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OBITUARIO

Fallece Maruja, la abuela más querida de Malasaña

Maruja, la abuela Maravillas, en una imagen reciente

Diego Casado

Madrid —

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Hasta hace relativamente poco tiempo, Malasaña era un barrio con muchos abuelos. Sus viviendas estaban pobladas de personas mayores, que habían llegado al centro de Madrid hacía décadas, procedentes de otras provincias durante el éxodo rural del siglo XX, buscando una vida mejor en la capital.

Estos abuelos han ido desapareciendo en los últimos años, fruto de un barrio incómodo para su ritmo de vida y también para sus piernas, ya que la mayoría de sus edificios no cuentan con ascensor. Pero hubo una que prefirió quedarse y que se ha acabado convirtiendo en un símbolo para sus vecinos, casi tan reconocible como el monumento a Daoiz y Velarde. Su nombre era Mari Carmen García Martín, pero todo el mundo la llamaba Maruja. Ha fallecido este miércoles 18 de septiembre de madrugada, a los 93 años.

Maruja llegó a Madrid desde su Ávila natal en los años cuarenta, cuando tenía 12 y no sabía ni leer ni escribir. Entró a trabajar como niñera para la familia Colmenarejo, que poseía una lechería muy popular en el barrio, en plena calle Dos de Mayo. La señora de la casa la llamaba Marujita, cariñoso diminutivo con el que se quedó para muchos hasta el final de sus días. Otros la apodaban abuela Maravillas, el nombre histórico de la zona, porque su identificación con el barrio y sus gentes era absoluta.

La lechería de los Colmenarejo, con el tiempo, acabó convirtiéndose en la casa de Maruja y de su marido, un hogar ante el que se sentaba con su silla, para respirar la calle y saludar a los vecinos que por allí pasaban. Porque estar en la calle, haciendo cosas, era una de sus inquietudes. Fruto de este empeño se se afanaba todos los años por montar unas fiestas en su barrio. Al principio celebraba chocolatadas por el día de Reyes, que luego trasladó a principios de febrero, ayudada por donaciones de comerciantes e incluso de marcas comerciales. “Esta señora es el alma del barrio”, decía de ella un reportaje de El País sobre ella publicado en 2010. “Todo lo que sé me lo ha enseñado este barrio y mis vecinos. Si tengo que morir por ellos, lo haré”, aseguraba la abuela en el mismo texto.

Esas fiestas las acabó transformando Maruja en Las Maravillas de Malasaña, unos premios simbólicos para las personas e instituciones que más hacían por su barrio, con el que siempre estaba implicada. A veces incluso entregaba su bastón de mando -una cachava- a personas en las que reconocía su mismo espíritu de compañerismo y lucha. En 2016 se lo pasó a Lucía Lois (hoy concejala en el Ayuntamiento de Madrid) defendiendo la importancia de la mujer en la sociedad y la necesidad de que las nuevas generaciones tomaran el relevo de los mayores como ella, sin importar los colores políticos de cada cual.

En el recuerdo de su familia y allegados queda el que tuvo lugar hace dos años, cuando Maruja acudió a un acto de la Fundación Grandes Amigos y, con el descaro que la caracterizaba, pidió un abrazo a la reina Letizia, que presidía el acto. La imagen de ambas fundidas en un gesto de cariño llenó los telediarios aquella jornada.

El legado que deja la abuela Maravillas en su entorno es grande. Sus premios anuales han sido recientemente retomados por la asociación Esto es Pez, en colaboración con la Plataforma Maravillas, dispuestas a continuar haciendo barrio. Y numerosas personas han mostrado su pesar por el fallecimiento, incluida la Casa Real. Este miércoles se celebra su despedida en el Tanatorio de San Isidro, a partir de las 15.50.

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