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El sereno que guardaba tu calle y te vigilaba a ti

sereno

Luis de la Cruz

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Rosa Chacel recordaba en su Barrio de Maravillas (1976) un Madrid que iba desapareciendo, donde aún tenían cabida los serenos. Su figura es un destello recurrente en la nostalgia y su recuperación, como los tranvías, una demanda perpetua en las conversaciones de sobremesa. Cumplieron también, como vamos a ver, funciones menos amables, de control social, ocultas tras la amabilidad y la sonrisa del servicio proximidad.

Los serenos nacen con la progresiva llegada de la contemporeneidad, que va ganando terreno, poco a poco, a la inmensa oscuridad que siempre fue la ciudad de noche. Al principio, su función principal fue mantener el nuevo alumbrado. Desde el reinado de Carlos II, en 1678, a los madrileños se les obligaba a tener faroles en sus balcones, lo que ocasionó muchas protestas por el alto coste de mantenerlos. En abril de 1765 el rey libró al vecindario del cuidado de limpiar, encender y conservar los faroles. El servicio que creó –la prehistoria de los posteriores serenos- funcionó al principio sólo en invierno, y a partir de 1774 durante todo el año, excepto las noches claras de luna llena.

Durante estos años la formación de un cuerpo municipal de faroleros fue ambicionado por el Ayuntamiento, pero tardó en poder afrontar la puesta en marcha, y los vecinos se negaban a pagarlo. Finalmente, el gasto se sufragó subiendo la contribución por el alumbrado, aunque los faroleros cobraron siempre poco, mal y tarde. De esta carencia se desprendían las quejas de y sobre los faroleros, que fueron a la huelga en 1813, y a los que hubo de subir el sueldo durante el reinado de Fernando VII porque frecuentemente desatendían su trabajo arguyendo una dificultad –real- para vivir con sus ganancias.

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En 1815 había 4528 faroles en los diez cuarteles de la ciudad. En Maravillas nos correspondían 403, que venían a ser número parecido a los del resto de barrios, y que estaba lejos de poder hacernos imaginar una Madrid de noches claras.

El alumbrado fue de aceite hasta que, en los años 30, empieza a implantarse la iluminación por gas, para la que hubo de instalar cañerías subterráneas (las primeras en el Palacio Real y en la Puerta del Sol). El aceite continuó por décadas: en 1865 nuestro distrito (Universidad) contaba con 254 farolas de gas y 41 de aceite.

El cuerpo de serenos aparece como tal en 1797, justificado por el Ayuntamiento para proteger “a los ciudadanos, por las noches que los malechores (sic) toman por salvoconducto para cometer insultos de diversas especies”. Por fin, se crea el cuerpo, con Esteban Dolz como “cavezón o jefe de serenos” y bajo la supervisión de una serie de celadores del Ayuntamiento. En este momento había 100 serenos en Madrid, un número que fue en aumento. Se ocupaban del alumbrado y de hacer rondas nocturnas, aunque hasta 1840 no se terminan de unificar las misiones de sereno y farolero.

El reglamento de 1840 establecía, entre otras cosas, que los serenos debían vivir en el barrio donde trabajaban, que fueran nombrados por la policía, medir cinco pies de estatura al menos (no hay que olvidar que también eran faroleros, y a pesar de llevar vara…), no tener antecedentes policiales, no tener otro trabajo que les impidiera estar descansados por la noche, o tener entre 20 y 40 años.

A lo largo de los años, los serenos fueron, sobre todo, vigilantes nocturnos, pero asumieron otras funciones, como ir diciendo “con voz acompasada” las medias y los cuartos, o anunciar los acontecimientos políticos, como sucedió en 1860: “las tres y sereno y se ha tomado Tetuán”. En el caso de necesitar ayuda ante una reyerta, o similar, usaban un pito para llamar a sus compañeros, a la policía o a los propios vecinos. También era frecuente que fueran en busca de la comadrona o el confesor, según llegara o se fuera la vida.

No debemos olvidar que los serenos fueron también un tentáculo del poder municipal para el control social de los barrios. Pertenecientes al cuerpo de policía o auxiliares de la justicia, según el momento, tenían labores de control, como recoger los pasquines que encontraran y llevarlas a la autoridad, o, en algunas épocas, llevar ante el cuerpo de guardia a cualquiera que anduviera por la calle a partir de determinada hora.

La idea del cuerpo de serenos nace en el contexto de un Madrid crecientemente controlado tras el Motín contra Esquilache. De hecho, la instalación de farolas propició una gran subida del aceite y la inexistencia de velas de sebo, que se cuenta entre los motivos del descontento que llevaron al motín. Tras la sublevación, se inaugura una era sin precedentes de control sobre los pobres en Madrid (se crean la Superintendencia General de la Policía, la Comisión de Vagos, se llevan a cabo rondas nocturnas, se construyen prisiones, se instauran los Alcaldes de Barrio…). Ya en el siglo XX, durante el Franquismo, fue frecuente que muchos serenos fueran confidentes a sueldo de la policía.

Los serenos de capote gris, que llevaron sable los primeros años, portaban una vara de la que pendía un farol, y un silbato color bronce, se convirtieron en personajes del tipismo madrileño, transportados a la posteridad por los sainetes de Arniches. Fueron a lo largo del siglo XX distintos sus uniformes, quienes tengan edad de recordar visualizarán a señores con gorra de plato, bata gris y su inseparable chuzo (el palo que portaban). A menudo asturianos.

La profesión desapareció en Madrid a finales de los 70, aunque en 1986 hubo un grupo de vigilantes nocturnos en el distrito Centro al que se llamó serenos. Se les presentó a bombo y platillo (el show iba a ser en el Cuartel del Conde Duque y finalmente fue en la Plaza Mayor), pero duraron tres telediarios: sólo un año más tarde fueron reconvertidos en agentes de Operación de Regulación de Aparcamiento (ORA). En aquella época la prensa recogía el escepticismo de los vecinos de una Malasaña, en plena época de apogeo de la droga, ante la eficacia de los nuevos serenos. En 2014 El País entrevistó a el último sereno de Madrid, obviamente ya retirado. Había heredado la plaza de sereno de su padre en 1950, y siguió por su cuenta, en el barrio de Salamanca, una vez echó el cierre el cuerpo. Nosotros, gracias al blog Gatos Curiosos, guardamos la memoria del último sereno de la calle Pez. Se llamaba Amador.

Para saber más:

Font, P. G. (2005). EL MIEDO A LA CIUDAD OSCURA. LOS PRIMEROS PROYECTOS DE ALUMBRADO PÚBLICO EN LAS CIUDADES VALENCIANAS Y CATALANAS. La ciudad y el miedo. Recuperado a partir de http://www.uib.cat/ggu/pdf_VII%20COLOQUIO/actes%20copia.pdf#page=70

Montagut Contrer, Eduardo as. (s. f.). Los serenos de Madrid entre los siglos XVIII y XIX. Los ojos de Hipatia.

Palmer, S., & del Carmen, M., others. (1976). Faroleros y serenos (Notas para su historia). En Anales del Instituto de Estudios Madrileños (Vol. 4, pp. 1–22). Recuperado a partir de http://digital.csic.es/handle/10261/12817

Saturnino Caraballo Díaz

LOS SERENOS



Fundidos a los quicios

del vano de las puertas,

guardados de resquicios

de las calles desiertas.



Parejas de serenos

bajo la luna llena

hacían más amenos

noches a la serena.



Y todo insomne oía

la clara serenata

y siempre percibía

su lenta caminata.



El reloj daba la una

daba las dos, las tres,

y en madrugada bruna

vuelta a mover los pies.



El chuzo resonando

sobre la firme tierra

ladridos acallando

de una encelada perra.



Y en noches de diluvio,

en el Ayuntamiento,

buscan calor o efluvio

hallando alojamiento.



Al pueblo tutelando

serenos familiares

y seguridad dando

a noches coruchares.



E igual a tantas cosas

en aras del progreso,

difusas, vaporosas,

trocó la carne en hueso.



Y somos ya muy pocos

quienes en Cenicientos,

os traemos evocos

de sus serenos lentos.



Saturnino Caraballo Díaz

El Poeta Corucho

Saturnino Caraballo Díaz

LOS PREGONES DE CENICIENTOS



En las tardes invernales

se paraba el pregonero,

entre helor de invernadero

y calor las estivales.

Sin redoble de timbales

se escuchaba la trompeta

y la gente atiende quieta

como se escucha un por orden.

¡Niños cesad el desorden

que el alcalde va y se inquieta!



De orden del Señor Alcalde

pregonero pregonaba,

y una mujer se paraba

diciendo:"nos dan de balde;

los polvos del albayalde.

Y una vecina cercana

comentaba en la ventana:

"ésta mujer está bolo

no asunta y habla tan solo

si a tonta nadie la gana.



De todo se pregonaba

en mercancías diversas,

salvo costumbres perversas

que entonces no se estilaba.

Y a mí lo que más gustaba

era cuando daban cine,

y a mi abuela en su decline

yo le sonsacaba un duro,

y en aquel tabanco oscuro

películas de alucine.



Boquerones y sardinas

y un pez llamado "japuta"

que con una barba hirsuta

estaba llena de espinas.

Y de las pescas marinas

el pregón sobre el pescado

en moto carro albergado,

y el chicharro de los pobres

con sus sabores salobres

era siempre bien llegado.



A veces llegaban telas

que ondeaban en la plaza

entre papeles de estraza

y doradas arandelas.

Y entre aquellas bagatelas

andábamos los muchachos,

husmeando en los capachos.

Y el pregonero de ornato

puesta la gorra de plato

y con serones los machos.



Y entre aquella mezcolanza

compacta y abigarrada

de los coruchos mezclada

ya soplaba una esperanza.

Nuevos vientos de bonanza

nos traía la trompeta

ante la vida tan quieta

que avivaban los pregones

trayéndonos ilusiones

de ver volar a un cometa.



Saturnino Caraballo Díaz

El Poeta Corucho

Saturnino Caraballo Díaz

LOS ALGUACILES DE CENICIENTOS



Desde la plaza pululan,

entre pliegos y entre oficios,

los que otorgan beneficios

a coruchos congratulan.



Estampas son del pasado

del Cenicientos remoto,

reminiscencias la foto

de un tiempo finiquitado.



Recuerdos son y añoranzas

de un pasado que no vuelve,

mas la añoranza me envuelve

de una infancia de esperanza.



Gorras de plato y de dril

pasaban por nuestro lado,

y un temor siempre infundado

en la caterva infantil.



Ante su sola presencia

sentíamos un respeto,

que no es algo ya obsoleto

es vivir en convivencia.



La autoridad encarnaban

y ejercer buenas costumbres,

en tiempos de mansedumbres

que otros les preconizaban.



Y arrogantes o sutiles

o asperezas en su trato,

es amable este retrato

que trae a los alguaciles.



Saturnino Caraballo Díaz

El Poeta Corucho

Saturnino Caraballo Díaz

LOS MULILLEROS EN LA CORREDERA



Las mulas enjaezadas

con bandas y banderines

y vistosos collarines,

¡helas aquí preparadas!

Mulas de trillas y aradas

traían los mulilleros,

herradas por los aceros

de los herrajes coruchos,

que arrastraban los moruchos

toros, muertos por toreros.



Saturnino Caraballo Díaz

El Poeta Corucho
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