Este sábado abrirá sus puertas por última vez Diablos azules, el pequeño y acogedor bar de la calle Apodaca consagrado a la literatura desde hace 10 años. Curiosear por su página web implica toparse con numerosos rostros importantes de la literatura de nuestro país aunque, probablemente, quienes más echará de menos el local serán los jóvenes poetas que pululan por las noches de Malasaña. Con motivo de su cierre hemos mantenido una charla con Lena, que conduce el bar.
El local que albergaba Diablos Azules es propiedad de una familia muy numerosa (trece hermanos nada menos), que han preferido venderlo antes que seguir pendientes del alquiler. En Diablos se han enterado de sopetón, al llegar el final del contrato, y han decidido tomarse un descanso antes de pensar si quieren seguir la aventura en otro lugar. Sin prisas -quizá más adelante-, es posible que vuelvan a la carga con la poesía, pero no de momento.
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Lena conversa con entusiasmo calmo y le brotan los recuerdos. Celebra que el bar haya podido ser punto de reunión de la poesía joven, le satisface haber visto publicados los libros de quienes por allí han pasado noveles y recuerda “a los amigos, las risas, las copas”.
Diablos Azules recogió el testigo de un clásico desaparecido de la poesía del barrio de Malasaña, el Bukowski. “Nosotros al principio hacíamos pequeñas tertulias, hasta que Carlos Salem, que llevaba las Jam de poesía del Bukowski, se las trajo a nuestro bar los martes”
El relevo natural de Diablos Azules es el Aleatorio Bar, en la calle de Ruiz, que montaron, a su vez, asiduos a las veladas poéticas del bar, “la gente que también está involucrada en la editorial Ya lo dijo Casimiro Parker”. Y Carlos Salem, de nuevo nexo de unión de la familia poética, hace allí ahora sus Jam.
Lena está orgullosa de la efervescencia de la pequeña escena poética que hay en Madrid -donde Lavapiés, seguramente, se lleva la palma- y en la zona. En Chamberí está el Verguenza Ajena, que se va a quedar con la tertulia de relato corto de los jueves, llamada El tamaño sí que importa (ayer fue la última que se celebró en la calle de Apodaca). Por los Diablos ha pasado también la gente de Poesía o barbarie, que ha conseguido dar el paso de convertir la poesía en espectáculo para teatros, y cerca, en El Intruso, se centra la escena de poetry slam, “que no podíamos hacer en Diablos Azules por la cantidad de gente que mueve, aquí sólo caben 45 o 50 personas, pero en la que participan también asiduos del bar”, nos cuenta Lena.
El sábado no habrá versos en Diablos azules -a no ser los que espontáneamente surjan entre amigos-, las actuaciones requieren silencio “y queremos que el último día sea para brindar y celebrar”.