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El renacer de Pedro Barrantes: más allá de la estampa de bohemio

Ilustración de portada de Anatemas, de Piedra Papel Libros

Luis de la Cruz

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Cuando se habla de los escritores de la estirpe de Pedro Barrantes, siempre se pronuncian términos como bohemio profesional, que inmediatamente trasladan el estereotipo de vividor finisecular, en el que lo su mejor obra son los destellos tremendistas de su vida, efluvios destilados de las memorias de quienes compartieron tragos con ellos. Imaginen escribir la biografía de sus amigos a raíz de las noches de borrachera compartidas.

Es por ello que siempre son de celebrar ediciones que son rescates de la obra de algunos de estos periodistas, escritores y –es el caso— poetas, sobre todo si van acompañadas de una buena introducción crítica y biográfica, como la que llega ahora a las librerías de la mano de la editorial Piedra Papel Libros con la reedición de su poemario Anatemas.

Miltante en el republicanismo radical, algunos de sus primeros textos los encontramos en Las Dominicales del Librepensamiento (situado en la Corredera Baja de San Pablo), donde veló las armas de la sátira y la denuncia social con versos que firmaba con el pseudónimo El emperador de los zarrapastrosos. Eran los años finales del siglo XIX y también podemos encontrarle en las viejas páginas de Germinal (situado en la calle del Pez) y del periódico El País (en la calle de la Madera), cabecera en la que hizo de hombre de paja, firmando textos ajenos polémicos, por los que acabó en más de una ocasión en el calabozo. Aunque su casa estaba en la calle de las Huertas, las redacciones eran —literalmente—, también su hogar: fueron muchas las noches que pasó en el diván de la redacción de El País. De esta etapa es Delirium tremens, seguramente su poemario de más éxito en vida, que hace pocos años recuperó la editorial sevillana El cangrejo pistolero.

Su amigo Zamacois nos lo describe para que podamos imaginar “su perfil raro y amable” paseando por Madrid, imagen que sus contemporáneos aluden como inseparable de aquellos ambientes durante los años del cambio de siglo capitalino:

A veces llevaba barba, lo que daba a su calva frente gravedad señorial; otras iba completamente afeitado; entonces se parecía a Baudelaire (...) Era alto, seco, de una sequedad cómica, y la costumbre de sentir oscilar el suelo bajo sus pies le había dado el caminar indeciso de los sonámbulos.

El anticlericalismo de sus escritos le llevó a la cárcel Modelo, donde fue apaleado y obligado a beber matarratas, lo que al parecer le provocó una perforación intestinal. Lo dieron por muerto y cargaron su cuerpo en una carreta, camino de una fosa común en el cementerio del Este. Allí despertó, según contaba en las tertulias “sintiendo como los gusanos escarbaban las llagas de mis heridas”. La miseria y el desenfado con el que afrontó la vida hicieron que por 20 reales aceptara aparecer como padre en el bautizo del hijo de la actriz Pepita Manso, que mantenía una relación simultanea con Eduardo Zamacois (que es quien lo contó) y el periodista Manuel Carretero. No se sabía de quién era el hijo, pero seguro que no de Barrantes. La anécdota cruel se ceba con su biografía hasta el final de sus días: él, que había pasado toda su vida bebiendo alcohol, pudo morir finalmente por beber el agua que el médico le había prohibido.

Las anécdotas y su vida de malditismo asumido, cincelada a base de alcohol, alejan su recuerdo de la actitud con la que afrontó el trabajo. “El escritor debe ser batallador y combatiente, su misión es denunciar hipocresías y estulticias de la sociedad moderna, con versos heroicos y destructores”, dejó escrito, y es esta una faceta que mueve a la recuperación ahora de sus latigazos tremendistas de Anatemas.

Piedra Papel Libros es una editorial de ensayo político, historia social, poesía y fanzines, con un lema que solo se puede leer con decisión: “Haciendo fértil el subsuelo de la industria editorial”. Con ocasión de la recuperación de Barrantes, hemos hablado con sus editores habituales y con Sergio R. Franco, que se ha encargado de la edición dentro de una colección, Amarga absenta, que ve la luz con este libro y que él mismo dirige dentro de la editorial.

Somos Malasaña: ¿Qué está diciendo una editorial publicando a Pedro Barrantes?

Piedra Papel Libros: Publicar este libro ha sido iniciativa de Sergio R. Franco, que dirige la nueva colección; una iniciativa secundada con entusiasmo por la editorial. Lo que nos interesa es acercarnos a un grupo de autores con escaso reconocimiento, minusvalorados en el canon literario porque, como Barrantes, se convirtieron en el chascarrillo de la modernidad, ignorando la complejidad, amplitud y valentía de su labor literaria. En ese sentido, publicar Anatemas da la medida de lo que queremos que sea esta nueva colección.

S.M.: ¿Qué valor consideras que tienen hoy estos poemas tremendistas de Barrantes, social y literariamente, Sergio?

Sergio R. Franco: Partimos del hecho de que la obra de Barrantes no ha merecido mucha atención por parte de los especialistas en la literatura de finales del siglo XIX y principios del XX. La mayor parte de los comentarios que podemos encontrar sobre este autor se centran, más que en su insólita obra, en el tremebundo anecdotario asociado a su figura. Por nuestra parte, al igual que ya hiciera en 2003 la editorial Cangrejo Pistolero con la edición de Delirium tremens, hemos pretendido reivindicar una obra que, a pesar de su alcance limitado, es un ejemplo paradigmático de la poesía bohemia (en este caso, en su faceta más combativa y revolucionaria). La intención última es, por lo tanto, iluminar una zona oscurecida por la historiografía oficial de la literatura, pero esencial para comprender el ambiente cultural (también político y social) de la época.

Por otra parte, estimamos que la audaz apuesta poética de Barrantes puede tener evidentes resonancias hoy: su actitud beligerante contra la injusticia, el despotismo y la desigualdad es tan necesaria ahora como lo fue en su momento. Es por esto que, para nosotros, los poemas de Barrantes tienen un indudable valor tanto literario, en cuanto nos ayudan a tener una visión más amplia y completa de la literatura finisecular, como social, en cuanto que una actitud de denuncia continúa siendo hoy indispensable.

—S.M.: ¿Qué podemos esperar de la colección que inaugura este título?

P.P.L.: Pues esperamos que nuestros lectores y lectoras se acerquen a un conjunto de escritores de principios de siglo que, antes que nada, mantuvieron posiciones de avanzada tanto en lo político como en lo literario. A grandes rasgos, lo que nos interesa es recuperar la obra de autores que, como Pedro Barrantes, hicieron de su quehacer literario una manera de enfrentar el sistema de valores, conservador y reaccionario, que interesaba a las elites políticas y económicas de la España del momento.

S.M.: En las dedicatorias y notas de los poemas aparecen personajes ilustres, a pesar de que a Barrantes nunca le sobró el dinero. ¿Era aquella ciudad o aquel momento un espacio más interclasista?

S.R.F.: Dudo mucho que, en aquel momento y en aquellas ciudades en las que se movió Barrantes (Madrid y Valencia, principalmente), fuera propicio un espacio más interclasista. No obstante, es indudable que las afinidades políticas y literarias sí posibilitaban este tipo de relaciones.

S.M.: ¿Hasta qué punto es real o deformada esa división según la cual habría unos bohemios que eran literatos de verdad y otros meros personajes, escritores sin obra?

S.R.F.: En efecto, es ya un lugar común distinguir dentro de la bohemia madrileña, al menos, dos subgrupos: por un lado, una bohemia heroica, auténtica, artística; y, por otro, el mundo de la golfemia, de los hampones y poetas facinerosos, ilegítimos miembros del Parnaso. Célebres son los comentarios despectivos de Pío Baroja y de tantos otros a este respecto. Desde luego, es cierto que hay, a grandes rasgos, evidentes diferencias de talento y calidad en la obra de unos y otros, pero también lo es que generalizar en este caso (como en tantos otros) nos conduce a pasar por alto que en la obra de muchos de los más ilustres sableadores y poetas del arroyo se encuentran verdaderos y valiosos hallazgos, como, por ejemplo, en las extravagantes composiciones de Barrantes, en los sonetos ulcerados de Pedro Luis de Gálvez o en la poesía social de Manuel Paso. Se trata, por lo tanto, de una división real, aunque a todas luces parcial (ya sancionada en aquella época por ciertos escritores), pero también es, a la vez, una distribución deformada, pues supone negar de antemano el mérito de un buen número de obras que, por prejuicios, no han gozado de un mínimo de atención.

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