Malasaña ha sido frecuentemente identificada con las ideas progresistas a lo largo de la historia de Madrid. Aunque no faltaron nunca palacetes en algunas áreas, su esencia hay que buscarla en el Madrid popular y, arribando el siglo XX, las ideas y formas de vida más próximas a la izquierda fueron mayoritarias. Sin embargo, el siglo trajo el nacimiento de la extrema derecha, que también desembarcó en el barrio, a veces precisamente para entrar en conflicto con sus ideas refractarias.
Ya dimos cuenta en Malasaña en el Madrid de José Antonio de algunos lugares que frecuentaba la extrema derecha durante los años treinta. El barrio no era la zona predilecta de los señoritos o escuadristas de Falange, y otros grupos de extrema derecha, pero la construcción de la Gran Vía –por donde todo pasaba aquellos años - y la presencia de la Universidad en San Bernardo, concentraron algunos centros de reunión. Aún eran pocos los obreros que accedían a estudios superiores, y la extrema derecha se nutrió, en gran medida, de clases medias y acomodadas. De esta forma, en los alrededores del Instituto Cardenal Cisneros (donde estudiara el propio José Antonio) y de la Central, aparecieron bares como La Gruta, donde era frecuente ver a muchos de camisa azul, y lo mismo cerca de la Gran Vía, donde se radicaron sus periódicos, El Fascio, La Conquista del Estado, o La Patria Libre. Allí se situaba, por ejemplo, el Or Konpón, restaurante donde naciera el célebre Cara al sol.
Durante los primeros años treinta, el recién inaugurado grupo escultórico de tema cervantino en la Plaza de España se convirtió también en lugar de reunión y símbolo de la extrema derecha madrileña. Si uno se fija, Don Quijote parece estar haciendo el saludo romano, y esta casualidad, dada en un símbolo tan hispánico, bastó para que la estatua fuera adoptada por los grupos cercanos a los modos de Mussolini. En 1933 Ramón J. Sender se refería a ello en un artículo titulado El saludo de Don Quijote, en el que tilda la ocurrencia de “estúpido delirio”.
Pasado el largo invierno franquista, la violencia de la extrema derecha deja de ser estructural –se puede decir que todo era extrema derecha en España- y traza una X sobre el nombre del barrio en el mapa de Madrid.
A principios de los 80 fueron muy frecuentes las agresiones de la extrema derecha en de Malasaña. Fuerza Nueva desembarcó, con su sede, en la calle Mejía Lequerica, con la intención, según los vecinos y los partidos de izquierda de la época, de controlar la zona. Durante las fiestas del Dos de Mayo de 1979 un grupo con insignias de FN irrumpió en la plaza armado de palos y cadenas, aunque la resistencia de los vecinos consiguió evitar que se hicieran con la plaza. Además, miembros de FN hicieron razzias por las calles de Malasaña, rompiendo cristales, obligando en una ocasión a desalojar el Café Comercial o a cantar el Cara al Sol a los transeúntes. Para verlo con la perspectiva adecuada es necesario tener en cuenta que la Fuerza Nueva de Blas Piñar entonces no era un partido marginal: en las elecciones de 1979 obtuvo casi 400.000 votos, muchos de ellos en Madrid.
Ante la situación, se articuló una Comisión de Defensa de Malasaña y se llevaron a cabo acciones de protesta, como una manifestación no autorizada, o una querella contra Fuerza Nueva por las numerosas agresiones registradas.
Además de las agresiones cotidianas y las demostraciones públicas de fuerza, la extrema derecha practicó el terrorismo con insistencia durante la Transición, tocándole al barrio rojo de Malasaña su cuota.
En 1979, el Frente de la Juventud, grupo desgajado de Fuerza Nueva, colocó un artefacto de goma-2 en un contenedor de basura situado en la esquina de Manuela Malasaña con San Andrés. La bomba mató a una joven, Salomé Alonso Varela, e hirió a decenas de personas. El objetivo era El Parnasillo, conocido por ser centro de reunión de gentes de izquierdas en la época y –según los terroristas- “de toxicómanos”. Los mismos elementos, que fueron detenidos en 1981, fueron acusados de otros asesinatos en las inmediaciones del barrio (los del toxicómano Carlos Javier Idígoras Navarrete en un solar de Cardenal Cisneros y el mendigo Tuis Arribas Santamaría en la calle Palafox). También fueron responables de la bomba que estalló en la Plaza de Olavide, por la que resultaron heridas varias personas, así como de otras acciones terroristas y asesinatos.
Habiendo ya pasado los peores años de la transición, Malasaña siguió, sin embargo, siendo zona antifascista y objeto de incursiones de la extrema derecha durante los ochenta y los noventa. Muy recordadas son algunas noches en las que el grito de alerta nazi corría de plaza en plaza.
No demasiado lejos del Quijote saludando brazo en alto al que aludíamos al principio, en la llamada Plaza de los Cubos (llamada oficialmente de Emilio Jiménez Millas), se asentarían a finales del siglo XX los herederos ideológicos de aquellos otros de los años treinta. Desde los ochenta, y por mucho tiempo, nombrar la plaza ha hecho evocar a muchos madrileños la presencia de skinheads nazis. De la plaza salieron los cuatro asesinos de Lucrecia Pérez en 1992. Fue el punto de reunión antes de la cacería que acabará con la muerte de la dominicana en la vieja discoteca Four Rouses, en Aravaca, y el lugar a donde volvieron para comentar al resto de nazis: “ya os enteraréis mañana en los medios de comunicación”.