El propósito que mueve esta sección del periódico – Con historia - es dar a conocer capas de piel del barrio que han quedado ocultas al paso de los años y dotar nuestros paseos menos apresurados de nuevos contextos. Para dar a conocer estas viejas historias, necesariamente son otros los que nos las dan a conocer a nosotros antes: vecinos, libros o blogs alimentan esta conversación. Hace pocas fechas, fue Manuel Romo quien nos descubró en el blog M@driz hacia arriba una institución pionera, la Gota de leche, que nació en la calle de San Bernardo.
De Francia llegaron muchas cosas en aquellos años a caballo de los siglos XIX y XX: el cinematógrafo, algunos de los bailes de moda...y las corrientes de asistencia social. El primer Consultorio de Niños de Pecho nace en París en 1892, donde se daba asistencia médica a los niños y se proporcionaba raciones de leche a las madres que no podían proveer de ella a sus hijos. En estos consultorios la leche que se repartía era materna. Dos años después nace, también en Francia, la primera institución llamada propiamente Gota de leche, donde se utilizaba leche de vaca tratada. Existe un antecedente en Barcelona, donde el doctor Francisco Vidal Solares había establecido en 1890 un Consultorio de Enfermedades de los Niños, donde repartía gratuitamente leche esterilizada y alimentos a niños pobres.
El doctor Rafael Ulecia fue quien, tras viajar a Francia, importó la idea y trajo la Gota de leche a la calle Ancha de San Bernardo, en la esquina con San Hermenegildo, donde abrió sus puertas en 1904 con la complicidad de la Reina María Cristina de Habsburgo. Este Consultorio de Niños de Pecho y Gota de Leche (que posteriormente se trasladaría a la calle de la Espada) atendió a más de 600.000 niños en 50 años.
En un Madrid de miseria crónica, cuya población crece más rápido de lo que sus raquíticas instituciones e infraestructuras pueden absorber, comienza a institucionalizarse la caridad, que hasta mediados del XIX había sido coto exclusivo de la Iglesia. De la caridad de capilla se transcurre hacia el estado asistencial en la segunda mitad de siglo para, ya en el siglo XX, llegar a las primeras leyes de acción social y a un incipiente Estado social. En cualquier caso, las instituciones públicas han seguido conviviendo con otras de carácter privado hasta hoy. Es en este contexto donde debemos entender la institución de la calle de San Bernardo.
Este tipo de instituciones fueron un gran avance y, aunque es difícil establecer una correlación exacta entre su rápida extensión y el descenso contínuo de la mortalidad infantil, es seguro que fueron muchos los niños de las clases bajas que pudieron salir adelante gracias a los consejos médicos y el alimento que se proporcionaban allí.
Estos dispensorios de alimentos y auténticas escuelas de maternología, en donde diariamente se proporcionaba a las madres leche y semanalmente se reconocía a los niños, solían contar con instalaciones para para el tratamiento, almacenaje de la leche de vaca que se iba a meternalizar, y para el lavado y llenado de biberones. Para que la leche se pareciera lo más posible a la materna se le añadía sal, agua u otras sustancias, y posteriormente se centrifugaba.
Alquilar el pecho: las nodrizas madrileñas
Alquilar el pecho: las nodrizas madrileñas
Si los Consultorios de niños de pecho y las Gotas de leche llegaron para cubrir el lado asistencial de la alimentación infantil, las nodrizas o amas de cría siguieron durante años figurando en la nómina de trabajadores de las familias más pudientes. También hubo nodrizas, como veremos, que se hicieron cargo de la alimentación de los niños más desheredados en la Inclusa de Madrid.
La figura de la nodriza existe desde la Antigüedad. Durante el siglo XIX se extendió su contratación a las familias burguesas, para las que constituía una demostración de estatus. A finales de siglo la profesión empieza a decaer, no sólo por la aparición de leches no maternas, sino porque los médicos empiezan a hacer hincapié en lo positivo de que las madres dieran el pecho a sus hijos. De todos modos, siguió siendo habitual la existencia de nodrizas hasta mediados del siglo XX y, en este contexto de medicalización de la crianza, surgieron numerosos folletos y libros en los que se establecían recomendaciones para buscar a la nodriza ideal, que mezclaban consideraciones médicas con otras de índole moral. Se hablaba allí de la abstinencia, del matrimonio, de la forma y el tamaño de los pezones.... En ocasiones se incluían observaciones tan peregrinas como que las pelirrojas tenían “mala leche”.
La profesión de nodriza se reguló en 1877, en el Reglamento de salubridad pública de las nodrizas y la prostitución. La reglamentación conjunta de ambas profesiones da idea de la consideración social que se tenía de las mujeres pobres en particular, y de las mujeres en general, a las que se tenía por difusoras de males físicos y morales, bien fuera a través de unos fluidos u otros. Esta reglamentación supuso la existencia de una cartilla obligatoria y de unos controles médicos para poder ejercer, aunque cabe suponer que el reglamento fue más bien papel mojado.
Los padres que querían contratar a una nodriza muchas veces viajaban a los pueblos próximos a Madrid, aunque las mujeres de más fama para estos menesteres fueron las de la cornisa cantábrica, especialmente las pasiegas, algo en lo que influyó el hecho de que la familia real contratara, desde Fernando VII, siempre mujeres de allí (que incluso vestían en palacio con el traje tradicional).
Muchas de estas mujeres vivían también en los barrios de extraradio, a donde acudían seguramente los miembros menos pudientes de la burguesía. Para que los padres de familia no tuvieran que acudir a estos arrabales, surgieron agencias de intermediarios. En el barrio hemos encontrado noticia de nodrizas que vivían, seguramente en casas de vecindad humildes, en las calles de Ballesta, Barco y de la Palma Baja.
También era posible contratar una nodriza en la plaza de Santa Cruz, junto a la Plaza Mayor, como si de un mercado de carne o una particular peonada se tratara, o a través de los anuncios que se ponían en el Diario de Avisos.
Las amas de cría podían amamantar a los niños en sus propias casas (los padres les llevaban a sus hijos recién nacidos y los recogían a los 2 o 3 años), o en las casas familiares, donde además de ocuparse de la crianza del los niños, a menudo desempeñaban todo tipo de labores de servicio. Esta fue la modalidad que fue imponiéndose con los años.
De condición especialmente humilde solían ser las nodrizas que trabajaban para la Inclusa, que tenían que hacerse cargo de la alimentación de varios niños. Allí ingresaban no sólo los huérfanos, también los hijos de muchas familias pobres. Más del 70 % de los niños que ingresaron a lo largo del siglo XIX en la Incusa murió (aunque la proporción decrece notablemente entre los incluseros que eran enviados fuera a cargo de nodrizas, por más humildes que estas fueran).
Hoy, la profesión de nodriza ha desaparecido de nuestro pedacito de primer mundo, y la industrialización de los productos de puericultura y la extensión del Estado del bienestar hacen parecer lejanas estas Gotas de leche, sin embargo, estas historias, que hablan del cuerpo de la mujer como sujeto político y de diferencias abismales entre clases sociales, están a la vuelta de la esquina del pasado reciente de esta ciudad.