Hubo un proyecto de plaza, nunca llevado a cabo, pensado a imagen de la parisina Plaza del Trocadero, que hubiera cambiado para siempre el barrio de Universidad y el distrito de Chamberí.
La Plaza de Europa hubiera medido medio kilómetro de longitud y 250 metros de ancho, y habría llegado desde la portada misma del Hospicio, en la calle Fuencarral, hasta la actual calle Luchana. Tendría forma rectangular y dos semicírculos en los extremos. Por el centro de la plaza iba a cruzar la Ronda de Santa Bárbara (hoy Carranza y Sagasta) y hubiera quedado encerrada en el cuadrilátero formado por Santa Engracia, Luchana, Fuencarral y San Mateo.
El proyecto fue proyectado por el arquitecto municipal Alejo Gómez y presentado ante el Ayuntamiento de Madrid en 1869 por Ángel Fernández de los Ríos, que era su padre intelectual.
En el centro de la plaza, según proponía Fernández de los Ríos, habría una columna en memoria de la abolición de la Inquisición, construida con el metal de las campanas de los conventos que habrían de destruirse para llevar a cabo la reforma de Madrid, “campanas que tantas veces han tocado en son de regocijo para celebrar los autos de fe y los actos de iniquidad de los tiranos que han pesado sobre España por espacio de 300 años”.
Las casas que habrían de rodear la gran plaza tendrían dos pisos y contarían con un jardincillo anterior de diez metros. El proyecto contaba, así mismo, con una gran sala para conciertos y eventos, para cuya construcción los arquitectos aprovecharían detalles constructivos de los conventos e iglesias derribadas.
El proyecto parecía tener viabilidad económica porque entre la calle Beneficencia y Chamberí no había apenas edificaciones, amén de la cárcel del Saladero y la Fábrica de Tapices, en la actual Plaza de Santa Bárbara, ambas propiedad del Estado.
Si la reforma se hubiera llevado a cabo, la calle de la Beneficencia hubiera pasado a llamarse de La Haya, y existirían en el barrio dos calles llamadas de Bruselas y Estocolmo. Así mismo, la calle de San Opropio se llamaría de Atenas y en la parte que hoy es Chamberí tendríamos calles de Atenas, Berlín y San Petersburgo. En la megalómana plaza desembocarían, nada más y nada menos, que doce calles.
El Hospicio de la calle Fuencarral (actual Museo Municipal de Historia) no tenía cabida en el Madrid luminoso y recto proyectado por la mente de Fernández de los Ríos. Durante aquellos años el viejo edificio no contaba con el favor del gusto imperante, y hasta los años veinte del siglo XX, cuando fue puesto de nuevo en valor, vivió al filo del precipicio de la desaparición. De las formas barrocas de Pedro de Ribera de los Ríos pensaba que “parecía dibujar los monumentos apretando un borrón de tinta entre dos papeles…”
Fernández de los Ríos escribió en el exilio parisino, donde huyó tras su condena a muerte por la participación en el pronunciamiento del Cuartel de San Gil, El futuro de Madrid, utopía urbanística de corte liberal progresista, anticlerical y europeísta. Allí aparece por primera vez la Plaza de Europa. Su idea pasaba por unir la ciudad anterior al Ensanche por grandes avenidas rectas, tomando las instituciones del Estado como referentes y creando plazas que la ennoblecieran. Por ejemplo, en su minucioso plan para Madrid el ministerio de Guerra hubiera sido trasladado al convento de las Comendadoras, por su cercanía con el cuartel del Conde Duque (planteó muchos otros cambios institucionales para Madrid, a menudo en detrimento de edificios religiosos). Evidentemente, las plazas y avenidas habrían nacido sobre las cenizas de manzanas de caserío que, bajo una óptica higienista, se consideraba había que regenerar. De entre todas las plazas planteadas la Plaza de Europa era la más importante, junto con la de Colón, ampliación de la actual del Carmen.
Curiosamente, una de sus reformas nunca llevada a cabo, la de la calle Bailén, recuerda mucho en espíritu al actual proyecto de reforma de la Plaza de España, que pretende crear un gran eje peatonal del Palacio de los Alba al Palacio Real. En su proyecto, con objeto de ensalzar la imagen del Palacio Real, se prolongaría Bailén hasta el Palacio de Liria (demoliendo el Cuartel de San Gil y creando la Plaza de San Marcial, hoy de España).
Ángel Fernández de los Ríos regresó a Madrid con el triunfo de la Revolución Gloriosa (1868) para dotar de pensamiento regenerador al urbanismo del Madrid del Sexenio Democrático. Pese a que su megalómano proyecto de un Madrid moderno no se llevó a cabo (por ello no tenemos un mercado en las Descalzas Reales ni un Panteón de los Hombres Ilustres en San Francisco el Grande), algo ha quedado en la ciudad fruto de su pensamiento y de su breve paso por el Ayuntamiento como concejal de Obras. Entre otras cosas, la Plaza del Dos de Mayo, la apertura del Retiro para los madrileños o los primeros tranvías tirados por mulas. En última instancia, el mayor legado fue el derribo definitivo de las tapias de la ciudad, que daba vía libre al siempre postergado plan de Ensanche de Castro.
PARA SABER MÁS:
Anteproyecto de la plaza de Europa
La lección de dos plazas que no se hicieron. (1927, January 2). La Voz, p. 8. Madrid.