La Vaguada, ¿puede gentrificarse un centro comercial?
Puede parecer de coña hablar de gentrificación de un centro comercial, ¡pero si son bombas nucleares de la desarticulación comercial de los barrios! Sin embargo, La Vaguada es un centro comercial curioso, en el que, en parte por vocación de diseño, en parte por imposición de los vecinos del Barrio del Pilar, hay abuelitos al sol sin más cielo que su techo trasparente, novios paseando de la mano sin prisas y golfillos improductivos merodeando.
Cuando hablamos de gentrificación, nos referimos en este caso a la que lleva el apellido comercial y se refiere al desplazamiento no de vecinos sino de comercios. Es difícil hablar de comercio tradicional a pocas décadas vista, como es el caso, pero podemos atender al desplazamiento del pequeño comerciante –sí, en La Vaguada lo había–, su sustitución por el franquiciado de turno y la pérdida de diversidad.
Hoy en día, la mayoría de grandes centros comerciales se construyen para ir en coche, como estructura comercial esencial de un barrio o una población. Sin embargo, los bajos comerciales del Barrio el Pilar siguen ocupados, mal que bien, y La Vaguada, en el ombligo del meollo, es lugar central de barrialidad, parte del continuo populoso que forman la calle Monforte de Lemos y el parque aledaño.
Como esta es una sección personal, me permitiré hablar en primera persona. El lector debe saber que he usado La Vaguada como si fuera la calle y por eso la miro con ojos tiernos. Hubo un yo que se asomó a una pequeña discoteca de barrio que había en la planta de arriba sin tener edad para entrar; un yo infantil boquiabierto, mirando la tele de un local en el que disponían a gente delante de un croma a emular el vídeo musical de Cien gaviotas; un yo al que pillaron mangando (y metieron a la salita), y un nosotros que, simplemente, iba a La Vaguada a ver pasar el tiempo.
Al principio, después de la nada y Peñachica, estaba el Barrio del Pilar
A mediados de los setenta el Barrio del Pilar era uno de los de mayor densidad de población de la ciudad. En una de esas exageraciones pequeño-patrióticas tan nuestras, el profe de sociales explicaba en los ochenta que era “el barrio más densamente poblado de Europa”.
Se trata de una zona de nueva urbanización explotada por José Banús, uno de los constructores del régimen que, de hecho, se hizo rico construyendo los accesos al Valle de los Caídos con trabajo esclavo (que también empleó en las primeras obras del barrio). Las versiones sobre el nombre de la nueva barriada se debaten entre dos, por Pilar Primo de Rivera o por su mujer, que también se llamaba así. En todo caso, toda una marca patriótica que muchos vecinos aligeran de solemnidad tuteándolo como el Barrio de la Pili. Para hacerse una idea de las dimensiones del pelotazo: Banús compró las parcelas a precios irrisorios porque se calificaron como expropiables, para construir vivienda social, en 1956. Cuando se hizo con ellas, la administración franquista las liberó de dicha amenaza de expropiación. Más. Construyó un barrio con una densidad de 200 viviendas por hectárea y, justo cuando acabó de construirlo, en 1973, la ley cambió la densidad máxima a 100 viviendas por hectárea. Bloques, bloques, más bloques…y ningún equipamiento público. Como lema publicitario, pura ideología: “Encuentre su descanso al finalizar la jornada”.
Por la hendidura en la tierra donde hoy está La Vaguada pasaba el arroyo de la Veguilla (el recuerdo de las aguas subterráneas regresaría años después: con los continuos derrumbes en la construcción de la Avenida de la Ilustración). A causa de sus difíciles condiciones orográficas, el páramo quedó en principio sin edificar –no había más que unos viveros y campo– y fue conocido por los vecinos como la vaguada (aún en minúsculas). A sus ojos, espacio para las dotaciones y los espacios comunes que el constructor se había ahorrado. Concluido ya el barrio, a mediados de los setenta, empiezan a organizarse y a reclamarse vecinos en el Boletín de la Comunidades Parroquiales. Desde el principio aparecen las reclamaciones sobre los terrenos de la vaguada, a la vez que llegan las primeras noticias sobre el gran centro comercial, que habría de construirse en los terrenos que Banús había vendido a la empresa francesa La Henin en 1973.
Regalando flores de papel en actos públicos nace el símbolo de la flor, que acompaña al lema La Vaguada es nuestra, y que aún hoy da nombre a la asociación vecinal más conocida del barrio (La Flor); el Barrio del Pilar se llena de murales reivindicativos, y ¡hasta multan con 50.000 pesetas al párroco de la iglesia por una asamblea en 1975! Los terrenos de la discordia empiezan a ser usados simbólicamente en un sinfín de acciones llenas de imaginación: se celebran unas olimpiadas juveniles, plantaciones populares, una acampada en Nochebuena…Según el diario El País, a la manifestación que se llevó a cabo en 1978 acudieron 30.000 personas (la cifra es rebajada por los periódicos conservadores a 10.000, si lo dejamos en el punto medio sigue pareciendo un éxito rotundo).
El proyecto fue adelante definitivamente y el centro comercial se construyó en 1983. Es posible que no se consiguiera que la Vaguada fuera completamente suya, pero, ahí es nada, se arrancó con presión y la negociación con el ayuntamiento social-comunista de Tierno, que parte del espacio se dedicara a la construcción del centro cultural, la biblioteca, la piscina municipal, el centro de salud y el Parque de la Vaguada. El teatro, por cierto, hoy en día está cerrado porque, cosas de la colaboración público-privada, se acabó el contrato con la empresa que lo explotaba. El Ayuntamiento dijo que la paralización total del proyecto era inviable por los contratos firmados, pero la posición vecinal era robusta y no faltaron los enfrentamientos con los guardias jurados, los vecinos encaramados a las grúas y las detenciones. Después de La Vaguada es nuestra, el tejido vecinal siguió plantando árboles en su lucha contra la autopista (la actual Avenida de la Ilustración), reclamando colegios y parques... aunque nunca volvió a ser tan fuerte tras aquella derrota dulce o victoria amarga.
Quedan el parque y las dotaciones como recuerdo material de aquellas luchas, pero poca gente recuerda una experiencia, inserta en el propio crecimiento del complejo, que hoy sería inimaginable. La Comision Autonoma de Parados y Activos (CAPA) consiguió que unas sesenta personas paradas del barrio se incorporaran a las obras, y se trató con el Alcampo y el propio centro comercial la incorporación de parados de la zona, llegando a tramitarse un millar de empleos a lo largo de los años. Algunas fotos de la época nos remiten a los mejores momentos de la acción directa del sindicalismo revolucionario: con jóvenes acampados sobre las características jardineras del Centro Comercial en construcción reivindicando trabajar en la obra, por ejemplo.
Entorno al Barrio del Pilar y La Vaguada es nuestra confluyeron católicos de base y catequistas, grupos autónomos, anarquistas, intelectuales como el sociólogo Jesús Ibáñez, el movimiento vecinal más pujante, nombres que no te imaginas (como José Barrionuevo antes de ser cooptado por Tierno), las organizaciones de la izquierda radical y vecinos que, simplemente, se encontraron con el desarrollo desbocado de la ciudad sin servicios y espacios comunes, que en el norte se dibujó como el paraíso de la nueva clase media promocionada por el franquismo. Pese a la narrativa oficial, un paseo por las callecitas con nombres gallegos del barrio devuelve imágenes de un barrio-barrio, con calles que sensioralmente clasificas de clase trabajadora. Un barrio de aluvión, que es lo que fue, una cuñita de sur en el norte, con espacios informales para la sociabilidad que hicieron que chutara la movilización social.
Un centro comercial inserto en el barrio
En mi memoria, la plaza de los artesanos era una galería de pequeños comercios puestos ahí para comprar regalos de cumpleaños erráticos a los padres. Una calle de pequeñas tiendecitas: tres decenas en sus inicios y diez en 2005, cuando la dirección del Centro Comercial acabó con el espacio.
La Plaza de los artesanos era uno de los espacios que hacían de La Vaguada un lugar más humano que la mayoría de los centros comerciales. También tenía su oficina de correos, su farmacia, su kiosko de prensa, su panadería, sus bares de viejos y su mercado, donde pusieron puesto comerciantes del barrio y que aún hoy resiste los embates de la modernidad. Había también un curioso puesto de radio (primero de Antena 3 y luego de La Ser) que a mí me trasladaba a ese recurso de las pelis americanas que consiste en que un locutor radiofónico hace de narrador de la historia. No sabría explicarlo bien, pero creo firmemente que aquel centro comercial un tanto callejero lo es porque sus pilares crecieron bajo la mirada exigente de los vecinos.
El color de los recuerdos viene a cambiar cuando El Corte Inglés se quedó con los locales de la quebrada Galerías Preciados, y mi impresión es que el gigante empezó entonces a dar bocados alrededor y a expandirse. Con los años, han ido cerrando las tiendas pequeñas, que han sido cambiadas por las correspondientes franquicias, y me consta que el final reciente de la cafetería Manila, y su sustitución por una tienda más de ropa, fue motivo de conversación en el barrio, ¡tras décadas echando la tarde y comiendo allí tortitas!
La Vaguada como hito arquitectónico de ida vuelta
Un arquitecto estrella, César Manrique, puso universo estético a La Vaguada y un arquitecto de verdad -y en la sombra- José Ángel Rodrigo, el trabajo. Ahí los franceses anduvieron listos, y supieron camelarse a parte del enojado vecindario con una arquitectura de vitola progresista.
Hay discrepancias acerca del valor arquitectónico de La Vaguada pero es indudable que su altura modesta respeta el espacio colmatado de torres y la vegetación con que fueron concebidos sus aledaños conforma una esquina refrescante dentro de la estepa de hormigón. Una Nochevieja me atracaron en una de sus laderas de césped, por cierto. También es de agradecer que, salvo los añadidos que ahora veremos, no tenga la pinta de un escenario de Las Vegas con columnas dóricas y molduras doradas sobre leds azules.
Las reformas del Centro Comercial en los dos mil se llevaron gran parte de los ornamentos, se pusieron bancos banales donde había Manriques, se cargaron los casetones vistos del techo y parte de sus características piedras negras de Lanzarote, precisamente las que esculpían el ego de su creador en forma de catarata. Sí, ¡pusieron mármol! Paradójicamente, en aquel rediseño, que desfiguraba el original, el centro comercial perdió el primer nombre, Madrid 2 La Vaguada, que ya había heredado en parte la denominación vecinal, para quedarse definitivamente con el nombre popular.
De nuevo La Vaguada, que suele considerarse el primer centro comercial de Madrid y fue original en ser parido bajo lluvia de esquirlas de la batalla urbana, pudo ser visto como pionero a su pesar: de la destrucción patrimonial de los de su especie. Suena posmoderno y tragicómico ¿no creéis? Yo he querido en estos párrafos pensar que lo que conserva de plaza de barrio encierra la esencia de quienes contribuyeron a construirlo como es, paradójicamente, oponiéndose a su misma existencia. Son ellos, los vecinos, los que lo usan como les da la gana a pesar de que su centro comercial -manda narices- también se les ha gentrificado.
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