Se ha contado muchas veces la anécdota según la cual Concepción Arenal se vistió de hombre para asistir a las aulas de la Universidad Central de la calle Ancha de San Bernardo y poder estudiar Derecho. Siendo poco verificable, es difícil saber si su forma sobria y masculina de vestir alimentó la leyenda, como ha contado a este medio la escritora Ana Rossetti, experta en la figura de Arenal (y que es objeto de su pluma junto con otras mujeres en un libro de próxima aparición).
Arenal había llegado a Madrid con su familia en 1834, cuando contaba 15 años, para vivir bajo los auspicios del Conde de Vigo, hermano de su madre. Estudió en los mejores colegios para señoritas donde, dijo, aprendió “el arte de perder el tiempo”, y cultivó su insaciable curiosidad en la nutrida biblioteca paterna. No quiso su madre que fuera a la universidad y fue a la muerte de ésta, en 1842, cuando decidió acudir a clases universitarias.
Aunque fuera como oyente e, independientemente de la veracidad de la leyenda sobre su indumentaria, su acceso a las aulas en unas fechas tan tempranas dice mucho de la determinación de la joven Concepción Arenal: hasta 1888 la mujer no pudo ir de forma regular a la universidad. Siendo ya una figura reconocida, más en el extranjero que en España, eso sí, volvería al Paraninfo de la Universidad durante una serie de conferencias cuyas impresiones pondría por escrito.
Arenal se casó en 1848 en la Iglesia de San Ildefonso con el abogado y escritor Fernando García Carrasco, al que había conocido en la universidad. Tuvo con él tres hijos (la única niña murió muy pequeña) a pesar de que enviudó en 1857.
Cuando en 1861 ganó un premio por su historia de la beneficencia, tuvo que firmar con el nombre de su hijo de diez años, pues las bases del concurso no permitían la participación de mujeres.
Ella, católica de buena familia, supo ser crítica con sus propias creencias y saltarse la máxima de la resignación católica para romper los moldes del ideal de ángel del hogar al que estaban condenadas las mujeres de su tiempo. Pionera del debate sobre la cuestión social, fue una mujer de acción más que una teórica, lo que la llevó a empresas para intervenir en su tiempo.
Como ejemplo de esto podríamos citar la fundación de la Sociedad Constructora Benéfica, que edificaba viviendas dignas para obreras desde la perspectiva de un humanismo cristiano y, no lo obviemos, un cierto funcionalismo que pretendía que los obreros llevaran una vida moralmente ordenada y desconflictivizada.
Pionera del feminismo, periodista, prolífica autora y gran impulsora del catolicismo social, Concepción Arenal consagró su vida a una de las máximas que la han hecho famosa: “Odia el delito y compadece al delincuente”.
Bachilleras y profesoras, las otras pioneras de la educación
Bachilleras y profesoras, las otras pioneras de la educación
En la calle del Pez encontramos la estatua llamada Tras Julia, una muchacha que recuerda a la propia Concepción Arenal y a las mujeres que, como ella, fueron pioneras en las aulas. El ejemplo inspirador de Arenal en el ámbito de la educación tiene otros reflejos en algunas mujeres menos conocidas que, después de ella y también en el siglo XIX, abrieron el camino hacia las aulas al resto de las féminas.
Nos fijaremos en el ejemplo del Instituto Cardenal Cisneros, que abrió sus puertas en 1845 en la calle de San Bernardo con el nombre de Instituto del Noviciado. Vecino de la Universidad Central, donde estudió Concepción Arenal, y muy relacionado con esta institución, por sus monumentales instalaciones han pasado muchas personas ilustres –Antonio Machado, Clara Campoamor, Victoria Kent o Manuel Azaña, entre otros– y hoy goza de una estupenda salud. Para acercarnos a las estudiantes y profesoras pioneras del Cisneros nos hemos valido del magnífico Instituto Cardenal Cisneros. Crónica de la Enseñanza Secundaria en España (1845-1975), de las profesoras Gloria González y Begoña Talavera.
Chicas en las aulas de bachillerato
Chicas en las aulas de bachillerato
Las mujeres comenzaron a matricularse en los institutos, poco a poco y sin hacer mucho ruido, durante el último tercio del siglo XIX. En el Cardenal Cisneros la primera chica en cursar el bachillerato entró en 1879 y durante lo que quedaba de siglo pasaron por sus aulas 57 mujeres, de las cuales solo seis eran alumnas oficiales que iban a diario a clase. En realidad, para estudiar de forma oficial había que “elevar una consulta” y solo a partir de 1910 las mujeres pudieron acceder a los estudios sin condiciones. Parece, no obstante, que el Cisneros no ponía tales objeciones.
Aunque ya se había examinado de ingreso Antonia García Zavala en el curso 1876-77, la primera bachillera en el Cisneros fue Pilar Martínez Gil, que ya era maestra y que, como la mayoría de pioneras de estos años, obtuvo varios premios por ser una de las mejores alumnas.
Como curiosidad, durante el curso 1892-92, la única chica matriculada de forma oficial (había otras seis alumnas) fue Nieves Quiroga y Pardo Bazán, hija de la popular escritora, con la que comparte segundo apellido, y también vecina de la calle San Bernardo.
En el Archivo del Instituto aparece una referencia de María Goyri como alumna libre, si bien faltan datos para reconstruir su paso por el mismo. Importante filóloga, fue la segunda estudiante oficial de Filosofía y Letras de la Universidad Española (Matilde Padrós fue la primera) y sabemos por su biografía que las trabas que hubo de salvar para ello no fueron pequeñas.
Goyri figura en una placa en el Cisneros que la recuerda junto con el que fuera su marido, Ramón Menéndez Pidal, que también estudió en ese centro, como luego haría la hija de ambos.
El primer tercio del siglo XX supondrá un crecimiento sostenido de las matrículas femeninas en bachillerato, que en 1930 eran ya 1168 (un 14% del total), cifras que aún se doblarían con la llegada de la República.
Las primeras profesoras del Cardenal Cisneros
Las primeras profesoras del Cardenal Cisneros
Fue la incorporación de las primeras chicas a las aulas de bachillerato lo que abrió sus puertas a las profesoras y no al revés. Aún así, hasta los tiempos de la Segunda República no encontramos una situación regular y habitual para ellas.
La primera profesora del Cisneros fue Antonia Navarro Delgado, profesora de gimnasia desde 1929, y la primera profesora auxiliar con carácter definitivo sería Juliana Izquierdo (en 1935, aunque daba clases desde 1926).
En esas mismas fechas (con datos del curso anterior) solo tres mujeres daban clase, con carácter interino o numerario, en una plantilla de 72 profesores. Cabe explicar que los profesores ayudantes interinos renovaban año a año y eran también conocidos como ayudantes “sin sueldo”; si conseguían pasar a numerarios su sueldo recibía la sospechosa denominación de “gratificación” (unas 1500 pesetas anuales). Esa fue la situación de la mayoría de estas pioneras de la enseñanza.
Entre la nómina de primeras profesoras encontramos, por cierto, a Matilde Moliner Ruiz , hermana de la conocida filóloga María Moliner, que trabajó como ayudante interina en Letras durante el curso 1926-27. Muy activa en las Misiones Pedagógicas durante la República, sería depurada tras la guerra, trabajando en condiciones de castigo (de sueldo, promoción y traslado) en el franquismo.
Gloria González y Begoña Talavera destacan el caso de Juliana Izquierdo Moya, de quien ya hemos hablado. Al contrario que sus compañeras, Juana provenía de una familia modesta y de origen rural (hizo el bachillerato y la carrera desde un pueblo en Ciudad Real). Como se presentaba por libre, precisamente en el Cisneros, llamó la atención de sus profesores, lo que le valió la posibilidad de venir a estudiar a Madrid. En su época las mujeres suponían el 2% de los bachilleres. Trabajando para pagarse sus estudios, fue una de las primeras doctoras en Filosofía (una carrera que no era entonces habitual para las mujeres), además de licenciarse en Derecho y de terminar la carrera de piano. En los años 30 comenzó a dar clases también en la vecina Universidad Central y se jubiló en el Cardenal Cisneros en 1958.
La guerra y la dictadura cortaron las alas de una generación de mujeres que había empezado a despuntar de forma decidida.
A 200 años del nacimiento de Concepción Arenal merece la pena echar la vista atrás para reconocer sus méritos y los de otras mujeres menos conocidas que abrieron las aulas para todas las de su género. Ojalá tengamos también los próximos años muchos artículos sobre ellas.