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El Madrid bohemio que se lee con los pies

Servando Rocha, de La Felguera | Foto de Helena Girón

Luis de la Cruz

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PUERTA DEL ÁNGEL. He quedado con Servando Rocha, cara nada secreta de la editorial con vocación de sociedad secreta La Felguera. Nos vemos en el mercado de Tirso de Molina, en Puerta del Ángel, un lugar interesante de tiempos de la República donde Rocha me hace de anfitrión. Me enseña el abollón de una viga sobre nuestras cabezas, fruto de un obús durante la guerra, y el puesto de Paula, de origen chino, que sirve unos pinchos de tortillas jugosos como pocos. Allí nos quedamos.

Voy pertrechado de mi cuaderno, dispuesto a entrevistarle acerca de Madrid Bohemio, el primer número de la nueva vida de Agente Provocador, revista de la casa que ha mutado en colección de objetos monográficos. En su primer fetiche incluye una caja con un plano gigante del Madrid de la bohemia, un cuadernillo antológico de la bohemia en primera persona –contada por los Sawa, Dicenta, Bark, Barrantes…– y un precioso cartel del Perro Paco, animal bohemio y libertario, estrella de los cenáculos de la época, del que no hablaremos hoy para dejar vía libre a la curiosidad del lector.

Yo iba a tomar muchas notas acerca de tertulias, excesos verbales y ensoñaciones literarias de melenudos bohemios, decía, pero la conversación nos llevó de aquí a allá, de una “bohemia un tanto heterodoxa, que llega hasta los treinta”, me decía mi interlocutor, al Londres de From Hell, el Baroja más flâneur o a las periferias madrileñas de los sesenta. En el fondo, todo forma parte de lo mismo y es coherente con el catálogo de La Felguera, donde la cultura pop, lo vericuetos de la ciudad y la historia se explican entre sí.

MALASAÑA. Estos otros párrafos transcurren la mañana siguiente de mi encuentro con Servando, en Malasaña. Entre los dos hemos convenido que la creación de la Gran Vía partió en dos irremediablemente el centro de Madrid. “Desapareció gran parte de la estructura de callejuelas por las que deambulaba Valle Inclán, en la zona de la Calle Ancha de San Bernardo”. Y al lado norte de la Gran Vía me hallo.

Llevo en la mano el plano de Madrid Bohemio y me dispongo a hacer un pequeño itinerario por los aledaños de Pez, zona eminentemente bohemia –y hogar de golfemia– que aún guarda sabor a puchero finisecular. Me llevo de paseo la conversación del día anterior:

–Tuvimos que dejar bastantes cosas fuera de esa zona, no cabían todas.

–Ya imagino, he echado en falta algún lugar, como el Café de la Luna, le decía yo el día antes.

–Cierto…no cabía todo, nosotros hicimos una de nuestras rutas en la zona, desde donde estaba el antiguo Palacio de Monistrol (en la Plaza de la Luna), que tenía todo al lado, estaba la CNT, estaban las putas, los tupis

PUERTA DEL ÁNGEL.

–Otros dos botellines.

–Qué os pongo ahora de tapa, ¿tú comes carne? Con este es más difícil... (me dice Paula).

Le digo a Servando que estuve en la presentación de Fuera de la ley y que fue una locura. Medio millar de personas caminando por La Latina, en una ruta por los bajos fondos madrileños con apariencia de manifestación. Las presentaciones de la editorial se han ganado una merecida fama de acontecimiento que trasciende los estándares editoriales. “Muchas veces ni siquiera llevamos libros para vender”. Pero el éxito de sus rituales-presentación les ha obligado a repartir invitaciones en las últimas ocasiones. Mañana, sábado, harán un juego de pistas sobre la bohemia en las calles de Madrid para presentar Madrid bohemio.

MALASAÑA. Comienzo mi pequeño paseo de la Plaza del Rastrillo. Es al mediodía, no estoy seguro de que sea una hora demasiado bohemia, hay mucha gente en las terracitas. Bajo el adoquinado empinado de la calle Marqués de Santa Ana. En el número 29 encuentro la primera posta del camino, la casa donde vivió Rubén Darío, a cuya mesa se sentaron señores que hoy salen en nuestros libros de texto (los Machado) y poetas semi olvidados como Villaespesa, cuya casa también aparece en otra cuadrícula del mapa. Me quedo unos instantes mirando el portal, que presenta un aspecto bastante anodino, y continúo bajando la calle. A mano derecha, antes de llegar a la casa con la placa de Clara Campoamor, hay un descampado vallado, una muesca urbana que me recuerda a la conversación del día anterior, “presenté en un acto al escritor Iain Sinclair –el de la psicogeografía– y le di una vuelta por Lavapiés, le gustó mucho, se quedaba mirando atentamente los descampados”.

Subo la calle del Pez hasta que, a mano izquierda, cojo la de la Madera, con más puntos bohemios en el plano que casi ninguna otra. Ahora toca subir cuesta: la orografía de estas callecitas quiere recordarnos que existen antes de la ciudad planificada.

El portón de un caserón dieciochesco, que sale al paso, luce el número 24, que se corresponde con la vivienda de Joaquín Dicenta. En la calle vivían muchos escritores. Algunos eran de medio pelo, que no era el caso de Dicenta, uno de los dramaturgos más celebrados de su tiempo. En todo caso, la noche y los cafés emborronaban las diferencias.

En la calle aún quedan ecos de la zona de artesanos que fue: un par de talleres de tableros, a juego con el pedigrí de su nombre, el establecimiento centenario del encuadernador Antonio Frisa o Casa Julio, que, aún remozada, mantiene su aura de taberna de siempre.

En la esquina con la calle de El Escorial, el escaparate de la vetusta Electricidad Sanpol, con extrañas bombillas de filamento, se me hace irresistible y, justo ahí, tuerzo momentáneamente en busca del portal número 15 de la calle. Hay una moderna puerta metálica que, seguramente, ha sustituido a otra centenaria de madera. Allí estuvo la casa de la famosa cupletera Salud Ruiz.

De nuevo en Madera, llego al número 51, donde tiene establecimiento un broncista niquelador que abrió en tiempos de la primera bohemia, en 1875. En este mismo número estuvo la redacción de Las Dominicales del Librepensamiento, “Seminario librepensador sostenido por las llamas luminosas”, donde colaboraron Dicenta, Bonafoux, Pedro Barrantes…Eso si que debían ser reuniones de redacción.

Durante el paseo hemos orillado también el rastro de Luis Ruiz Contreras, en cuya casa, en el número 27, hubo una importante tertulia; el Círculo Carlista, feudo de nostálgicos como Valle Inclán, o la pensión de los bohemios, de Hans de Islandia, cuya localización exacta, me reconoce Servando Rocha, “aún no ha podido averiguar”.

Concluyo mi ruta con la sensación de haberme dejado muchas cosas en las calles aledañas: redacciones de periódicos, tupis (establecimientos a medio camino entre el bar y el café) o las casas de mala nota, que abundaban en la calle Ceres (Libreros)..

PUERTA DEL ÁNGEL. Me gustaría volver al día anterior para pagar yo los botellines y contarle a Servando que, pese a que me he encontrado un safari de arte urbano durante mi paseo, sigue habiendo esquinas a espaldas de la Gran Vía donde cala la humedad de los estratos inferiores de las calle. “Es que yo en otras ciudades europeas no creo que tan, tan, céntrico como en Madrid se encuentren las viejas calles de los barrios bajos”, me había dicho el día anterior.

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