Viendo hoy la calle del Álamo, un pequeño ramal que lleva en
pocos pasos de Conde de Toreno al mercado de los Mostenses, es difícil imaginar que su pasado pueda dar para llenar varias cuartillas.
Como tantas otras calles de nuestro plano la calle del Álamo tiene su propia leyenda grabada en el nombre. Poco o mucho importa su veracidad, lo que realmente tiene de significativa es el fondo de verdad: el recuerdo de cuando la zona eran dehesas que pasaron sucesivamente a casas de campo señoriales y a ser parte de la misma urbe.
Habla Antonio Capmany de una alameda en los jardines de Don García de Barrionuevo de Peralta y una fuentecilla – del Piojo la llamaban - donde los desarrapados se sentaban a esperar la limosna del caballero. Cuentan que los árboles fueron talados y durante mucho tiempo sólo quedó uno en pie, que era oportunamente utilizado por los ladrones para esconderse, por lo que hubo también de ser derribado, aunque cuenta la leyenda que
fue árdua la tarea de sacarlo de su sitio. Sea como fuera, la historia deja constancia del proceso de urbanización y ensanche de la ciudad.
La historia de la calle ha ido muy unida a la de las plazas de los Mostenses, la antigua y la moderna, pues la ubicación de la actual no coincide exactamente con la original tras la irrupción de la Gran Vía en el siglo XX.
A poco que nos fijemos nos daremos cuenta que la calle del Álamo es la continuación de la de Amaniel, con la que ha compartido sus nombres pasados ( del Espíritu Santo por ejemplo) y que la que la continúa tras la Gran Vía es la de Isabel la Católica (antigua de la Inquisición), con la que también fue una en algunos momentos.
El pequeño barrio que hubo aquí junto al de Leganitos se llamó del Álamo. A el pertenecían las calles
de los Reyes, de la Manzana, de las Beatas, de la Parada (y su travesías), de la Garduña, del Rosal, de San Ignacio, de Santa Margarita, de San Cipriano, la Travesía del Conservatorio...y por supuesto la plazuela de los Mostenses.
Los Mostenses hacen referencia al antiguo convento de San Norberto o de los Premostenses, que los madrileños
rebautizaron como Mostenses, que se levantó en 1611. Ocupaba un gran solar, con corrales y huertas. La iglesia original se destruyó en el siglo XVIII y Ventura Rodríguez levantó una nueva fachada que aparece reflejada en numerosos documentos como una de las maravillas de Madrid, lo que no le valió el indulto cuando José Bonaparte, haciendo honor a su apelativo de Pepe Plazuelas, ordenó aclarar la zona con demoliciones. Se cuenta que José Antonio Cuervo, discípulo de Ventura Rodriguez a quien se encargó la demolición, se negó porque no quería ser quien pasara a la historia como la persona “que desmontó el monumento más precioso que ha dispuesto su maestro”. Se pretendió entonces dejar la fachada en pie a modo ornamental pero fue finalmente derribada.
Había en la plaza, junto al convento, una famosa fuente, eco real de la leyenda que relatábamos al principio, y que abasteció de agua potable a los vecinos durante mucho tiempo. Por la calle pasaba el viaje de agua de Amaniel, que la surtía.
En una esquina de la plaza estuvo el palacio del conde de Revillagigedo luego denominado casa del Patriarca por haber residido allí Antonio Cebrián y Valda, Patriarca de las Indias. Allí estuvo en 1823 la Suprema Asamblea de los Comuneros de Castilla, sociedad secreta de gran protagonismo durante el trienio liberal, y a partir de 1830 el Conservatorio de Música y Declamación, el primer conservatorio de la ciudad fundado por la reina María Cristina. La parte trasera del conservatorio daba a la hoy desaparecida Travesía del Conservatorio (antes de la Cuadra o de la Escuadra), pero aún hoy hay quien conoce con este nombre a la calle del Maestro Guerrero, que sería su prolongación hasta la iglesia de San Leonardo.
Hacia 1868 el ayuntamiento popular de Madrid decidió la construcción de una serie de mercados en Madrid para asegurar el abasteciento y dotar de higiene a los habituales mercados callejeros que hasta ese momento eran la norma. En 1870 se levantaron el de la Cebada y el de los Mostenses, en el lugar donde antes estuviera el convento. Se trataba de un mercado de hierro y cristal al estilo parisino que desapareció en 1925 con las obras de la Gran Vía, que se llevó también por delante algunas calles de la zona (la del Rosal o la Travesía del Conservatorio) y parte de lo que fue la plaza, que estaría bajo los edificios cuya fachada están a la altura de Gran Vía 76 (donde el antiguo cine Azul). La actual plaza de los Mostenses y su mercado está construidos un poco más al norte que la primigenia.
Hoy la calle del Álamo se recorre de un golpe de vista y la nueva plaza de los Mostenses ocupa la nómina de los rincones menos agraciados de la ciudad, pero ambas vivieron tiempos mejores. En Álamo encontramos, como en el resto de aledaños de los Mostenses, numerosos negocios chinos y algunos latinos, con islas castizas como la Taberna de la Villa. En tiempos, como hemos
visto, se vio el reflejo de otras ciudades ya desaparecidas.