El siete de marzo de 1934 el popular torero El Gallo llegaba a Madrid, se podía ver en el teatro Angelina o el honor de un brigadier (de Jardiel Poncela), y la prensa se hacía eco de la gesta del autogiro de Juan de la Cierva, que se posaba sobre el portaaviones Dédalo.
Sin embargo, esa misma noche el gobierno de Alejandro Lerroux había declarado también el estado de alarma (hubo hasta 23 durante los años de la Segunda República, no era tan excepcional). Las huelgas se sucedían –como los cierres patronales- día tras día, y Madrid vivía un clima de conflictividad social que culminaría con los hechos insurreccionales de octubre del 34, que alcanzaron mayores dimensiones en Asturias pero también se vivieron en las calles de la capital.
La declaración no se siguió, de momento, de la puesta en marcha de los límites constitucionales que suponía, como la censura previa, la suspensión del derecho de reunión, la prohibición de huelgas, suspensión de los derechos de asociación y sindicación, etc. Como veremos, el carácter preventivo duraría bien poco.
Ese día, como todos los jueves, había salido el semanario F.E., y una quincena de escuadristas lo voceaban en los alrededores de la glorieta de Bilbao, marchando y lanzando proclamas. En la esquina de la calle Divino Pastor habían ido juntándose algunos obreros (que algunos medios identificarán como socialistas), y comenzaron a espetar vivas a la República y muertes al fascio, ante los gritos de los falangistas.
La Glorieta de Bilbao, como la de los Cuatro Caminos o la Puerta del Sol, era punto habitual de venta de prensa política, lo que ocasionaba no pocos enfrentamientos; y el entorno de la cercana Universidad Central (en San Bernardo), era muy frecuentado por los seguidores de José Antonio.
Pronto el intercambio de gritos trocó en lluvia de piedras y pelea a puñetazos en las inmediaciones de la calle de Fuencarral. Los falangistas, como era costumbre, esgrimían porras. De repente, sonaron disparos y dos o tres hombres cayeron heridos al suelo. Algunos que por allí pasaban y parte de los contendientes se dispersaron, otros se refugiaron en el convento de la calle Divino Pastor…y algunos siguieron corriendo y peleándose por las calles de lo que hoy es Malasaña.
[Malasaña en el Madrid de José Antonio]
A los guardias les costó mucho parar la confrontación, que debió adquirir grandes dimensiones, y sólo la llegada de una camioneta de guardias de asalto hizo que se controlara la situación tras diversas cargas policiales. Las fuerzas del orden salvaron de una paliza segura a un falangista perseguido al grito de a por el fascista, que logró refugiarse en el Teatro Maravillas (en la calle de Manuela Malasaña).
El saldo final de víctimas del que daba cuenta la prensa al día siguiente era de ocho heridos, dos de ellos graves, de los cuales uno, Ángel Montesinos, acabó muriendo. Fue enterrado dos días después, acompañado de discurso de Primo de Rivera y un desfile fascista.
Algunos de los heridos, alcanzados por balas rebotadas o contusionados, eran vecinos de calles del barrio, como Malasaña o Pozas y, según afirman los periódicos de aquellos días, no habían participado en la pelea.
Ese mismo día se prohibió en Madrid la venta de periódicos en grupo, limitándose a los quioscos o vendedores individuales. Un par de fechas después ya eran tres decenas los periódicos que no podían salir a la calle por motivo del estado de alarma y se clausuraron los centros de CNT, el Partido Comunista, Juventud Socialista y Falange Española.