, que acabaron sucumbiendo por la presión del tráfico rodado. Los primeros fueron construidos entre 1870 y 1901 en las calles de Areneros, Carranza y Sagasta. En aquellos tiempos, durante la primera mitad del siglo XX, la calle tenía una arboleda central de diez metros de ancho y dos calzadas para tranvías. Para imaginar cómo eran aquellos bulevares podemos fijarnos en el paseo central de la calle Reina Victoria, deudora de esta misma lógica urbana, que se conserva en la actualidad.
En el número 20 de la calle estuvo desde 1931 hasta 1939 la sede de la Ejecutiva del PSOE y de El Socialista. Allí vivía también, en la tercera planta, Indalecio Prieto. La imprenta estaba en la cercana calle de San Bernardo, y la zona estaba llena de jóvenes militantes socialistas en tiempos de la República y la guerra.
Hoy en Carranza hay una notable actividad comercial, aunque – salvo excepciones – se trata de un repertorio de establecimientos sin mucha personalidad. Una foto con muchas copias diseminadas por internet nos trae recuerdo de un comercio menos impersonal. Muestra una entrañable escena familiar en el número 15 de la calle, a la altura de 1900, en lo que fue una vieja frutería y huevería. Hoy se aparecen encalados los locales del inmueble, con restos arqueológicos de antiguo comercio: una pollería y – en la primera planta – una vieja academia. El edificio entero muestra desde hace años el mismo aspecto de abandono que sus viejos comercios.
Encontramos también, en la misma acera, una placa que honra el recuerdo de Álvaro Iglesias, héroe anónimo hoy poco recordado, cuya historia sonó mucho a principios de los ochenta. Un día de abril de 1982 Álvaro y un amigo – cuya moto se había averiado, obligándoles a parar en la inmediaciones de Bilbao – escucharon unas voces de socorro y salieron corriendo dirección a los gritos. Álvaro, de veinte años, entró en medio de la humareda al menos en cinco ocasiones y salvó a tres personas antes de morir él mismo axfisiado, el mismo número de personas que, incluyéndole a él, murieron aquel día. Otros supervivientes recordaban además haber sido ayudados por “un joven desconocido” que les indicaba la dirección de salida. Su entierro, días después, fue multitudinario. Además de la placa hay un busto del joven héroe en el Parque Berlín.
El edificio más lustroso de la calle es el de Seguros Ocaso, que se achaflana blanco nuclear sobre la glorieta de Bilbao. En el ilustre esquinazo estuvieron antes uno de los tres teatros Maravillas que han existido, un barracón cinematográfico y – en sus bajos- el literario café El Europeo, en cuyas mesas escribieran y tertulearan los hermanos Machado, el joven Jardiel, González Ruano o José Antonio Primo de Rivera (que era más de tertulear en madrugadas).
La calle de Carranza es una línea fronteriza que sigue marcando, de muy distinta manera de cuando señalaba el final amurallado de la villa, frontera hacia otros barrios.