José María Pastor: el hombre en la sombra en el asesinato de Prim
El 30 de diciembre de 1870 moría Juan Prim, militar y político liberal que en ese momento era, tras la revolución del 68, jefe del Gobierno. Murió a causa de la infección de las heridas ocasionadas tres días antes en un atentado sufrido tras salir del Congreso, en la calle del Turco (actual Marqués de Cubas). El asunto de su muerte es de película –recientemente Miguel Bardem hizo una, de hecho– y el misterio que ha rodeado su asesinato ha convertido el magnicidio en un crimen de leyenda.
El 26 de diciembre de aquel año, Bernardo García, director del periódico La Discusión, avisó a Ricardo Muñiz Viglietti, amigo de Prim, de que algo muy grave le iba a suceder, llevándole incluso una lista con diez nombres de sospechosos que incluía el del diputado José Paúl y Angulo (que había conocido a Juan Prim en sus años de exilio londinense y había regresado a España con el militar, pero a estas alturas era su reconocido adversario). A pesar de que Muñiz lo puso en conocimiento de las autoridades, no se dispuso una protección especial para el jefe del Gobierno.
Al día siguiente, las noticias en torno a las intenciones de atentar contra Prim siguieron circulando aquí y allá, lo que leído hoy parece cuanto menos extraño. A la salida del Congreso, y con una noche de fuerte nevada en Madrid, el cochero de Prim acercó su berlina a la puerta donde, parece ser, estaba vigilando un tal Montesinos, perteneciente a la banda que atentaría contra Prim, y que al reconocerlo marchó a avisar a sus compañeros de que el objetivo había salido ya. En el coche de caballos acompañaban a Juan Prim sus dos asistentes.
En el entorno de la calle de Alcalá, en la calla del Turco, dos coches de caballos se cruzaron al de Prim, haciéndole frenar en seco, y uno más lo acorraló por detrás. Pronto, una docena de personas, que se dice se habían comunicado con silbidos para coordinarse, rodearon el coche. Dispararon una docena de trabucazos, tres de los cuales alcanzaron su objetivo (y otro a uno de los asistentes).
El cochero se dirigió entonces al Ministerio de la Guerra, donde Prim entró por su propio pie. La herida más importante, que precisó de atención médica durante toda la noche, fue la del hombro, donde un trabucazo había alojado unas cuantas balas. Finalmente, los restos del abrigo de piel de oso que llevaba Prim, incrustados en la piel, ocasionaron la sepsis que acabaría con su vida pasados tres días.
Una de las controversias sobre la muerte de Prim es la posibilidad de que fuera rematado posteriormente, estrangulándolo. Algunos expertos han dado verosimilitud a este hecho a tenor de las marcas que conserva su momia (un equipo de la Universidad Camilo José Cela), aunque otros investigadores niegan la mayor (la segunda autopsia reciente, llevada a cabo por un equipo de la Universidad Complutense y la de Alcalá).
La investigación del caso se dilató durante años, el sumario engordó lo indecible…y, finalmente, el proceso quedó inconcluso, contribuyendo a que el asesinato de Prim quedara como ejemplo de misterio irresoluble en el imaginario político popular. Si bien, como veremos, las manos ejecutoras se tienen hoy en día más o menos por seguras, aún no se puede aseverar quién estuvo detrás de ellas.
El principal sospechoso de ser el motor intelectual del atentado fue el duque de Montpensier, hijo de Luis Felipe de Orleans y de María Amalia de Borbón-Dos Sicilias, que estaba casado con la hermana de Isabel II. Se detuvo a su hombre de confianza, Solís Campuzano. Padre de María de las Mercedes -que se casaría con Alfonso XII-, se dice que muchas páginas del sumario en las que aparecía su nombre desaparecieron (aunque en realidad faltan miles de páginas del mismo). Montpensier había sido promotor del pronunciamiento de Prim pero podría considerarlo un traidor por no haber apoyado su candidatura al trono.
Por otro lado, tenemos al diputado radical José Paúl y Angulo, director del periódico El Combate, del que ya hablamos antes, quien se fugó al extranjero y es posible que fuera él quien dirigiera desde Londres El Acusador, un opúsculo por entregas -que apareció unas semanas antes de la abdicación de Amadeo de Saboya y el paso a la Primera República- que tenía por único objeto esclarecer el asesinato de Prim defendiendo sutilmente al propio Paúl y Angulo. Según Antonio Pedrol Rius, que publicó en 1960 un ensayo sobre el crimen, fue el principal autor material del mismo, habiendo actuado en complicidad con el coronel Felipe Solís y Campuzano, el edecán de Montpensier.
También figura el general Francisco Serrano, de la terna de La Gloriosa del 68 junto con Topete y el propio Prim, y también Presidente durante ese periodo, cuya sospecha de implicación viene dada por la presencia en el entramado de Pastor, su hombre de confianza, como veremos a continuación.
José María Pastor Pardillo y el crimen que se pudo fraguar en la calle de San Vicente Baja
Las miles de páginas que llegaron a ocupar el sumario por el atentado aparecen salpicadas, como suele ocurrir en estos casos, de nombres de zonas más nobles de Madrid, como las del propio escenario del crimen, y otras más modestas, donde se movían los sospechosos de haber participado en la partida que asaltó el carruaje y donde se coció la trama. Como en los buenos guiones de misterio, entre ambos ambientes se movía un agente de la ley implicado en el crimen.
Prim. El asesinato de la calle del Turco
Nuestro hombre hoy es José María Pastor Pardillo. Poco sabemos de él, más allá de que era jefe de la escolta de Serrano. Omnipresente en el sumario del caso, fue detenido por el crimen, estuvo en una prisión militar y, luego, en la cárcel de la Villa. Por las declaraciones de algunos implicados conocemos que editaba un periódico satírico llamado El Panfuncionarismo (que debió tener una vida más bien corta) y había profesado siempre simpatías por la Unión Liberal. En el momento del atentado era cesante en su puesto de agente de la ley y, probablemente por ello, trabajaba para Serrano, aunque, según un interrogado en el proceso, vivía de “empeñar sus alhajas y de una hacienda que tiene en Andalucía”.“
A Pastor se le incautaron dos listas iguales con los nombres que, a la postre, se ha convenido formaban la partida de la calle del Turco. Según José Andrés Rueda Vicente, autor de ¿Por qué mataron a Prim? (Eunsa, 2000), también se le incautaron los estatutos de una sociedad secreta llamada La Internacional. Lo que él dijo sobre aquellos hombres de la lista es que los había reclutado por encargo de su antiguo jefe, el progresista Práxedes Mateo Sagasta, con el objeto de proteger a Serrano. Los hombres de la conspiración conocían a Pastor como don José.
Si creemos las declaraciones del sumario, debemos visualizar a José María Pastor yendo a recoger a sicarios a la estación de tren, reuniéndose con ellos en el Café de Correos, prometiéndoles cédulas de vecindad con nombres falsos y pagándoles diez duros a cada uno. Don José fue identificado y detenido el 20 de enero de 1871 gracias a Ciprés, una de las personas que, en principio, iba a participar en la celada pero que se separó de la empresa antes de tiempo.
En la casa de Pastor de la calle de San Vicente Baja número 63 (que correspondía al tramo de la actual calle de San Vicente Ferrer entre San Bernardo y Amaniel) también se fraguó el asunto: al parecer allí tuvo alojados a tres de los participantes en la emboscada.
Hace pocos años, en el Departamento de Criminología de la Universidad Camilo José Cela, a través de un grupo de investigación llamado Comisión Prim, elaboraron una lista de 12 personas implicadas en el magnicidio, con una minuciosa labor de investigación del sumario inconcluso del caso. Sus nombres serían Juan Monferrer, Benito Rodríguez, José Paul y Angulo, Francisco Huertas, Antonio Camacho, José Martínez, Luis Villanueva, Francisco Villanueva Pacorro, Ramón Armella, José Masá, Adrián UbillosPacorro y José Montesinos.
Curiosamente, en el mismo número de la calle San Vicente Baja encontramos ecos de otras trastiendas delictivas. El 13 de octubre de 1907 aparecía en la Gaceta de Madrid una citación judicial para Ángel López Margarida, cuyo último domicilio conocido estaba consignado en el 63 de esta calle y que debía presentarse a declarar por los atentados con bomba cometidos por Juan Rull y otros en Barcelona. La historia de este Rull, conocido como el cojo de Sants, es curiosa. Antiguo anarquista reconvertido en confidente policial, al no obtener trabajos o no recibir el dinero esperado como confidente, se dedicó a poner bombas junto a su familia para presionar a la policía. Acabó siendo la primera persona ejecutada por garrote vil en la cárcel Modelo de Barcelona.
No sabemos qué relación tenía con el caso de Prim el tal López Margarida, vecino de la calle San Vicente Baja, aunque le hemos encontrado emigrado en Argentina y, presuntamente, involucrado en otros encontronazos con la ley. Otra peripecia que nos recuerda que las cosas que salen en la primera plana de los periódicos suelen suceder en las calles más anchas pero muchas veces nacen en las más estrechas.
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